De cómo la lambada fue un plagio

Imagínense la historia como el final de un whodunit. Ocurrió hace 25 años. Hércules Poirot cierra a sus espaldas la puerta de un estudio de grabación. En la sala están Madonna, Janet Jackson, Phil Collins y Prince murmurando en corrillo; los chicos de Milli Vanilli intentan trabar amistad con los de Roxette; Bono se felicita a sí mismo por Angel of Harlem, mientras los demás miembros de U2 abren distraídos otra cerveza; y en una esquina, armando un tremendo alboroto, un grupo llamado Kaoma, mezcla de caribeños, senegaleses, franceses y brasileños bailan al ritmo de la lambada. Poirot agita las puntas de su bigote mientras habla. «Enhorabuena, entre vosotros habéis copado las listas de éxitos de este año», dice el detective. «Pero una de vuestras canciones es robada: es un plagio». Poco a poco, el ritmo se apaga en la esquina de Kaoma. El resto de músicos los mira con el ceño fruncido, mientras Rob y Fab, de Milli Vanilli, tratan en vano de que alguien traduzca al alemán a Poirot.
Europa entera se rindió en 1989 a la fiebre de la lambada. Fue número uno en España, Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Suiza, Austria, Noruega, Suecia y Holanda. Aquel ritmo pegadizo que se conocía como «la danza prohibida» se desempeñó mejor en las listas de éxitos que Batdance, de Prince, o Like a Prayer, de Madonna. Pero la burbuja de éxito de Kaoma explotó cuando un grupo latinoamericano les denunció por plagio. La lambada era en realidad una adaptación al portugués de Llorando se fue, uno de los temas más celebrados de Los Kjarkas, la banda de folclore andino más famosa de Bolivia.
Gonzalo Hermosa, vocalista y líder de Los Kjarkas, lo recuerda todo con una enorme sonrisa desde su casa de Cochabamba, una ciudad de poco menos de un millón de habitantes en el corazón de Bolivia. «Teníamos que completar diez canciones para llevar una grabación a vinilo, pero nos faltaba una. Mi hermano Ulises usaba una melodía muy sencilla para afinar y yo le dije: ‘¿Por qué no me dejas ponerle letra y así terminamos el disco?’. Era una canción de relleno. Nunca pensamos que iba a ser un éxito».
Resulta paradójico que la melodía de su canción más popular le llegara a Los Kjarkas —que en quechua significa «a falta de afinar»— cuando ponían a punto una guitarra. Pero así lo cuenta el mayor de los hermanos Hermosa, un hombre elegante de mediana edad que vive con la alegría de quien lleva 40 años recibiendo aplausos. «La canción pegó tanto que llegó a Colombia, Brasil, Perú, Argentina… y otros músicos la tomaron para su repertorio. Estábamos felices. Nuestra forma de ser era solo difundir nuestra cultura. Sin embargo, cuando supimos que Llorando se fue se convirtió en lambada y apareció con el nombre de otros autores nos quedamos fríos, desalentados y desprotegidos», afirma Hermosa.
http://youtu.be/zemmrDEUZEE

La industria de la música pasó por su gran boom en los años 80. La cadena de televisión MTV nació en 1981 y, en apenas una década, ayudó a catapultar a las estrellas del pop y del rock a una gloria hasta entonces inimaginable. Era la época en la que las revistas se vendían como rosquillas y el negocio de la música se convirtió en un leviatán a escala mundial.
Con la intención de subirse a esa ola, dos productores europeos, el griego Jean Georgakarakos y el francés Olivier Lorsac, se embarcaron hacia Sudamérica en busca de un ritmo nuevo. Querían algo desconocido en el viejo continente, pegadizo, llamativo para la radio, bailable y con atractivo en la televisión. En Brasil encontraron la fórmula mágica: se toparon con una melodía evocadora y sensual que acompañaba a una danza hipnótica, de pronunciados movimientos de caderas. Era la adaptación caribeña de Llorando se fue. Los productores cambiaron el folclore por un ritmo más pop, más percusiones, un paso más rápido, y la pusieron en el mercado musical como quien hubiera encontrado un tesoro enterrado en una playa de dunas y palmeras.
En Bolivia, uno de los países más pobres de Latinoamérica a finales de los 80, prácticamente no existía el derecho de autor. Había una ley de 1904 que nadie respetaba. Por suerte, algunas canciones de Los Kjarkas se habían registrado en Alemania. Ahí se aferraron los abogados de la banda boliviana para sacar adelante en Europa uno de los mayores juicios por plagio de la historia de la música.
«Karakos y Lorsac sabían que era imposible tapar el sol con un dedo, así que, cuando avanzó el juicio, intentaron llegar a un acuerdo: querían figurar como coautores. Nosotros no quisimos negociar. Ellos no inventaron nada. Era casi la misma canción que nosotros llevábamos años tocando», señala Gonzalo Hermosa.
Aunque la fiebre de la lambada aguantara impertérrita al plagio en las pistas de baile, Kaoma nunca consiguió un éxito similar. Fue el ejemplo perfecto de un One Hit Wonder. Los Kjarkas, sin embargo, siguieron grabando discos y girando por todo el mundo. En Bolivia son más grandes que los Rolling y Llorando se fue sigue cerrando la mayoría de sus conciertos. Ulises Hermosa falleció de leucemia en 1992 y hoy ya nadie en el grupo usa su melodía para afinar.
Gonzalo Hermosa repasa de un vistazo una repisa del estudio llena de premios y, por un momento, parece perder la alegría después de bucear tanto tiempo en el pasado. «Es el mayor éxito de la música boliviana en el extranjero y a punto estuvimos de que nos lo robaran», dice. Acto seguido se agacha, levanta una guitarra y los primeros acordes le devuelven la sonrisa.

Texto y fotos de Javier Sauras y Felix Lill.

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Patrick Thomas

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