El templo del Tibidabo se transfigura cada noche en el faro espiritual y protector de la ciudad de Barcelona. Devotos católicos, o no, lo han convertido en una cita mensual consigo mismos y con la divinidad. Es un retiro espiritual en toda regla, como afirma el propio rector de la basílica. No importa credo o religión; “Hoy necesitamos silencio… Necesitamos reflexionar sobre lo que hacemos… relajarnos, huir de la agitación, encontrar un tiempo para nosotros mismos».
Una noche al mes hombres y mujeres de diferentes edades, clase social y procedencia suben en grupos organizados a pasar una noche entera en el Tibidabo. El templo dispone de cuartos para sus adoradores y tras una reunión, una peregrinación hasta la ermita de la adoración y una misa, cada cual espera su turno. Su hora de autoreflexión, de meditación, de silencio.
El 20 de noviembre del 2010 se celebró el cincuentenario con centenares de adoradores nocturnos actuales y otras épocas y una representación vaticana. Algunos de los adoradores que se iniciaron en 1960 todavía continúan. Solo algunos. Las adoraciones nocturnas son una práctica habitual en muchas parroquias, pero nunca con tanta persistencia y continuidad en el tiempo, noche tras noche. Las más conocidas son las de Montmartre en Paris y la de Roma, que cumplía 300 años esa misma noche.
Al tiempo, podemos decir que la adoración es perpétua, ya que por el día también hay turnos de adoradores que no dejan vacía la ermita ni un solo momento. Aunque su antigüedad no alcanza el medio siglo como su sacrificada versión nocturna.
Edgar Melo es fotógrafo