La verdad sobre tu Smartphone

20 de diciembre de 2011
20 de diciembre de 2011
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Mucha gente adora los discursos y las grandes palabras. Adoran (u odian) a todos aquellos que son capaces de ponerse delante de una audiencia y soltar una perorata. Da igual el tema, importa el gesto ceñudo y la gesticulación adecuada y la capacidad para decir palabras de cuatro sílabas sin trabarse. Y ya tenemos héroe (o villano). Ya tenemos TT en twitter.

Así: las nuevas tecnologías y el auge de la telecomunicación, internet y las redes sociales, los móviles de última generación, generan nuevas formas de interacción, nuevos territorios para la colaboración mutua, nuevas y mejoradas prácticas artísticas, nuevas maneras de compartir información. Nos hacen más sabios, más felices, más guapos, y convierten el mundo en un enorme paisaje de bucólicas ciberovejas danzarinas.

O por el contrario: Hacen que los niños dejen de ir a la escuela y bailen reggaeton, fríen las neuronas de los jóvenes y les exponen al satanismo y la violación múltiple. Ya nadie sabe hablar ni escribir como Dios manda, y cuando suena el Himno ya no presta atención ni Jarri. Vamos, que la culpa de nuestra pérdida de valores y de la deriva de las sociedades occidentales, aparte de los ateos, la tiene internet.

Como siempre, probablemente la realidad sea una caótica mezcla de todas estas ideas, y en el medio haya una gigantesca escala de grises. Pero eso en el fondo es una obviedad que a nadie importa. Lo realmente importante del asunto es que las empresas de telefonía móvil llevan años enzarzados en feroz competencia por ver quien capta más cuota de mercado a fuerza de instalar en sus sistemas operativos los últimos avances y convirtiendo sus aparatos en verdaderas navajas suizas de la tecnología, incrementando de paso la calidad de sus cámaras integradas, que ahora ya incluso pueden hacer videos en 3D.

No les queda más remedio que seguir embarcados en esta lucha fratricida sin final aparente, esta guerra por hacer caber en un bolsillo verdaderos reactores nucleares, invenciones que hace escasamente cinco años eran impensables, y seguir invirtiendo recursos y tiempo y dinero en I+D como si no hubiera mañana.

Sin embargo, por las noches, justo antes de irse a dormir, estos mismos genios sienten miedo. Un escalofrío les recorre la espalda al rozar, como si de pronto el espíritu de Steve Jobs les hubiera hecho una breve visita, la auténtica verdad de su trabajo: que sus queridas y publicitadas Super Cámaras, con su maravilloso diseño, y sus supuestas posibilidades creativas, son sobre todo usadas por chicas y chicos posando sin ropa delante del espejo de su habitación. Como mucho tocándose un poco. Y nada más.

Olvídense de esas grandes mentes trabajando por el bien común, qué va. Tetas y Culos. Y punto. Ni siquiera algo de sexo duro. Nada de grandes orgías de fraternidad yankee, nada de tríos o cuartetos o milk and honey. Simples conatos de supuesta rebeldía sexual (si alguna que otra feminista levantara la cabeza, ay Dios mío) encapsulados en la relación entre tú, el espejo y la red de redes. Así de triste y solitario, oigan. Y entonces el diseñador ya no puede dormir, qué desgracia.

Triste vida pues la de este pobre tipo, condenado a ver sus preciadas creaciones convertidas en pequeñas herramientas para masturbadores compulsivos adictos al Tuenti, sin ninguna experiencia sexual real. Tecnología de vanguardia para pajilleros sin remedio. “Oiga, pero para eso nos pagan”, dirán ellos. Pues claro que sí, hombre, claro que sí. La adolescencia es una etapa complicada, y más cuando se extiende al mundo entero.

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