«Durante tres meses y 20 días recorrimos más o menos 4.000 leguas en el mar que llamamos Pacífico, porque mientras hicimos nuestra travesía no hubo la menor tempestad. No descubrimos en este tiempo ninguna tierra, excepto dos islas desiertas en las que no encontramos más que pájaros y árboles, por cuya razón las designamos con el nombre de islas Infortunadas».
Hace 500 años un puñado de hombres se echó a la mar en cinco barcos sin GPS, sin mapas y sin otra tecnología que astrolabios, cuadrantes, agujas magnéticas, relojes para la flota y correderas, un artilugio para medir la velocidad de las embarcaciones que dio origen al nudo marinero.
El objetivo inicial de la expedición, capitaneada inicialmente por el portugués Fernando de Magallanes y concluida por el español Juan Sebastián Elcano, era alcanzar las Molucas, las islas de las especias, equivalentes a la actual Indonesia. La misión, que acabó dando la primera vuelta al mundo, contaba con el beneplácito y el patrocinio del rey Carlos I de España, que vio en aquellas islas grandes oportunidades comerciales.

La crónica de este apasionante viaje quedó a cargo del italiano Antonio Pigafetta, marinero, geógrafo, escritor y uno de los 18 supervivientes que consiguió regresar a Sevilla en 1522 tras tres años de aventuras por mares y tierras desconocidas. Nació en Vicenza en torno al año 1492, el mismo en que el también italianísimo (a pesar de lo que digan los historiadores españoles) Cristoforo Colombo comenzó su travesía hacia el Nuevo Mundo.
Seducido por la idea de encontrar nuevas rutas comerciales al otro lado del planeta, Pigafetta se embarcó gracias al enchufe del papa Clemente VII, su amigo personal. «Pienso que nadie en el porvenir se aventurará a emprender un viaje parecido», escribió este cronista en su diario de bordo, reeditado el año pasado en España bajo el título La primera vuelta al mundo.
En la era actual de los viajes low cost hacia destinos totalmente dominados por el ser humano, cuesta imaginar cómo pudo llevarse a cabo una hazaña tan ambiciosa con los conocimientos del siglo XVI. El grupo de argonautas, que creyó a pie juntillas en el proyecto de Magallanes, no sabía exactamente cuál sería la ruta hacia la tierra prometida de las especias, ni mucho menos cuánto iba a durar la travesía por aguas inexploradas. Nadie conocía el tamaño real del océano Pacífico. Además, el viaje dependía exclusivamente del viento porque lo navíos solo disponían de velas.

De hecho, por un error de cálculo o tal vez por una logística imposible de mejorar, los barcos no llevaban suficiente comida. Muchos marineros acabaron muriendo de hambre o de escorbuto, una enfermedad causada por la falta de vitamina C y cuyos síntomas son manchas oscuras en la piel y hemorragias en las mucosas, sobre todo en las encías.
«Navegamos durante tres meses y 20 días sin probar ningún alimento fresco. El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado con gusanos, que habían devorado toda la sustancia y que tenía un hedor insoportable por estar empapado en orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber era igualmente pútrida y hedionda. Para no morir de hambre llegamos al terrible trance de comer pedazos del cuero con que se había recubierto el palo mayor para impedir que la madera rozase las cuerdas».
«Este cuero, siempre expuesto al agua, al sol y a los vientos, estaba tan duro que había que remojarlo en el mar durante cuatro o cinco días para ablandarlo un poco, y enseguida lo cocíamos y lo comíamos. Frecuentemente quedó reducida nuestra alimentación a serrín de madera como única comida, pues hasta las ratas, tan repugnantes al hombre, llegaron a ser un manjar tan caro que se pagaba cada una a medio ducado», escribe Pigafetta, que incluso esbozó un pequeño diccionario de las lenguas de los pueblos indígenas que se encontró a su paso.
A pesar de las penurias y de la incertidumbre, el primer viaje marítimo que dio la vuelta al mundo fue una revolución en muchos aspectos. Marcó el comienzo de la globalización, tal y como la entendemos hoy, y no solo por la cantidad de leguas que los navíos recorrieron. La tripulación era multicultural, lo que originó alguna que otra pelea, incluso violenta, en alta mar.
«Pero lo importante es que, a pesar de todo, hubo una fuerte unión entre estos hombres que hablaban una lengua franca. Esta fue la gran victoria de esta expedición», señala Paulo Roberto Pereira, profesor de la Universidad Federal Fluminense y coordinador del seminario internacional 5º Centenario de la primera vuelta al mundo: La estancia de la flota en Río de Janeiro.

