Cambiar de sitio un par de letras puede conducir al desastre o al éxito. ¿Podría Duva Normal triunfar en los escenarios como vedette sin sufrir la querella de su original? Lo mismo cabría preguntarse respecto a Domingo Adólfez, célebre modisto gallego, conocido más por su ultraliberalismo que por sus diseños.
Adrián Ferrá nunca acaparó las portadas de la prensa internacional, ni conquistó tres estrelllas de la Guía Michelín, ni deconstruyó el gazpacho, pero prepara las fabes con butifarra como nadie.
En algunos casos las connotaciones pueden ser más críticas. Hay marcas peligrosas, que rozan el abismo semántico, como esa cadena de ropa presente en todo el mundo, casi llamada RAZA.
Sin cambiar ninguna letra, hay otras marcas que, como Mango, descaradamente ignoran su polisemia. “Primera persona del singular del verbo robar”. Y ¿quién no ha pensado al entrar en una perfumería Sephora, que realmente se forran con los precios?
Otras marcas deciden mantener su grafía pero alterar su pronunciación al desembarcar en nuevos mercados. Por ejemplo, la japonesa Mazda, en su idioma original suena algo así como “Melasuda”, lo que abriría la caja de los truenos y de los chascarrillos en las ferias de automóviles ibéricas.
Menos gracia tiene el hecho de que uno de los bancos más importantes de EEUU sea el Chase Manhattan Bank. ¿Cómo pueden llamar a un banco “Chase” y quedarse tan anchos? ¿Qué cliente confiaría sus ahorros a un banco español que se llamara “Persecución”? Que se lo pregunten a los incautos atrapados en las hipotecas subprime.
Todavía menos divertido resulta constatar que una de las tres agencias de calificación de riesgos (tan tristemente famosas estos días) se llama nada más y nada menos que Standard & Poor’s. ¿Lo pillan…?
Y ¿qué me dicen de las connotaciones sicilianas con aroma a salami y a vendetta de esa caja balear llamada Sa Nostra?
En el caso de marcas más pequeñas, y aparte de las ya míticas Bodegas Aguado, no dejan de asombrarme los extintores de incendios fabricados por Palma Peña, S.L. No crean que es una broma, yo mismo tuve uno, aunque sobreviví.
Cuando en los años 60 se introdujo en España la costumbre de tomar té, solo una marca se abrió camino, y como por aquel entonces casi nadie hablaba inglés, el público no se percató de que Hornimans casi significa, literalmente, “hombres cachondos”. No está mal para un producto orientado inicialmente a las abuelitas. Lo cierto es que la compañía fue fundada en 1826 por un inglés llamado John Horniman, o sea, Juan Cachondo, de cuya licenciosa biografía no han trascendido detalles de alcoba.
Pero uno de los casos más increíbles vino de la mano del último mundial de atletismo, donde una atleta sudafricana fue descalificada porque se le acusó de ser hermafrodita… ¡o incluso un varón. La mujer peleó en los tribunales, y aunque los medios de comunicación hicieron un gran eco del caso, casi nadie pareció reparar en su nombre. Lo crean o no, la atleta se llama Semenya.
Por cierto, La Ingle Cortés es el nombre de un elegante y sofisticado sex shop, y el logotipo es un triángulo verde como el de El Corte Inglés, pero vertical.
Y con pelos.
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Antonio Dyaz es director de cine
Este artículo fue publicado en el número de Mayo de Yorokobu