La intención era que aquella pista de salida hubiese llevado mucho más lejos. Pero eran tiempos convulsos y el autódromo Terramar se ahogó en su ambición. 1923 no era una fecha fácil para que el primer circuito permanente de este país prosperara y se convirtiera, como era la intención de sus inversores, en la línea de despegue de una potente industria automovilística.
En los primeros años del siglo XX, Sitges y su localidad vecina Sant Pere de Ribes eran lugares prósperos. Había suficiente dinero como para que se proyectara en ese lugar una ciudad jardín con un autódromo. El proyecto se levantó con un capital de 700.000 pesetas, según cuenta el periodista Nicolás Albéndiz, en el documental Autódromo Terramar.
No hacía mucho tiempo que los primeros automóviles habían empezado a recorrer las ciudades. Aunque todavía era un lujo reservado a pocos. Los ciudadanos salían a la calle para ver carreras de coches. Iban de una ciudad a otra pero, por el camino, se producían accidentes. El juego resultó peligroso.
Pensaron entonces en crear un circuito cerrado. Y, de paso, utilizar esa pista para mejorar la técnica de los automóviles. Los gobiernos de la época no vieron el valor del proyecto pero la financiación no se tardó en llegar. Unos inversores de la zona vieron en el autódromo una lanzadera hacia el progreso.
El 28 de octubre de 1923 estaba programada la apertura del primer circuito permanente de este país. Las nubes se cerraron sobre sus pistas y descargaron una tormenta implacable. Dio igual. Se inauguró. El documental de Albéndiz detalla que 10.270 personas ocuparon las gradas para ver las 350 vueltas que dieron los siete coches de la competición.
En poco tiempo el sueño de los inversores se desvaneció. No era rentable. Pasó de mano en mano. Abrió. Cerró. Volvió a abrir. Volvió a cerrar y en los años 50 el silencio de los motores envolvió el autódromo entre olvido y abandono.
Hasta hace apenas un mes. Dos coches han vuelto a rodar por esta pista dormida. Los bólidos de Carlos Sainz y Miguel Molina.
El equipo de Verve Creative Group los llevó hasta allí. Habían descubierto ese circuito un día, navegando por internet. Habían propuesto a Red Bull rescatar el autódromo catalán con una pieza que reivindicara, en palabras de Santi Romero, director creativo de esta productora, esa “aventura pionera”.
“El autódromo fue pionero en Europa. El proyecto no prosperó porque no recibió el apoyo de las autoridades de la época y eso supuso que en España no nacieran marcas de coches, como en otros países”, comenta Romero. “En los años 20 los automóviles se hacían de forma artesanal. Se juntaban cuatro amigos y creaban su vehículo”.
El circuito nació con una barrera. “El límite de la pista estaba en los 180 kilómetros por hora y en las primeras vueltas de la primera carrera se alcanzaron velocidades de más de 175 kilómetros por hora”. Pero, a la vez, algo se debió hacer muy bien: “Hoy, a pesar de su estado de semiabandono, está en perfectas condiciones para utilizarlo y es uno de los circuitos ovales más exigentes, con un banking de hasta el 90%”, indica el director creativo.
Carlos Sainz y Miguel Molina rodaron con un prototipo de Audi (R8 LSM) durante dos días para grabar el documental Red Bull Terramar. “Hicimos un despliegue de cámaras enorme”, especifica Santiago Romero. “Grabamos con equipos dirigidos por radiocontrol que tenían cámaras de alta definición colgadas”.
El obligado estado de somnolencia del autódromo se vio sacudido en 2009 por unas obras de mejora y limpieza. No ayuda al sueño los rumores de proyectos de recuperación ni el ruido de los prototipos de la película de Red Bull. Terramar podría despertar un día y convertirse por fin en lo que siempre quiso y nunca pudo ser.