Podríamos decir sin temor a equivocarnos que 2022 ha sido el año del bum de las inteligencias artificiales. ¿En qué sentido? En el de que, después de años de desarrollo, varias de ellas se han puesto a disposición del público en general, que está aprendiendo, poco a poco, a utilizarlas.
Quizá todo empezó a mediados de 2022 con la popularización de DALL-E Mini (que posteriormente cambió su nombre a Craiyon). Un sistema que permite generar imágenes, habitualmente bastante divertidas y con un toque onírico, a partir de un texto o prompt. ¿Quieres ver a un astronauta haciendo surf en la Luna? Pues en menos de dos minutos tendrás nueve opciones de esa escena.
Una masa de usuarios entusiasmados saturaron a principios del pasado verano los servidores de la aplicación y comenzaron a generar millones y millones de extrañas imágenes que nadie nunca había visto antes.
Craiyon fue la primera en extenderse entre el gran público, pero no fue, ni mucho menos, la primera en aparecer. Desde hacía años existían otras IA de este tipo: el sistema DALL-E (cuyo nombre se deriva de la fusión del personaje de Pixar WALL-E y Dalí), la aplicación sobre la que se había creado DALL-E Mini, se había presentado en enero de 2021 y anteriormente ya existían otras como DeepDream de Google.
Tras ella han surgido nuevas opciones muy interesantes como Imagen y Parti, creadas por Google; NUWA-Infinity, de Microsoft, y Dream, de la empresa Wombo, entre otras. Cada una con sus particularidades y tipos de resultados.
EL MUNDO LABORAL EN UN FUTURO CON IA
Fue, precisamente, el impacto en los medios y las redes sociales de DALL-E Mini lo que provocó que muchos diseñadores e ilustradores comenzaran a sentirse un poco incómodos con todo esto. Se preguntaban, con la boca pequeña, si sería posible que estas nuevas herramientas acabaran quitándoles el trabajo en unos años.
Debido a la rápida popularidad que había adquirido este tipo de herramientas, la idea de muchos medios de comenzar a ilustrar algunos artículos y portadas con imágenes generadas por estas inteligencias artificiales (entre ellos, Yorokobu) no ayudó precisamente a reducir aquellos temores.
Recientemente, tras el hype de las IA creadoras de imágenes, les ha tocado el turno a los textos. Ahora han sido los periodistas y generadores de contenido los que han sentido un cosquilleo en la columna vertebral al ver la eficacia de un sistema llamado GPT-3, capaz de contestar preguntas o escribir en solo unos segundos un texto a partir de una petición o una pregunta. GPT-3 es más versátil que cualquier redactor, puede escribir desde una felicitación de cumpleaños hasta un soneto dedicado a las próximas elecciones municipales, por ejemplo, pasando por cualquier tipo de artículo periodístico.
[pullquote]Los trabajadores pueden llegar a cobrar 1,50 dólares la hora, según explicó la revista Time, y consiguen sus puestos accediendo a plataformas como Crowdflower, Amazon Mechanical Turk o Clickworker[/pullquote]
Está claro que estas primeras inteligencias artificiales están inaugurando tímidamente un nuevo modelo de sociedad en el que, poco a poco, irán reemplazándonos en multitud de tareas, realizándolas de forma mucho más rápida y efectiva que nosotros. ¿Qué haremos los humanos en lugar de trabajar? Ese será, sin duda, uno de los debates más importantes de este siglo, pero volvamos al presente.
LAS IA TODAVÍA NOS NECESITAN
A pesar de que las grandes compañías que están detrás de muchos de estos proyectos, como Meta o Amazon, nos quieran hacer creer que todo lo que producen estas IA surge de forma mágica y todo sale perfecto y a la primera, en realidad, a día de hoy, la mayoría consiguen, de partida, resultados bastante imperfectos. GPT-3, por ejemplo, suele inventarse datos y sacar conclusiones a partir de ellos sin preocuparse por la deontología periodística; o también hacer comentarios o chistes racistas.
Por lo tanto, las IA todavía necesitan del trabajo de miles de humanos que siguen enseñándolas cada día. Y este trabajo, que resulta especialmente tedioso y repetitivo, no se está realizando precisamente por pulcros empleados bien remunerados que trabajan en oficinas futuristas de Silicon Valley, sino que, fundamentalmente, recae en trabajadores freelance mal pagados que se concentran en países del África subsahariana y del Sudeste asiático.
En este sentido, el desarrollo de las IA se diferencia muy poco de otros grandes procesos de producción, como el de la industria textil o la fabricación de dispositivos tecnológicos: trabajadores de países en desarrollo ceden su fuerza laboral a grandes empresas occidentales, que venden sus productos por mucho dinero mientras que ellos cobran un salario de subsistencia.
Según explica Chloe Xiang en un artículo publicado en la revista Motherboard, estos trabajadores llevan a cabo tareas que individualmente representan poco valor añadido, pero para las que se necesitan auténticas masas de obreros. Los trabajos consisten en realizar pruebas de los productos en desarrollo, entrar y etiquetar datos o moderar los contenidos y los resultados de la IA (por ejemplo, intentar eliminar los comentarios racistas de los que hablábamos anteriormente).
Este modelo laboral, aunque evidentemente no resulta tan duro físicamente como el que se realizaba en el pasado en las plantaciones, se parece bastante al del colonialismo. No deja de ser una nueva forma de explotación de las personas de los países en desarrollo por parte de los países ricos.
Los trabajadores pueden llegar a cobrar 1,50 dólares la hora, según explicó la revista Time, y consiguen sus puestos accediendo a plataformas como Crowdflower, Amazon Mechanical Turk o Clickworker, que funcionan de forma parecida a las plataformas de riders que todos conocemos.
UN NUEVO PROLETARIADO GLOBAL
Ya en 2017, cuando las IA todavía resultaban para muchos poco más que una utopía, Mary L. Gray y Siddharth Suri advirtieron de que los nuevos sistemas de inteligencia artificial que se estaban construyendo necesitarían durante mucho tiempo de grandes cantidades de trabajo humano para seguir perfeccionándose.
Así lo recogieron en un artículo de la Harvard Business Review titulado “The Humans Working Behind the AI Curtain” (Los humanos que trabajan tras el telón de las IA). Igualmente, era necesario plantearse seriamente cómo hacer que estos empleos fueran éticos y sostenibles.
«Esta fuerza laboral», afirmaban los autores, «merece formación, apoyo y una compensación adecuada por estar preparados y dispuestos a realizar un trabajo muy importante y que muchos pueden encontrar tedioso o demasiado exigente».
Según este artículo, al igual que las empresas de alimentación están obligadas a publicar la lista de ingredientes de sus productos, en el nuevo sector de las IA —y, en general, en todo el sector digital—, los usuarios también tenemos derecho a solicitar a estas empresas que sean transparentes y nos expliquen quién está detrás de sus aplicaciones y sus contenidos digitales.