Leo en un informe sobre la crisis y la opinión que tienen sobre la misma los denominados trabajadores del conocimiento (diseñadores, profesionales de las nuevas tecnologías y del marketing, periodistas…) que piensan que, aunque el epicentro de esta situación traumática sea la crisis financiera, existe un sentimiento de culpa debido a eso que llamamos “haber vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Esta conciencia de culpa me intriga, casi tanto como el origen de la crisis, que nos llevó hace muchos meses a entender qué eran las hipotecas subprime y cómo una entidad financiera de cualquier lugar, pongamos una caja de ahorros en Murcia, se ‘enmarrona’ comprando productos financieros imaginativos que al final de la cadena están respaldados por un inmigrante mexicano que no puede, ni nunca pudo, hacer frente al pago de su nuevo hogar en Portland (Oregón).
Hasta aquí, parece que todos los que hemos comprado casas con hipotecas a treinta años, y sin estar seguros de poder pagarlas a lo largo de ese período, somos culpables, pero me atrevo a decir que el organismo que autorizó ese producto financiero, los políticos que lo controlan y el sistema bancario que lo produjo, lo son un poquito más que el resto.
Y la búsqueda de las verdaderas causas, e intentar desprendernos del sentimiento de culpa, nos hace avanzar un poco más. El profesor Navarro da algunas pistas con eso que llama la “polarización de la riqueza”, que resumiendo no es más que, gracias al liberalismo incontrolado, los ricos son más ricos y la clase media, verdadero motor que ‘tira’ del consumo y la economía real, cada vez más pobre con tanto impuesto, subida de precios y bajada de salarios.
Sin profundizar con datos sobre esta polarización del sistema, parece que esta teoría hace culpables a unos cuantos más que no suelen pagar hipotecas. ¿A quién no le sorprendieron el año pasado las declaraciones de multimillonarios americanos y europeos pidiendo a sus gobiernos que querían pagar más impuestos?
Y seguimos avanzando, y es el turno de la globalización, de intentar entender cómo afecta a la crisis, y si esta es pasajera, y por ende, de perder nuestro sentimiento de culpa pensando en que no tenemos nada que ver con lo que ocurra en cualquier país al otro lado del mundo. Pero si miramos donde está fabricado cualquier producto que tenemos cerca, como por ejemplo nuestras zapatillas, camisas, móviles y ordenadores, descubrimos el omnipresente “Made in China” en sus etiquetas.
Podemos hablar de competitividad o innovación, analizar informes y comparar ratios como el IDH, PIB o renta per capita, pero intuyo que al final llegaremos a la conclusión de que varios países asiáticos están, o estaban, manteniendo gran parte de nuestro estado de bienestar con el esfuerzo de unos trabajadores con unas condiciones laborales que ninguno de nosotros aceptaríamos.
Y aquí todos somos culpables, todos los que aceptamos que alguien por haber nacido en el lejano oriente y llamarse Xiao viva y se desviva en una fábrica para que otro tipo que ha nacido aquí cerca, y se llama Ernesto, viva (por encima de sus posibilidades) y disfrute de eso que Xiao produce… ¿durante cuánto tiempo más?
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Luis Bradstrich es fundador de Supertruper
Foto: Wikimedia Commons