Mandanga Mondays: encuestas delirantes para aliviar la amargura de los lunes

noemí rebull

El humor de la ilustradora Noemí Rebull te hace cuestionarte a ti mismo. No es que te interrogue sobre cuestiones trascendentales ni que te abra la conciencia, la pregunta es más bien otra: ¿A ver por qué llevaré cinco minutos riéndome de esto? Los desparrames de Rebull (cosas como: «Si un dorito tuviera pene, ¿se llamaría Nacho Vidal?») se traducen ahora en formato de encuesta con la sección Mandanga Mondays, en el Instagram de Yorokobu.

«Un día que me aburría decidí crear stories haciendo preguntas, cosas muy random, por ejemplo: ¿qué prefieres cagar bien y follar mal o follar bien y cagar bien?», recuerda Rebull.

Los lunes son días de cara mustia y racimos de legañas, y Mandanga Mondays aparece para enjuagarnos el gesto y hacer más soportables los bufidos de los jefes. Rebull tiene una relación incierta con los lunes: «Obviamente, los lunes joden, pero ahora soy autónoma y no me pesan tanto. Ahora los veo mejor, aunque no es que molen. No sé: son una mierda los lunes».

mandanga mondays

El epicentro de sus viñetas han sido siempre los giros lingüísticos. Jim Morrison convertido en Gym Morrison, dibujado inflado como una colchoneta y practicando halterofilia con un cigarro colgando de la boca. Una repelente fruta llamada albaricock que consta, básicamente, de un albaricoque con un pene de pelo crespo insertado.

«En el fondo es un mensaje como muy poligonero, y me gusta utilizar desde personajes del barrio como Ylenia a famosos más internacionales», expresa la autora que decidió bautizar su estilo como arte poligonero. Ese término remite a chavales ociosos sentados en las aceras, a risas ajetreando debajo de una parada de autobús o en los bancos de un parque y, sobre todo, a humor canalla y nada presuntuoso.

Mandanga Mondays plantea dudas necesarias, conflictos que importan, reflexiones que están en la calle y nadie se atreve a abordar: «¿Rajar a muerte de tu jefe/a con el nuevo y descubrir que es su hijo o follártelo y despertarte en casa de tu jefe/a?», «¿Aprender a ser narcotraficante o aprender a robar a abuelos?», ¿pondrías a tu gato Federico Felini o Jean Cat Van Damme?, «¿Que cada vez que te toques te mire fijamente Leticia Sabater o mirar fijamente a Leticia Sabater cada vez que se toque?».

Los desvaríos lunáticos (de lunes) hablan de excreciones, de personajes célebres como Chicote, Charles Manson o Belén Esteban, de costumbres de pareja, de cenas de empresa, de despropósitos de Año Nuevo… Cualquier tema es susceptible de quedar en pañales (cagados) en manos de la autora.

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noemí rebull

La técnica de La Mandanga huye también de la presuntuosidad. Rebull aplica trazos infantiles como de libreta de colegio. El niño que garabatea en los márgenes de las páginas de los libros, aunque no lo sepa, está acometiendo una rebelión: está burlándose de todo ese mundo ordenadito, limpio e impreso que hay dentro de la mancha de texto, y no lo hace combatiendo las ideas (lo cual supondría tomarlas en serio), sino pasando de ellas.

Esa es la impresión que provoca La Mandanga. Parecen ocurrencias pintadas en los márgenes del humor online, del bonitismo Mr. Wonderful, del postureo intelectualoide y de los chistes que pugnan por llevarse la medalla al ingenio y la inteligencia. Rebull, igual que el niño despistado, no parece captar esta intencionalidad en sus propias creaciones; al contrario, habla de una idea que brotó sin más.

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«Yo siempre había ilustrado y compartido cosillas para mis amigos de Facebook. Esto no lo pensé como proyecto, solo me cree la cuenta de Instagram para seguir compartiendo, sin un concepto claro. No fue un proyecto diseñado», recuerda.

El nombre, La Mandanga, no es un homenaje a la canción de El Fary: «Me abrí la cuenta en Instagram mientras me aburría en la cola del cine. No sabía qué nombre poner ni tampoco lo que iba a hacer, y al final dije, va, La Mandanga. Y ahora la verdad es que encaja bastante».

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Encaja porque uno al escudriñar entre las viñetas o al responder a las encuestas de Mandanga Mondays se siente como si se hubiera fumado algún florero. Uno ve la imagen de una babucha (alpargata) y se encuentra un dibujo de una zapatilla con cara y babeando y se ríe un poco. Entonces vuelve a mirar y dice, qué tontería más grande, y se ríe más porque le parece raro haberse reído de eso. Es un humor de efecto retardado y acumulativo. Nos revela nuestra propia sencillez y eso, de alguna forma, nos aporta un poco de felicidad. Sobre todo, los lunes.

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El cerebro de Noemí Rebull se ha acostumbrado a buscar el giro lingüístico en cada expresión. Registra todas las palabras como quien levanta los felpudos de todas las casas para ver si encuentra una llave debajo. «Sí, estoy un poco enferma. Me salen un poco de la nada, sin querer, pero saco mucha mierda, a veces mis amigos se ríen de mí. No sé, no diría que tenga un don, no se le puede llamar así porque es algo bastante cutre», ríe.

La autora insiste en que no hace nada nuevo. El tipo de humor que le divierte, comenta, ha existido siempre. Se trata del manejo del absurdo. La Mandanga fluye bien en ese cauce. Las formas del absurdo dependen de cada época. Ahora, en pleno clímax de espontaneidades fingidas, llenas de poses y de filtros, un pene a pelo y dibujado sin precisión, siempre se agradece.

«Si salen tetas o pollas, seguro que lo peta. Nino Rabo [el cantante empalmado], Nacho Vidal [un dorito con cimbrel]… eso triunfa. Pero también tienen éxito cosas más pastelosas, rollo el Quieres quesarte conmigo. Gustan los dos extremos, las cosas neutras no triunfan mucho», resume. «Diría que triunfan más los Mandanga Mondays escatológicos o sobre sexo».

Hay decisiones transcendentales que nos marcan de por vida; decisiones como esta:

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Patrick Thomas

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