Hará unas semanas, Mohamed Abdi Hassan llegó a Bruselas desde Nairobi. Venía, junto con su compañero Mohamed M. A, a asesorar a un equipo de producción cinematrogáfica sobre su vida. Hassan, apodado Afweyne (bocazas en somalí), es, según a quien se le pregunte, un patriota somalí, creador de un cuerpo voluntario de defensa naval o un pirata responsable de decenas de secuestros. Retirado de su profesión en enero de 2013 con una gran ceremonia pública, su vanidad y su sofisticación le costaron la libertad. Nada más bajar del avión la policía lo esposó.
Todo era una trampa de película que la fiscalía belga tardó meses en preparar para detener a un hombre al que el expresidente de Somalía, Sharif Sheikh Ahmed, concedió el pasaporte diplomático de Somalia, el estado fallido por excelencia.
Esta “tierra de poetas”, como la definió el viajero británico Richard Burton en 1854, lleva inmersa en una guerra esquizofrénica desde que en 1986 comenzaran los primeros intentos de sacar del poder al dictador Said Barre. Esta situación llevó a la creación de la autodenominada Guardia Costera Voluntaria de Somalia, un cuerpo sin orden ni estructura que en Occidente se les llama piratas y son conocidos principalmente por sus secuestros de navíos pesqueros y petroleros.
Precisamente a esta actividad ha dedicado Anja Shortland, de la Brunel University de Londres, gran parte de sus esfuerzos investigadores, que se han plasmado en el artículo Barrgh-gaining with Somali Pirates, realizado al alimón con Olaf J. de Groot y Matthew D. Rablen. Al teléfono desde su despacho, Shortland explica que en los secuestros “hay unas reglas muy claras de juego, como un ritual”. Los piratas empiezan con una demanda muy alta y luego van bajando muy rápidamente (“queremos 18 millones, pero sabemos que la última vez los dejamos marchar por tres”) y la duración del “secuestro puede ir de dos meses a tres años”. “En las negociaciones” entre piratas y armadores “se puede predecir casi todo lo que va a pasar”.
En ambos lados hay negociadores profesionales, un trabajo que Shortland define como “un nicho de mercado muy concreto pero muy útil, ya que secuestran a gente todos los días”. Ella, por su campo de trabajo, ha podido entrevistar a varios y explica que son “muy calmados, muy tácticos y con mucha experiencia”, realizando su trabajo por teléfono, normalmente desde donde está el armador de la nave. “Los armadores tienen un incentivo para asegurar que son más pobres de lo que en realidad son”, se puede leer en el artículo, “y los piratas, para enmascararse como sofisticados”.
“Cuando decimos sofisticados”, cuenta Shortland, “nos referimos a parecer un criminal bien organizado”. La piratería somalí es un proceso costoso y con altas posibilidades de acabar muerto o detenido. Con una tasa de éxito del 20% desde que los armadores han empezado a incrementar la seguridad a bordo de sus naves, una banda “sofisticada” requiere de 10 a 25 personas en 2 o 3 esquifes con motores fuera borda, material técnico, al menos un lanzagranadas, bastantes AK47, una nave madre bien abastecida, un grupo de guardia que se quede en el pesquero en caso de conseguir el abordaje, pagar a un negociador que hable inglés y, sobre todo, tiempo.
Si los piratas pueden llevar las negociaciones con calma, la presión pasa al armador. Pero muchos de los secuestradores no tienen tiempo, no son “sofisticados” y necesitan deshacerse de la nave muy rápido ya que no tienen comida, tienen miedo de un rescate… “pero eso no se lo van a contar al armador, así que fingen que tiene todo el tiempo del mundo ya que si este sabe que solo pueden retener la nave durante dos semanas, no le van a dar los 12 millones que piden”. Por la parte de los armadores la forma de demostrar su falta de medios es alargar mucho las negociaciones. Un juego de información asimétrica.
La historia hasta ahora
Para comprender los orígenes de este juego hay que remontarse bastante atrás. Somalia fue dividida con escuadra y cartabón en cinco partes, correspondiendo a Francia el pequeño territorio que rodeaban el puerto de Yibuti en el Mar Muerto, actual Yibuti; el norte a Inglaterra, que coincide con lo que hoy es el territorio independiente no reconocido de Somaliland; la parte del león, con la capital Mogadisco incluida a Italia, hoy partida entre Putland y Somalia; y a Kenia y Etiopia unos amplios territorios fronterizos.
