Di la verdad, pero dila con tacto;
el éxito está en el rodeo.
Demasiado resplandeciente para nuestra debilidad
en la soberbia sorpresa de la verdad.
Suavizada cual relámpago para los niños
con amable explicación,
la verdad debe deslumbrar poco a poco,
o todo hombre quedaría ciego.
Emily Dickinson
Los sueños no son meros residuos de nuestros procesos cognitivos, sino más bien ventanas introspectivas que abren oportunidades para dotar de sentido a un universo plagado de ambigüedades. Al enfrentarnos a una vida de incertidumbre, los sueños actúan como catalizadores para descomponer y recomponer los complejos rompecabezas emocionales y cognitivos que nos salen al paso diariamente.
Si concebimos el café como el bebedizo que agudiza la mente y nos estimula para resolver problemas, y el vino como la forma de embotar esa mente y aceptar que algunos problemas son irresolubles, los sueños se parecerían más al vino que al café.
Por ejemplo, según un estudio del 2018 realizado por Penelope A. Lewis, de la Universidad de Cardiff, el sueño REM (la etapa más profunda del sueño) ayuda en la toma de decisiones bajo incertidumbre al desconectar la corteza prefrontal, permitiendo soluciones más creativas.
Además, según otro estudio de 2000 publicado en Science (“Replaying the Game: Hypnagogic Images in Normals and Amnesics”), los sueños pueden reforzar y cambiar las conexiones neuronales, lo que se traduce en una mejora de habilidades, como la resolución de problemas.
Frente a algunos dilemas, estamos acostumbrados a pensar en términos de control centralizado, cadenas de mando claras y la lógica directa de la causa y el efecto. Pero, en la mayoría de casos, los asuntos más importantes de nuestras vidas no responden bien a estas formas estándar de pensar. Los datos y los argumentos acaban siendo demasiado débiles, demasiado miopes. Frente a la riqueza del mundo, necesitamos bizquear.
El camino de baldosas amarillas
En un mundo donde el exceso de información y opciones puede paralizar nuestra capacidad para tomar decisiones, los sueños nos ofrecen un campo de pruebas seguro. Un reino de Oz donde los elementos dispares de nuestra existencia se reorganizan en patrones novedosos, liberándonos de la parálisis del análisis. Empujándonos a actuar.
Así, los sueños pavimentan una suerte de camino de baldosas amarillas metafórico, una travesía psíquica que, aunque pueda parecer ilusoria, nos invita a abrir senda hacia un lugar nuevo. En este sendero onírico, nuestras más profundas inquietudes, esperanzas y traumas se sacuden y entrelazan, como si agitáramos un avispero. Algunos nos muerden y pican, pero otros obran como hechizos para propiciar reacciones e invocar reflexiones que, de otra manera, podrían haber permanecido inexploradas.
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Un modo de aterrizar científicamente la metáfora del camino de baldosas amarillas es la Teoría de la recombinación creativa de información, de la neurocientífica Rosalind Cartwright. Según esta teoría, expuesta en su libro The Twenty-four Hour Mind (2010), nuestro cerebro entra en una especie de «modo editor» durante las fases del sueño.
En primer lugar, repasa las experiencias registradas durante el día. Pero no se limita a clasificarlas o almacenarlas tal cual, sino que descompone estos fragmentos de información en sus componentes más básicos. A continuación, se dedica a reestructurar estos elementos de formas nuevas y, a menudo, sorprendentes. Se trata de un proceso altamente dinámico que puede compararse con el montaje de una película, donde se cortan, se reorganizan y se ensamblan escenas para contar una historia coherente y significativa.
Este mecanismo de recombinación tiene aplicaciones prácticas en nuestra vida diaria. Por ejemplo, podría ser la razón detrás de esos momentos de iluminación que a menudo experimentamos tras despertar. El cerebro ha tenido el tiempo y la libertad para explorar conexiones que la mente consciente podría no haber considerado. En ese sentido, la recombinación creativa puede ser un antídoto para el pensamiento lineal y rígido, permitiéndonos atisbar soluciones más creativas y eficientes.
Este enfoque de Cartwright se alinea con la noción más amplia de que el sueño es un estado activo del cerebro con funciones adaptativas, y no simplemente un período de inactividad o recuperación. Nos ayuda a entender que el acto de soñar puede ser una parte vital del pensamiento creativo y del razonamiento complejo, y no simplemente un subproducto aleatorio de la actividad neuronal.
Un cuento antes de dormir
Para construir un mundo que saque lo mejor de la humanidad, no solo debemos sustentarnos en la razón, la lógica y la ciencia, sino que también es imprescindible integrar en nuestro repertorio cognitivo la narrativa, los símbolos y, en ocasiones, el autoengaño.
Aunque se han escrito numerosos libros destacando los riesgos del engaño y del autoengaño, el mero hecho de que estos peligros existan no anula sus ventajas. En vez de erradicar la mentira, sería más provechoso reflexionar sobre su función y considerar cómo podemos utilizarla de manera constructiva.
En lugar de centrarnos exclusivamente en la dicotomía entre lo verdadero y lo falso, deberíamos plantearnos cuestiones más matizadas: ¿cuál es el impacto real del engaño en nuestras vidas? ¿A quién beneficia? ¿Los beneficios compensan los riesgos asociados en un momento dado?
Los sueños son algo así como axones y dendritas en una placa de agar, desparramados como estrellas en el firmamento de una noche despejada: destellos aislados que buscan conexiones en una miríada de posibilidades, formando constelaciones efímeras que prefiguran los mapas neuronales del futuro.
El mundo onírico se convierte, entonces, en una matriz de sentido y de imaginación, donde cada sueño es una novela en sí misma, rica en simbolismos, dilemas y resoluciones. Porque, como seres inherentemente narrativos, hallamos significado y estructura a través de las historias, aunque sean mentira. Aunque sepamos que son mentira.
El sueño es el cuento que nos explicaban cuando, de niños, nos metíamos en la cama, que ahora nos contamos a nosotros mismos en cuanto cerramos los ojos. Y los abrimos.
Me ha encantado el artículo, sobre todo la reflexión “frente a la riqueza del mundo necesitamos bizquear”.