En la película The sleeping dictionary, ambientada en Malasia, se habla de unas concubinas que recibían el nombre de ‘Diccionarios de cama’ y se adjudicaban a los colonos para que estos aprendieran el lenguaje local. «Pienso que compartir cama y charlas de cama con alguien que habla bien hace que uno mismo se esfuerce por dar lo mejor de sí mismo en cuanto al lenguaje y en cuanto a todo». Esa afirmación puede sonar «ñoñeras a tope», según su propia autora Sabina Urraca. Pero el método que ella ideó para transmitir algunas reglas ortográficas básicas no lo es en absoluto.
La diseñadora dio vida a un fanzine con ilustraciones muy provocadoras y explícitas entre las que asoman lecciones de gramática. «Siempre he sido una maniática de la ortografía, y soy perfectamente consciente del poder que tiene el sexo para transmitir cualquier mensaje importante. No hay más que poner la tele para darse cuenta de eso. Prácticamente todos los anuncios tienen un guiño sexual que engancha al espectador». Sabina Urraca empezó a publicar en su blog imágenes sexuales acompañadas de consejos ortográficos, y como «cualquier cosa con contenido sexual llama mucho la atención», a los lectores le encantó. Tras el aumento de visitas, su mejor amiga la puso en contacto con Gráficas Torete, que hizo realidad el fanzine.
La publicación del librito supuso para Sabina un sinfín de entrevistas en medios, llamadas de profesores de universidad de muchos países hispanohablantes e incluso un trabajo mejor del que tenía. «El clímax del asunto fue un día en el que me llamaron del programa de Buenafuente para que fuese como invitada. Pensé que era broma, y estuve vacilando un rato a la de producción hasta que me di cuenta de que la cosa iba en serio. Al final no pudo ser porque me coincidía con un viaje, pero la verdad es que aquella propuesta ya rozaba el terreno de lo delirante. Un día te pones a hacer unos dibujitos y en dos meses te llaman para salir en la tele. Es una locura, sobre todo tratándose de algo tan modesto y tan poco de consumo de masas como un fanzine».
Aunque la reacción general fue «maravillosa», también hubo opiniones negativas. «Había gente que me escribía indignada por las imágenes de sexo explícito, alegando que sus niños tenían libre acceso a internet, y que, si buscaban alguna norma ortográfica, podrían ver mi libro. Incluso hubo un grupo de señoras que decidieron hacer una cruzada contra mí, y me enviaron un escrito en el que me obligaban a eliminar todas las imágenes de la Red y a retirar los fanzines de las librerías. La verdad, no entendí esto, existiendo como existen por todas partes miles de cómics, libros, programas de televisión, etc, que muestran sexo explícito».
Su «neurosis» no permite a la artista dejar impunes los casos de mala ortografía. Suele ponerse en contacto con sus responsables para indicarles el error, pero muchas veces no le hacen caso y siguen difundiéndolo mal escrito. «Supongo que por una especie de orgullo absurdo», reflexiona. «A veces incluso se cabrean y me dicen que les da igual, que nadie les había dicho nada, y que —esta es una de las razones más extendidas y más tristes— «qué más da, si así se entiende»».
Le molestan más las faltas por exceso que por defecto: prefiere que falte una tilde a que sobre. «El otro día pillé por banda a unos colectivos que habían organizado unas actividades llamadas Jornadas contra la «Homofóbia*», así, con su buena tilde», recuerda. Le producen urticaria los mensajes mal escritos en las redes sociales. Pero, si tuviera que elegir, lo que verdaderamente le pone «los pelos de punta» es «la gente que escribe sin tildes su propio nombre y/o apellidos. Es el culmen de la dejadez y la abulia ortográfica». Los concursos de «microrelato*» con una erre solitaria; las cuentas de Twitter de los políticos, «el uso “godzillesco” de las comillas, que arrasan con todo»; las pintadas callejeras con faltas de ortografía… A Sabina no le falta material en un día cualquiera, e incluso a veces parte de expedición a otras ciudades solo para fotografiar cosas de ese tipo.
La creadora de Sopapo opina que el hecho de que algunas personas cometan más faltas y otras menos no depende estrictamente de cuánto lean, como muchas personas dicen. «Conozco a gente que ha leído muchísimo y comete faltas de ortografía, y al contrario». Ella cree que más bien depende «del interés que le pongas al asunto y lo puntilloso que seas». Y admite que ella fue al colegio con algunas personas que ahora son astrofísicas e ingenieras, mientras que ella es «absolutamente negada con los números, de una manera que roza la discapacidad. No puedo dividir la cuenta de un bar, ni saber cuánto me tienen que devolver en una tienda. La parte numérica de mi cerebro es una laguna negra pantanosa».
Aunque tiene claro que las nuevas tecnologías han influido negativamente en la escritura, no se explica por qué. «¿Por qué ahora, que hemos vuelto a utilizar la escritura a todas horas, se escribe peor? No consigo comprenderlo. Deberíamos ser todos grandes genios de la comunicación epistolar».
Como casi todas las personas que exhiben su amor e interés por el lenguaje, está acostumbrada a sufrir «acusaciones» como la de ser tachada de «nazi de la ortografía». Le entristeció que la gente le dijera, tras la publicación del fanzine, que le resultaba difícil enviarle un mensaje o un mail. «Eso me dolía de verdad. Más que una ortografía impecable, aprecio a la gente que escribe con gracia y salero. Lo que pasa es que a veces, para que ese salero pueda salir a flote, se necesita escribir correctamente».
El pasado 3 de julio se inauguró una exposición en la que están a la venta los originales de Tus faltas de ortografía hacen llorar al niño Dios. Aún puede visitarse en el Café Molar (calle de la Ruda, 19. Madrid). «Invito a todo el que quiera a venir y pasarlo TETA (la experiencia me dice que siempre hay que incluir algo sexual para captar la atención de la gente)», anima la autora.
La letra, con sexo entra
