La decisión se ha tomado desde las instancias más altas del poder. La balanza está fuertemente inclinada hacia un lado. En los últimos años se ha tomado el rumbo de primar el mercado por encima de los criterios humanísticos en la ciencia, educación y cultura. En esta configuración de la balanza, lo útil adquiere este apelativo tan solo cuando es susceptible de convertirse en algo rentable. Todo lo demás es descartado como un pasatiempo inútil incapaz de generar beneficio a corto plazo.

Por lo visto no somos los únicos que han pasado por esta situación. El humano sigue tropezando con la misma piedra una y otra vez. Este mismo problema inquietaba al educador Abraham Flexner cuando en 1939 publicó el ensayo La utilidad del conocimiento inútil. Una reflexión a favor de la creación de instituciones académicas que dejasen espacio libre para la búsqueda de conocimiento sin el más mínimo interés en su utilidad. En estos resquicios aislados del cortoplacismo es donde se producen los verdaderos progresos de la humanidad, defiende el pensador.
Para reafirmar su posición, Flexner rememora una conversación que mantuvo con George Eastman años antes de escribir el artículo. En un intercambio de palabras, el fundador de Kodak dijo orgullosamente que su intención era donar su inmensa fortuna a la promoción de disciplinas útiles.
Ante ese énfasis en la palabra ‘útil’ el iconoclasta Flexner le preguntó al empresario cuál era el científico que consideraba que mejor cumplía con este atributo.
Su respuesta fue inequívoca: “Marconi”.
El educador no solo no estaba de acuerdo con Eastman. Además, afirmó sin reparos que la contribución de Marconi a la invención de la radio le parecía residual. «Algo apenas sin importancia».
Confundido ante una opinión tan categórica y extraña, Eastman pide una explicación a la que Flexner responde:
“Mr. Eastman, Marconi trazó conclusiones inevitables. El mérito efectivo de todo lo que se ha hecho en el campo de la transmisión sin cables, si realmente puede ser atribuido a alguien, debería ir al profesor Clerk Maxwell, que en 1865 efectuó cálculos complejos en el campo del magnetismo y la electricidad. Maxwell publicó en 1873 sus ecuaciones teóricas en un convenio científico (…). Otros descubrimientos en los 15 años posteriores confirmaron la teoría de Maxwell. Finalmente, entre 1887 y 1888, Heinrich Hertz descubrió y demostró la existencia de ondas electromagnéticas que transportaban señales de radio, resolviendo así el problema teórico que había quedado sin resolver. Ni Maxwell ni Hertz se preocuparon lo más mínimo por la utilidad de su trabajo. Este pensamiento no atravesó nunca sus mentes (…). Naturalmente, el inventor, en el sentido jurídico fue Marconi, ¿pero que fue lo que inventó? Solo el último detalle técnico”.
Con esta reflexión Flexner intentaba poner en valor la búsqueda del conocimiento inútil:
“Habían desarrollado (Maxwell y Hertz) su trabajo sin pensar en la finalidad de uso. En la historia de la ciencia, la mayor parte de los grandes descubrimientos en beneficio de la humanidad se hicieron por hombres y mujeres que no estaban motivados por la aspiración de que fuera útil. Estaban empujados por el deseo de satisfacer su curiosidad».
«Esa misma curiosidad es la que llevó a Galileo, Bacon y Newton a elaborar sus teorías. Las instituciones de aprendizaje deberían estar dedicadas a cultivar la curiosidad. Cuanto menos estén distraídas por las consideraciones de su aplicación inmediata, más posibilidades tendrán de contribuir no solo al bienestar humano, sino a la igualmente importante búsqueda de la curiosidad que se ha convertido en el empuje fundamental de la vida intelectual moderna».
La reflexión tiene máxima vigencia en los tiempo que vivimos. No solo por el creciente desinterés del gobierno español en la inversión pública en ciencia. En Estados Unidos, el Stuart Firestein denuncia que la palabra «basado en la curiosidad» se está usando en modo peyorativo para declinar ayudas a proyectos científicos en busca de fondos.
A estos nuevos intentos de reducir el campo de visión de la ciencia, Flexner ofrece aún más argumentos para hacerles cambiar idea.
«No estoy diciendo que todo lo que pasa en los laboratorios acabe teniendo un uso práctico inesperado o que su eventual uso práctico es una justificación acertada. Lo que pido es la abolición de la palabra útil para liberar el espíritu humano. (…) Solo así acabaremos despojando al hombre de sus cadenas mentales y liberándolo para embarcarse en las mismas aventuras que han llevado a Hale, Rutherford y Einstein hasta los ámbitos más lejanos del espacio y a liberar la energía atrapada en un átomo».
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Fuente:
Ensayo extraído de la L’utilità dell’inutile de Nuccio Ordine con información de The Usefulness of Useless Knowledge: Brain Pickings