La batalla educativa del México olvidado

30 de marzo de 2014
30 de marzo de 2014
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Claudio de la Rosa nació en la pequeña delegación de Santa Catarina Cuexcomatitlán (Mezquitic, Jalisco, México), una comunidad indígena de 76.000 hectáreas de superficie, 1.500 habitantes y ningún centro de educación secundaria ni preparatoria universitaria a la vista cuando él tenía 20 años menos.
«Cuando un chico de la comunidad terminaba la escuela primaria, sobre los 12 años, si quería seguir estudiando tenía que irse a la única escuela de grado medio que había, a cuatro horas de aquí, por lo que tenías que pasar el curso allá durmiendo en albergues», explica. Así hizo él. Y más tarde terminó su licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) –Guadalajara-. Ya con su título en la mano regresó a Santa Catarina: allí levantó esa escuela de bachillerato cuya ausencia le supuso tantos esfuerzos.
De la Rosa es el fundador del Bachillerato Comunitario Intercultural Tamaatsi Páritsika, en Nueva Colonia (Santa Catarina), una escuela preparatoria (preuniversitaria) que supone una ventana abierta a la oscuridad educativa que sufren algunas de las comunidades más empobrecidas del país (que actualmente solo reciben del Estado centros de formación primaria y ahora también media). Pero Tamaatsi Páritsika no es solamente eso: «es un modo de reivindicar que la cultura indígena local, en este caso la de la comunidad wixárika, tenga peso y presencia en nuestro sistema educativo».
Los alumnos del bachillerato de De la Rosa, como los del resto del país, aprenden inglés, matemáticas, física cuántica, química y leen libros de Juan Rulfo, Kafka o Shakespeare, pero además les enseñan otro tipo de materias: cuál es el origen y las esencias de la vida, cuáles son los sitios sagrados de su cultura indígena, cuál es la relevancia de Wirikuta o cuales son las posturas políticas de los pobladores autóctonos.
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«Nuestro personal docente es de la comunidad y hablan castellano y wixárika, el idioma en el que se dan la mayoría de las clases. Con esto, lo primero que hacemos es que los alumnos salgan de sus tres años de formación con nosotros teniendo un doble perfil: sabiendo comprender y escribir su lengua autóctona a la perfección y a la vez preparados para desafiar la universidad en español, con el mismo nivel de conocimientos que el resto», cuenta De la Rosa.
Tamaatsi Páritsika es una más de las iniciativas que poco a poco algunas comunidades originarias del país van construyendo como remedio a la mala cobertura educacional del estado y como prevención a la desaparición de su cultura. El pasado mes de enero se celebró el Primer Encuentro de Centros Educativos Interculturales Wixáritari y Na’ayeri, que cuentan con centros independientes -tanto en su estructura como en su organización- como el Tatuutsi en San Miguel –Jalisco- (el primero de ellos, fundado hace 20 años), el Centro Tatuutsi Maxakwaxí de San Miguel, Huaixtita (1995), el Tatei Yurienaka Iyarieya de San Andrés, Cohamiata (2000). Estos tres fueron los que comenzaron a sentar las bases para que proyectos similares continuasen replicándose en otras comunidades de la región.
Después de que De la Rosa fundara el suyo en 2009, prosiguieron otros como Bachillerato Intercultural Muxatena, en Nayarit (2010), el ‘Takutsi Niukieya, de Calítique, en Durango (2013) y por último, en el 2014, el Tamatsi Kauyumarie, de Popotita, Jalisco (2014).
Este tipo de centros apuestan por un sistema educativo propio, «porque la región no solamente busca que exista más educación, sino que la impartida sea congruente con las necesidades contextuales y culturales de las comunidades», defiende De la Rosa. Sus modelos, contextualizados en cada caso y situación particular, se engloban dentro del modelo educativo conocido como Tatei Yurienaka, con reconocimiento del Estado.
«El año pasado acabó la primera generación que entro a estudiar en el Tamaatsi Páritsika», cuenta orgulloso el fundador del centro, «fueron muy pocos los que se apuntaron cuando empezamos, apenas nueve. En una comunidad pobre como esta, donde «algunas familias de cinco y siete hijos disponen de no más de 75 pesos (menos de cinco euros) mensuales para todos, y que viven del autoconsumo, casi todos los jóvenes se dedican a trabajar en el campo o emigran cuando acaban la educación obligatoria», informa el profesor consciente del potencial alumnado que poseen, «pero de esos nueve chicos que se graduaron con nosotros, ahora hay dos que están haciendo una carrera universitaria, y otros siete que están bien preparados y con educación bilingüe para empezar a aplicar lo que aprendieron en la comunidad».
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De la Rosa esgrime que “el Estado mexicano ha mostrado falta de responsabilidad al no contemplar las necesidades y las propuestas de los pueblos indígenas, de manera que proyectos como el nuestro han tenido que avanzar gracias al esfuerzo de la misma población wixaritari», argumenta.
«Tenemos que ser considerados no solo en el discurso, que es algo que nos tienen acostumbrados, sino en las propuestas, en las ideas, en las experiencias y en los ideales. Es necesario que en los sistemas educativos se tenga en cuenta que los pueblos indígenas tenemos nuestras propias características, que nuestras nuevas generaciones, cuando escuchen a un anciano o vean una ceremonia, puedan comprender lo valioso de su propia cultura».
Centros como el que fundó él para que ningún otro niño tuviera que marcharse lejos de su ciudad si tenía sed de conocimientos, son actualmente financiados por organizaciones solidarias nacionales y extranjeras, «pero hace falta que el gobierno se sensibilice con el asunto», culmina, «estamos hablando de la formación de una sociedad, de estos chicos indígenas. Que también son mexicanos».
 
 

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