¿Evoluciona la personalidad al hacernos viejos?

30 de abril de 2020
30 de abril de 2020
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la personalidad cambia en la vejez

Frente al dicho popular de genio y figura hasta la sepultura, los psicólogos empiezan a entonar una vieja canción de Mercedes Sosa, «cambia, todo cambia». Porque eso de que la personalidad es una y fija para cada persona hasta el fin de sus días no parece del todo cierto. O eso, al menos, es lo que parece haber demostrado un estudio realizado por la Universidad de Edimburgo.

En 1932 se sometió en Escocia a un test de personalidad a 1.208 escolares que por aquellas fechas tenían unos 14 años. Se les pidió a sus profesores que rellenaran seis cuestionarios distintos para evaluar a los estudiantes según seis rasgos: autoconfianza, perseverancia, estabilidad de los estados de ánimo, originalidad y deseo de aprender. Además, se les realizó también un test de inteligencia.

Años más tarde, en 1947, se volvió a someter al mismo estudio a aquel grupo de adolescentes. La personalidad de todos ellos, 15 años después, no parecía haber variado.

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Pero la sorpresa llegó en 2012, cuando un equipo de psicólogos consiguió localizar a un buen número de aquellos escolares, que ya habían cumplido 77 años, de los que 174 consintieron en volver a hacer el mismo test. Esta vez eran ellos y algún familiar o amigo quienes tenían que valorarse en función de los mismos seis parámetros de 1932. Los resultados parecían demostrar que no tenían la misma personalidad a los 14 que a los 77 años. Lo que vendría a echar por tierra la teoría de que aquella se fija en cada individuo hacia los 30 años de edad.

«Como resultado de este cambio gradual, la personalidad puede aparecer relativamente estable en intervalos cortos», escribían los autores del estudio de la Universidad de Edimburgo. «Sin embargo, cuanto más largo es el intervalo entre dos evaluaciones de personalidad, más débil es la relación entre los resultados obtenidos. Nuestros resultados sugieren que, cuando el intervalo se incrementa 63 años, casi no hay relación alguna».

¿Significa esto que nuestra personalidad cambia con los años? Según ese estudio, la idea no parece descabellada. Tanto la adolescencia como la vejez son etapas de desarrollo y cambio de la personalidad significativos. Si tenemos en cuenta el enorme espacio de tiempo que abarca la investigación, sus participantes habrían vivido dos periodos de grandes cambios. No se ve igual la vida, ni se siente, con 14 que con 77 años.

Sin embargo, los autores advierten de que un estudio que cubre un periodo de tiempo tan largo puede tropezar con algunos obstáculos. Para empezar, con la propia teoría de la personalidad, que ha cambiado significativamente desde que se realizó el test por primera vez hasta nuestros días. Hoy se afirma que la personalidad se compone de cinco rasgos principales: extraversión, neuroticismo, amabilidad, apertura a la experiencia y responsabilidad. Pero no era así en 1947, por lo que aquel estudio era bastante más superficial e incompleto.

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Otro problema metodológico está en el hecho de que las valoraciones que hicieron los profesores de sus alumnos podrían estar sesgadas por cómo los consideraban según sus expedientes académicos. De hecho, las puntuaciones de personalidad que recibieron aquellos adolescentes se correlacionaron con su coeficiente intelectual.

Y el último obstáculo, que ese pequeño grupo de personas que accedieron a repetir el test en 2012 tenía una puntuación más alta en promedio en cuanto a fiabilidad e inteligencia, lo que podría haber afectado a la capacidad de detectar signos de estabilidad de la personalidad. Así pues, no es fácil aseverar categóricamente que la personalidad cambie, ni tampoco lo contrario.

¿CAMBIA LA PERSONALIDAD O, SIMPLEMENTE, MADURAMOS?

¿Qué entendemos por personalidad? ¿Es lo mismo que carácter, temperamento o madurez? Cristina Jiménez Huélamo, psicóloga clínica de Madrid, comenta que se trataría de una «construcción hipotética desde la que intentamos explicar la psicología de un sujeto». Vendría a ser el conjunto de características psíquicas que conforman nuestro modo de pensar, sentir y actuar, y que serían conformadas por una compleja amalgama de factores biológicos innatos (genéticos) y factores adquiridos (sociales y culturales). Es decir, que no es algo con lo que se nos selle al nacer, sino que se trata de «un proceso continuo y progresivo que se adecúa a un proceso evolutivo a lo largo del ciclo vital de las personas».

Jiménez distingue también entre temperamento y carácter. El primero viene marcado por la genética (es innato), se manifiesta muy tempranamente y es relativamente estable en el tiempo. El segundo se entiende como la manifestación de la personalidad, donde influyen aspectos más ambientales y donde hay más posibilidad de transformación.

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«Uno de los elementos clave de la personalidad es el hecho de que permanece relativamente estable a lo largo de toda la vida», explica la psicóloga clínica. «Esto no significa que no sea susceptible de sufrir modificaciones relacionadas con las circunstancias de la vida y las experiencias vividas o incluso el deseo consciente de querer cambiar algún aspecto de nosotros mismos».

Por tanto, parece lógico concluir que la personalidad, como resultado de un proceso evolutivo vital, tiene margen para poder modular muchos aspectos. Lo que parece relacionarse con lo que llamamos madurez. Así, decimos que una persona es madura porque tiene una personalidad más equilibrada, flexible y armónica y sabe gestionar los cambios que la vida le presenta.

«Cuanta mayor es nuestra comprensión y conciencia de quienes somos y por qué, más posibilidad hay de poder cambiar determinados rasgos de personalidad», afirma Cristina Jiménez Huélamo. «Pero los cambios son progresivos y siempre condicionados por nuestras experiencias tempranas, nuestro temperamento y nuestras circunstancias vitales en cada momento evolutivo dentro del ciclo vital».

Lo que cambia con los años, explica, son los hábitos, las costumbres, la manera de sentir y vivir según nos haya ido en la vida. «La manera que tenemos de envejecer estará en relación con la vida que hemos llevado y con las condiciones físicas que tengamos, así como familiares y sociales».

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