Al fusionarse el territorio italiano con el inglés para su independencia en 1960 tenían, según cuenta Martin Meredith en su libro Africa, una historia de 50 años de independencia, un fuerte sentimiento nacional basado en una lengua y cultura comunes, una estrecha vinculación con el Islam y un objetivo: La Gran Somalia, representada por la estrella de cinco puntas, tantas como territorios querían fusionar, en su bandera; meta que funcionó como pegamento social en un territorio que tenía, según cuenta Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX, 62 partidos políticos, uno por cada tribu o clan.
El fin de la Guerra Fría privó a Somalia de la ayuda económica, es decir militar, que la había convertido en un campo de entrenamiento, y eventualmente, en un campo de batalla. Primero armada por los rusos cuando el emperador de Etiopía estuvo del lado estadounidense, luego por los EE UU cuando la Etiopía revolucionaria cambio de bando, Somalia entraba en el nuevo mundo como un territorio castigado por el hambre, carente de casi todo menos unas reservas casi ilimitadas de armas de fuego, municiones, minas y transportes militares. La ONU abandona el país a principios de los 90, Said Barre es derrotado y Putland y Somaliland comenzaban a actuar como entidades independientes en un territorio que había pasado de ser autosuficiente en cultivos, a depender de la importación de alimentos y de la ayuda internacional.
Mohamed Abshir Waldo, analista keniata de origen somalí, arguye que todo esto llevó a la desintegración de la policía costera somalí, atrayendo a barcos europeos a expoliar sus aguas sin protección y a verter residuos tóxicos, comenzando una carrera armamentística entre estas naves occidentales y los pescadores locales, convertidos con el tiempo en la Guardia Costera Voluntaria/los piratas. Aunque como apunta la investigadora Jasmine Hughes, “los hombres jóvenes ya solo aspiran a la piratería y probablemente nunca han considerado la pesca como una actividad por sí misma, y la historia de los somalíes protegiendo sus aguas no encaja su expansión al este, sur, y norte y con que hayan hecho de las Seychelles y Tanzania su territorio principal de caza”.
Mientras que en septiembre de 2012 los piratas somales retenían 11 naves y 167 rehenes, según datos del International Maritime Bureau, hoy esa cifra baja hasta dos barcos y 52 personas, 37 de ellas ya durante dos años. Aunque otras fuentes suban a siete el número de naves secuestradas al contar también los veleros dhows yemenís, según la información de dicha oficina, “los ataques han bajado significativamente”, como demuestra que en lo que va de 2013 solo haya habido 10 ataques, por los 75 ataques de 2012 y 237 de 2011. Pese a todo, se estima que 37 millones de dólares se movieron en torno a esta actividad solo el año pasado.
Según el último informe de la ONU, muchos de los piratas actúan ahora, irónicamente, como protección de las cerca de 500 naves yemenís e iraníes que pescan ilegalmente en aguas somalíes o escoltan a traficantes de armas, drogas y personas. Pero ciertos analistas creen que solo están en una pausa técnica mientras amaina la tormenta y los armadores se cansan del esfuerzo económico que supone toda la nueva seguridad abordo de las naves. Mientras, la mayor activdad se registra ahora en el golfo de Guinea, donde en los primeros nueve meses de 2013 ha habido 40 ataques, siete naves secuestradas y 132 rehenes, siendo Nigeria el nuevo epicentro.
Si la estudiosa de los piratas Shortland tuviera que dar un consejo a los armadores es “acudir a los profesionales”, y “es mejor que un Gobierno no se involucre”. En Inglaterra tienen por ejemplo una “’doble ‘injuction’”, la prohibición tanto de hablar del tema como de la propia prohibición, “ya que si los piratas saben que el Gobierno está negociando empiezan a aumentar la presión, con ejecuciones, pegando a la tripulación, les dan teléfonos para que llamen a las familias…”. Todo esto aumenta la presión por parte de los medios y el público para un rescate rápido, por el que el Gobierno debe abonar una prima.
El caso paradigmático fue el pesquero vasco Playa de Bakio en 2008, por el que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero pagó 1,2 millones de dólares por liberarlo en seis días, duplicando el récord anterior por un barco de características similares y subiendo el rescate mínimo para todos los posteriores secuestros, ya que “los piratas se dieron cuenta de las ramificaciones de su acción”. El rescate del Alakrana, secuestrado casi un año después y liberado tras 47 días, valió 4 millones de dólares. Shortland repite su consejo: “Acudir a profesionales, ellos saben cómo se juega”.