La lรญnea divisoria entre la honestidad de la deshonestidad es delgada. Tan delgada que, al tratar de localizarla, todos nosotros parece que suframos cataratas o presbicia. Ni siquiera al ajustarnos las gafas de rompetechos logramos distinguirla. Solo a travรฉs de herramientas externas perfectamente calibradas, al estilo de un microscopio electrรณnico de barrido, llegamos a verla con cierto detalle. Y entonces lo que observamos no se parece en nada a una lรญnea, sino a una estructura llena de hendiduras y crestas.
Solo asรญ se explica que seamos tan ciegos a la evidencia a propรณsito del robo, la sustracciรณn, el hurto de lo ajeno. Desde lejos, los que mรกs roban son los personajes tipificados legalmente como ladrones. Bรกrcenas, el tipo que se pasea por las Ramblas de Barcelona o por Sol pinzando entre los dedos la cartera de algรบn turista despistado, los que tiraban de tarjetas Black, el que nos estafa un puรฑado de euros con alguna triquiรฑuela.
Pero si nos acercamos, el panorama cambia. Entonces los que mรกs robamos somos nosotros, todos nosotros, los que aseguramos que no robamos, los que enarbolamos nuestra honestidad sin fisuras. Incluso los beatรญficos candidatos de Podemos son, bajo esta รณptica, perfectos ladrones.
Los ladrones cotidianos (e invisibles)
Echemos mano de los datos: el coste total de todos los atracos acaecidos en Estados Unidos durante el aรฑo 2004 fue de 525 millones de dรณlares. La pรฉrdida media de cada robo supuso 1.300 dรณlares. No obstante, si solo nos fijamos en los fraudes y pequeรฑas sustracciones que llevan a cabo los empleados en su puesto de trabajo, la cifra asciende a 600.000 millones de dรณlares. Mรกs que todos los atracos, allanamientos, hurtos y robos de coches en el paรญs, que en 2004 fue de unos 16.000 millones de dรณlares.
Lo irรณnico, sin embargo, no es que condenemos moralmente a una clase de ladrones y no a otros, sino que tambiรฉn invirtamos una ingente cantidad de recursos para cazar a unos y no a otros, entre policรญas y jueces y otras fuerzas coercitivas dedicadas a la captura y confinamiento de los ladrones, como han analizado Nina Mazar y Dan Ariely.
En el dรญa a dรญa se cometen muchos mรกs deslices morales que, sumados todos, suponen una mayor ยซcarga de roboยป, si se permite la expresiรณn, tal y como escribe el psicรณlogo cognitivo Dan Ariely en su libro Las ventajas del deseo:
ยซCada aรฑo, segรบn los informes proporcionados por las compaรฑรญas de seguros, los estadounidenses aรฑadieron un total de 24.000 millones inexistentes en los partes relacionados con pรฉrdidas de propiedades. Paralelamente, la Hacienda estadounidense estima que sufre unas pรฉrdidas de 350.000 millones de dรณlares anuales representadas por la diferencia entre lo que ellos calculan que la gente deberรญa pagar de impuestos y lo que realmente paga. Tambiรฉn la industria de la venta al detalle tiene sus propios dolores de cabeza en ese sentido: en Estados Unidos pierde 16.000 millones de dรณlares cada aรฑo debido a los clientes que compran ropa, la llevan sin quitarle la etiqueta, y luego devuelven esas prendas (ahora usadas) a la tienda, donde se les reintegra lo que habรญan pagado por ellasยป.
El contexto como ladrรณn
Hasta los individuos mรกs rectos moralmente pueden envilecerse si el contexto resulta propicio para ello. Diversos experimentos controlados sugieren que muchas personas honestas en general, si se le presenta la oportunidad, pueden cometer una deshonestidad. Ademรกs, cuando los participantes en estos experimentos consiguen hacer trampas sin ser pillados, mรกs tarde repetirรกn de forma mรกs asidua esta clase de trampas, sin verse tan influidos por el riesgo a ser descubiertos. Como si se acostumbraran a ser deshonestos en ese punto. Como si esa deshonestidad hubiese dejado de ser tal. Un ejemplo de este tipo de experimentos lo tenemos en este estudio publicado en Journal of Marketing Research.
