Julia era una niña que no iba al colegio y estudiaba en una caravana. Hija de un predicador ambulante, creció de un lado para otro. En una de las excursiones familiares al campo, una mariposa eligió el hombro de la niña para posarse. Ambas congeniaron y la mariposa continuó sobre ella durante toda la caminata. Aquel día le asignaron un apodo del que ya nunca se desprendió: ‘butterfly’ (mariposa). Julia, la Mariposa, haría honor a su nombre años más tarde, posándose en la rama de un árbol para evitar su tala.
La relación de Julia con la naturaleza fue sólida desde su infancia. Julia Butterfly Hill nació en Arkansas, en 1974, unida al mundo por el que se movía y en el que fluía. Su relación con el entorno natural se reafirmó cuando, tras sufrir un grave accidente de tráfico, Julia se aferró a la supervivencia reforzando sus lazos con la naturaleza. En el bosque descubrió lo que era estar viva. «Entendí que yo formaba parte de aquello», escribió en su libro ‘El legado de Luna’.
Y, entonces, entre aquella inmensidad, la vio.
Luna tenía más de 2.000 años y medía más de sesenta metros. Su magnitud y su belleza enamoraron a Julia, especialmente cuando supo que, a pesar de su envergadura, corría un peligro inminente: la empresa Pacific Lumber planeaba acabar con aquella secuoya y las que la rodeaban. Obcecada por impedirlo y sin nada que perder, Julia ascendió por el árbol en 1997 y se instaló a 50 metros del suelo, en una especie de tienda de campaña improvisada con una lona y que un temporal devastó. Subió con la esperanza de permanecer allí durante dos semanas, pero nadie acudió para sustituirla y acabó viviendo en el árbol durante dos años. A su ‘casa del árbol’ llegaron visitas como Joan Baez.
Aquellos humanos que iban a acabar con un ser que había vivido mientras varios imperios surgían y se desmoronaban, no tuvieron miramientos con una chica que apenas sobrepasaba los veinte. Le lanzaron agua y evitaron que recibiera comida. La activista respiró el humo de los árboles quemados a su alrededor. La naturaleza tampoco fue clemente y tuvo que soportar el frío y una tormenta que duró dos semanas y destrozó sus provisiones.
Como aquella mariposa que se posó en su hombro cuando era pequeña, ella siguió aferrada a una rama hasta que escuchó la voz de Luna, que, según Julia, le susurró: «solo las ramas rígidas se rompen, las flexibles sobreviven». Entonces se soltó, pero no abandonó a Luna: se mudó a una rama más joven.
Cuando vivía sobre Luna, tenía un teléfono móvil y una placa solar para cargarlo. Aquél móvil le permitió concertar entrevistas para dar a conocer la causa por la que luchaba y por la que casi pierde la vida. Hoy, de regreso al suelo, se niega a conceder entrevistas porque cree que ya lo ha dicho todo y porque ha decidido dedicarse plenamente al activismo y nada más.
Un amigo de Julia y miembro del equipo que la abastecía desde el suelo escribió después que al ver que Luna seguía en pie él descubrió «el poder del amor y cómo con suficiente fuerza, resistencia, compromiso y amor, estos árboles se pueden preservar».
En una entrevista concedida a La Vanguardia cuando Butterfly todavía se relacionaba con la prensa, compartió los detalles de su vida sobre el árbol: cómo recogía agua de lluvia con una esponja para lavarse y cómo se vio, desesperada, a punto de morir a causa de un frío que no la dejaba ni dormir.
Aunque bajó de sus ramas, Julia Butterfly Hill nunca se alejó de Luna. La volvió a visitar, escribió un libro en papel reciclado cuyos beneficios destinó a la preservación de los bosques y creó la ONG Circle of Life. Con su empeño, Butterfly consiguió convencer a la compañía de que no talase aquella secuoya ni las que la rodeaban. Y no solo eso: logró concienciarles y comenzaron a aplicar nuevas políticas más clementes con la naturaleza.
Desde entonces, Butterfly participa en sentadas por la protección de los árboles. Desde el suelo o desde las ramas, su vida es una constante lucha por que los árboles permanezcan donde nacieron y crecieron.
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Pero esto ¿sucedió antes o despues del episodio de los Simpsons?
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