Fue un viaje inédito y también trágico, por la muerte de muchos marineros y del propio Magallanes, que cayó en batalla en Filipinas. «Pero a todos los efectos fue más importante que la llegada del hombre a la Luna hace 50 años. Los marineros de Magallanes y Elcano no tenían a quién recurrir durante una tempestad o si perdían la ruta. No había mapas ni indicaciones seguras para llegar a Oriente», señala Pereira.
Pasar Argentina, el último punto que un europeo había conseguido tocar, y cruzar el estrecho que hoy lleva el nombre de Magallanes fue una verdadera epopeya. Pero al margen del heroísmo de sus protagonistas, en su mayoría anónimos, hay que recordar que esta travesía dio un impulso sin precedentes a la expansión marítima de los dos gigantes comerciales de la época, España y Portugal. Sevilla y Lisboa tenían la misma fuerza que Wall Street en la actualidad. Eran prósperos centros comerciales y financieros que distribuían las riquezas llegadas de Oriente y, a partir del siglo XVI, de las Américas.
Cosas tan comunes como el clavo, la nuez moscada, el sándalo o la pimienta eran considerados verdaderos tesoros. Tenían tanto valor que solo el cargamento de la única nao que regresó a España, la Victoria, sirvió para costear toda la expedición, la pérdida de los cuatro navíos y las indemnizaciones para los familiares de los marineros fallecidos.

«Además, la expedición ofreció a la ciencia la comprobación de la esfericidad de la Tierra. En el mundo culto europeo, los astrónomos y los cartógrafos ya producían globos y afirmaban que el mundo era redondo. Pero nunca se había realizado una vuelta completa al mundo por vía marítima», destaca Paulo Roberto Pereira. Todo un hito si se tiene en cuenta que 500 años después la sociedad contemporánea sigue enzarzada en este debate con una nueva leva de terraplanistas 2.0.
Hasta 2022, son muchas las fechas para celebrar esta primera vuelta al mundo. El 10 de agosto de 1519 es el día en que una tripulación de aproximadamente 265 hombres salió de Sevilla rumbo a América y de allí, a Oriente. El 13 de diciembre de 1519 se produjo la primera gran escala de los cinco navíos, que atracaron en el litoral de lo que en 1565 se convertiría en la ciudad de Río de Janeiro. El 27 de abril de 1521 Magallanes fallece en Filipinas y Elcano asume el comando de la expedición. O el 8 de septiembre de 1522, cuando el marinero vasco regresa junto a 18 hombres famélicos a la península ibérica con un solo barco, después de haber perdido al 93% de su equipo por el camino.

«Gracias a la Providencia, el sábado 6 de septiembre de 1522 entramos en la bahía de Sanlúcar… Desde que habíamos partido hasta que regresamos a ella recorrimos, según nuestra cuenta, más de 14.460 leguas, y dimos la vuelta al mundo entero». Así Pigafetta, el periodista que iba bordo, describió aquel emocionante momento.
La primera vuelta al mundo también revolucionó los conocimientos cartográficos del planeta en una época en que los mapas eran mantenidos en secreto porque eran sinónimo de poder. Atrás quedó el Tratado de Tordesillas, que dividió el mundo todo (y no solo el continente americano) entre los dos gigantes económicos de entonces. De hecho, las discrepancias entre España y Portugal serían la génesis de esta gran aventura. «Los españoles creían que las Molucas estaban en su meridiano y los portugueses también. El viaje de Magallanes sirvió precisamente para dirimir esta cuestión y acabó modificando toda la cartografía mundial», cuenta Pereira.

El tiempo y la ciencia acabarían demostrando que las islas de las especias se hallaban en territorio portugués. Pero hasta comprobarlo, Carlos V, haciendo gala de una gran astucia geopolítica y en contra de la voluntad de su hijo Felipe II, vendió las Molucas a Portugal en vez de seguir peleando con su principal contrincante. Para muchos expertos el Tratado de Zaragoza, que inyectó 350.000 ducados de oro en los cofres del reino, fue un excelente negocio para España.
Lo que muchos historiadores se siguen preguntando a día de hoy es quién fue, al fin y al cabo, el primer hombre que dio la vuelta al mundo. ¿Magallanes, porque ya conocía las islas de las especias y por lo tanto habría dado la vuelta en dos etapas? ¿Elcano, porque salió de Sevilla y volvió a Sevilla en una sola expedición? ¿O el esclavo de Magallanes, un malasio nacido en Oriente, que al regresar a las Molucas podría haberse convertido en el primer hombre que circunnavegó el globo terrestre? «En realidad, no debemos olvidar que el objetivo original no era dar la vuelta al mundo. Magallanes tenía un encargo claro: descubrir una ruta hacia el Oriente a través de las Américas», destaca el profesor Paulo Roberto Pereira.
¿Y si la primera vuelta al mundo fue un casualidad, fruto de una serie de fatalidades cometidas por un grupo de marineros que no tenía GPS y que solo quería comerse un rico chuletón?