En Nairobi, la capital de Kenia, una joven trabajadora con educación universitaria teclea en su smartphone un mensaje de texto. A cientos de kilómetros, en su región de origen, en la lejana provincia nororiental, un pit-pit suena en el básico Nokia de su madre. Esta sonríe y, con su móvil, se dirige al tendero del pueblo. Tras enseñarle el mensaje, el dependiente toma nota en una libreta y le da un fajo de chelines keniatas a la señora. Esta se va tan contenta a hacer la compra gracias al dinero que su hija le ha enviado mediante M-Pesa, un sistema de banca en el teléfono móvil que se ha propagado por el país centroafricano.
Este ejemplo fabulado sucede de manera más o menos similar todos los días en Kenia, un país donde el dinero que se mueve por la red telefónica ya supone más del 10% de sus 72.340 millones de dólares de su producto interior bruto. Aunque existen más compañías dedicadas a este negocio en el país, como YuCash, Orange Money o Airtel Money, es M-Pesa, de SafariCom y Vodafone, quien controla el 65% del mercado, según la Comisión de las Comunicaciones de Kenia. Un mercado que, para mayor asombro, no existía hasta que, en abril de 2007, estas dos empresas lanzaron el servicio.
M-Pesa es, básicamente, un servicio ligado a un número de teléfono móvil en el que se puede cargar crédito a cambio de dinero en metálico. Con este crédito se puede pagar desde las facturas hasta la compra en una tienda, pasando por los servicios de un fontanero, y, para realizar la transacción, debe enviarse un mensaje de texto a quien le debamos el dinero usando un sistema de códigos. Para retirar o cargar capital, hay que acudir a la red de agentes M-Pesa, muchos de ellos pequeños comerciantes, que hay repartida por todo el país.
Para entender cómo M-Pesa se propagó como una epidemia en Kenia, hay que tener en cuenta que es un país sin pensiones ni prestaciones y donde un 14,3% de la población —desempleados y ancianos de las aldeas, principalmente— depende de los envíos de dinero de los jóvenes trabajadores urbanos como fuente principal de ingresos. El sistema bancario es caro para el usuario. No comenzó a desarrollarse hasta los años 90 y dejó fuera de la ecuación a las zonas rurales para centrarse en las urbanas, llegando en 2007 solo al 19% de la población. Hasta la llegada de M-Pesa, los keniatas dependían de sistemas tan poco fiables como enviar el dinero con un amigo o un conductor de autobús, o tan caros como los sistemas de envío postal.
(Foto: Realt0n12 bajo lic. CC)
Así, cuando se lanzó en abril de 2007 este sistema desarrollado por la británica Sagentia —que también se encarga de asesorar en las frecuentes tareas de sobredimensionamiento— partía de una base de 52.000 usuarios y 335 agentes. Para el año siguiente, los usuarios crecían hasta los dos millones y los agentes llegaban a los 2.500. En 2009, se multiplicaba el número de usuarios hasta los seis millones y para 2011, la cifra de suscriptores se estabilizaba en los 14 millones, atendidos por una red de 27.000 agentes M-Pesa y aportando unas ventas a Safari Com que han subido desde los 34 millones de dólares, en el año fiscal de 2009, hasta los 197 de 2012. Si se junta esta cifra con los usuarios de las otras marcas, hay un total de 19 millones de usuarios en un país con 43 millones de habitantes.
Con esta virulencia no resulta extraño que Benjamin Ngugi, profesor keniata de Sistemas de Información en la Suffolk University de Boston, contase, además de con un colega de esta materia de la Universidad de Nagoya, Japón, con un epidemiólogo de Harvard para escribir su artículo M-Pesa: A case study of the critical early adopters in the rapid adoption of mobile money banking in Kenya. “Un gran problema que tenemos en la tecnología es cómo hacer que la adopte la gente pobre”, explica al teléfono Ngugi desde Bostón.
La forma habitual de penetración de una tecnología en una sociedad es la siguiente: primero es adoptada por la vanguardia tecnológica, llamada en el argot ‘innovators’, seguidos por los ‘visionaries’ o ‘early adopters’. Cuando la tecnología ha probado su utilidad en estos dos grupos, que según cálculos académicos suelen suponer el 16% de una población, pasa a la ‘early majority’ para luego, finalmente, trasladarse al ‘bottom of the pyramid’, es decir, la inmensa mayoría de la gente. Pero en Kenia la banca en teléfono móvil, a través de M-Pesa, se saltó la ‘early majority’ y se introdujo desde los ‘adopters’ hasta el ‘bottom of the pyramid’.