La razรณn de que la gente sea tan veleta, desplazรกndose bajo el capricho contextual de un lado al otro del fiel de la balanza moral, se debe a que la honestidad tambiรฉn es una conducta social y no solo una elecciรณn individual. Es decir, somos honestos para labrarnos una reputaciรณn frente a los demรกs. Como decรญa Adam Smith en la Teorรญa de los sentimientos morales:
ยซEl รฉxito de estas personas, casi siempre depende del favor y buena opiniรณn de sus vecinos e iguales, y sin una conducta lo suficientemente comรบn estos muy rara vez pueden obtenerloยป.
Es decir, que las personas realizan continuamente, y de forma inconsciente, operaciones de coste-beneficio en relaciรณn a su honestidad. Y tambiรฉn en relaciรณn a su deshonestidad. Si nadie va a enterarse de nuestro desliz, entonces es mรกs probable que lo cometamos. Y la clase de deslices que comenten los ยซno ladronesยป suelen ser del tipo que no se persiguen penalmente, no trascienden a los medios de comunicaciรณn e, incluso, a menudo ni siquiera se reprueban socialmente: ยซrobo bolรญgrafos a mi empresa porque ella me roba a mรญ pagรกndome menos de lo que deberรญaยป, por ejemplo. ยซMe llevo la toalla del hotel porque mucha gente lo hace y nunca pasa nadaยป.
Los contextos en los que hay personas mรกs honestas generan mรกs honestidad, como el pez que se muerde la cola, y viceversa. La estrategia para ponerle el cascabel al gato, es decir, el medio por el cual podemos conseguir que una sociedad empiece a ser mรกs honesta para que sus habitantes, por sรญ mismos, retroalimenten esa tendencia es incognoscible. Depende de demasiadas variables. Naturalmente parece importar la educaciรณn, pero tambiรฉn el legado histรณrico, la prosperidad econรณmica, la igualdad socioeconรณmica, unas leyes y reglamentaciones estrictas y una larga ristra de factores que aรบn no sabemos muy bien cรณmo interaccionan mutuamente.
Segรบn datos del Transparency International Corruption Perceptions Index del aรฑo 2014, Estados Unidos ocupa el puesto 17 del mundo en tรฉrminos de percepciรณn de integridad. Dinamarca ocupa el primer puesto. El รบltimo, el puesto nรบmero 174, es para Somalia. Los contextos, pues, parecen importantes, porque incluso los inmigrantes que llegan a los paรญses mรกs honestos acaban comportรกndose de forma mรกs honesta respecto a cรณmo lo hacรญan en sus paรญses de origen.
No sabemos quรฉ rasgos posee Estados Unidos para estar tan lejos de Dinamarca respecto a su percepciรณn de honestidad. Pero un rasgo universal, que parece incidir en la deshonestidad en todos los rincones del mundo, parece ser el exceso de poder. Cuando las personas tienen mรกs poder que la mayorรญa, entonces experimentan cierta ceguera empรกtica. Es la razรณn de que los ladrones de cuello blanco sean tan omnipresentes, y que incluso parezca que no se arrepienten de sus delitos. Interesantes experimentos al respecto sugieren estas correlaciones.
Como remata Robert Trivers, biรณlogo de Harvard, en su libro La insensatez de los necios:
ยซLa psicologรญa demuestra que el poder corrompe los procesos mentales desde un comienzo. Cuando la gente experimenta la sensaciรณn de poder, se siente menos inclinada a contemplar el punto de vista de los otros y es proclive a tomar en cuenta su propio pensamiento exclusivamenteยป.
ยฟAlguien acaba de pensar en un portero de discoteca?