“Cómo se hizo fue muy simple”, razona Ngugi. “Los padres quieren que sus hijos, que son trabajadores urbanos con educación y sin aversión por la tecnología, les envíen dinero, así que, cuando estos van a visitarles, les regalan un móvil muy simple y les enseñan cómo utilizarlo para recibir el dinero. Luego, son estos mayores quienes educan a su vecindario sobre las ventajas de los sistemas como M-Pesa”, continúa, “y, para cuando acaba el día, todo el mundo está usando esta tecnología”. Aunque Vodafone ha intentado reproducir el éxito de M-Pesa en otros países como Tanzania, Afganistán, India o Sudáfrica, en ninguno ha adquirido las mismas cualidades epidemiológicas que en Kenia.
En una serie de testimonios que, amablemente, una periodista local recogió para Yorokobu, puede verse la ventajas que la población observa en este sistema. Así, Mary Wanjiru, una verdulera que compra su mercancía en el campo y la transporta por la noche a la capital para venderla al día siguiente, cuenta que su negocio “no es siempre seguro. Viajo de noche, y en el mercado es muy fácil que alguien te robe el dinero si no tienes cuidado”, y explica, “con M-Pesa, no necesito llevar metálico ya que solo envío el dinero a mis suministradores y mis clientes me pagan a través de este servicio”.
Pero M-Pesa y la banca a través del teléfono móvil no están exentos de problemas. “Uno muy grande es el del crédito flotante”, advierte el académico Ngugi. “Como se está enviando constantemente dinero a las aldeas, el agente de la misma necesita sacar miles de chelines keniatas del banco, que está en la ciudad”. Eso implica tanto costes en tiempo y dinero como el riesgo de que, a la vuelta, el agente, no precisamente anónimo por su trabajo cara al público, sufra un atraco. El segundo gran problema que este estudioso ve es que, en caso de error al escribir el número al que quiere enviarse, el dinero no hay forma de recuperarlo.
Otro de los desafíos a los que se enfrenta ahora la banca a través del teléfono es a un nuevo impuesto del 10% sobre cada transferencia realizada. Incluida junto con otras subidas de impuestos al alcohol y el tráfico de datos por Internet en la Finance Bill 2012, los parlamentarios keniatas escudan la nueva tasa con la justificación para así solucionar una reciente huelga de profesores y trabajadores sanitarios para la mejora y cobro de sus salarios y la implantación de la nueva constitución del país. Según fuentes del sector, recogidas por el diario keniata Dialy Nation, las compañías se “verán forzadas” a pasar parte de la carga a los usuarios, encareciendo un sistema que es bastante oneroso para los bolsillos de los keniatas, un 50% de ellos paupérrimos.
Pero, durante la sesión en la que se aprobó la Finance Bill 2012, los parlamentarios metieron a traición, y en secreto, un bonus de despedida para sí mismos de 9,3 millones de chelines keniatas, unos 100.000 dólares por cabeza. Esto motivó a Mwai Kibaki, tercer presidente de Kenia, tras su independencia en 1963 y al que la BBC tildó, cuando fue elegido en 2002, de “limpio y honesto”, a negarse a firmar esta ley, quedando esta subida de momento como una amenaza futura.
“No sabría qué hacer sin la banca a través del teléfono”, reconoce Samson Otieno, un estudiante de ingeniería en Nairobi, que todavía depende del dinero que le envían sus padres desde Kisumu, una ciudad a un día de trayecto desde la capital, “me veo a mí mismo comprando giros postales”. “Es un éxito increíble”, cuenta con orgullo el académico Ngugi, “nunca se ha visto nada igual, algo que cambie tanto la vida de la gente”. Exactamente, según la Comisión de las Comunicaciones en Kenia, existen 19.505.702 suscriptores en un país de 43 millones de habitantes donde, hasta abril de 2007, casi nadie sabía qué ‘carajo’ era eso de la banca a través del móvil.