Las Patronas no se maquillan para salir en televisión ni preparan un discurso emotivo para explicar lo que hacen. Al contrario, da la impresión de que no le dan importancia a su labor. De hecho, si sabemos de ellas no es porque lo hayan deseado, sino por la sorpresa y admiración que provoca encontrar personas capaces de actuar sin pedir nada a cambio.
Desde hace más de 20 años, sin que aparentemente les suponga un gran esfuerzo, Las Patronas cocinan a diario para ofrecer comida gratuita a los migrantes que tratan de cruzar México hasta la frontera con Estados Unidos. Un gesto sencillo, posible. Después, estas 20 mujeres van a la vía del tren que atraviesa el pequeño poblado y levantan el brazo con comida. Más tarde vuelven a estar con sus familias. Unas, quizá, sonríen porque han tenido un buen día. Otras caminan apesadumbradas porque su hijo no encuentra trabajo. O por cualquier otra cosa. Porque la vida les sigue ocurriendo. Pero nunca dejan de acudir a la vía del tren y de entregar su ayuda con determinación.
Dar una lección al mundo desde un municipio de poco más de 3.000 habitantes en una de las esquinas recónditas del planeta suena a utopía. Pero ocurre que el ser humano parece tan desconectado de su esencia vital que el simple hecho de dar de comer a quien lo necesita supone mucho más que el acto en sí.
Por eso Las Patronas son un ejemplo desde hace 20 años. El 14 de febrero de 1995 vieron cómo el tren que provenía del istmo de Tehuantepec, en el sur de México, cruzaba repleto de personas su comunidad, llamada Guadalupe La Patrona y ubicada en el estado de Veracruz, al este del país y limitando con el océano Atlántico.
Como si se tratasen de garrapatas agarradas a lo que las alimenta y a la vez puede matarlas, algunas personas se encaramaban a los vagones tratando de no descolgarse y morir aplastadas en la vía. Era el tren de carga apodado por sus malas condiciones La Bestia, que cruza el país de sur a norte hasta Ciudad de México.
Este tren en los últimos años ha sido tristemente conocido debido a los cientos de muertes y asesinatos que se produjeron en sus viajes. También se han filmado varios documentales contando la historia de este siniestro, pero necesario, medio transporte para aquellos que desean mejores oportunidades. Y quienes se agarraban a duras penas a los lomos del convoy eran migrantes provenientes de diferentes puntos de Centroamérica que trataban de cruzar México para llegar hasta la tierra prometida, Estados Unidos.
Cuando comenzaron a ofrecer comida al pie de las vías del tren, Las Patronas no sabían que eran Las Patronas. Eso lo supieron después. Lo único que querían era ayudar a aquellos extraños y desesperados jóvenes dándoles algo de comer al paso del tren por la comunidad que llegaba a circular a 50 kilómetros por hora. Erróneamente, pensaban que eran mexicanos cuyo único interés era el de viajar por el enorme país para conocerlo y que se arriesgaban a hacer el trayecto escondidos a lo largo de la locomotora para ahorrarse el viaje.
Después, cuando los muchachos les daban las gracias y exclamaban el sempiterno «¡que Dios la bendiga!», se extrañaron de que el acento no fuese mexicano. Sólo más tarde supieron que eran personas que intentaban cruzar los más de 3.000 kilómetros que existen entre el sur y la frontera de México con Estados Unidos. Supieron también, al conversar con ellos, que en esa aventura sufrían hambre, asaltos, violencia y que lo único que los reconfortaba y les hacía sentirse cercanos a un hogar era aquella bolsa blanca que una mujer les ofrecía con arroz, pan, frijoles y agua dentro.
Desde entonces y gracias a repetirlo diariamente, el gesto les ha dado repercusión internacional en forma de premios de enorme reconocimiento. En 2013, lograron el Premio Nacional de Derechos Humanos. También fueron nominadas al Premio Princesa de Asturias de la Concordia en 2015. Sin embargo, lejos de aumentar sus pretensiones innecesariamente, ellas mantienen el gesto simple y efectivo de ofrecer comida. A fuerza de la necesidad, han tenido que aumentar los servicios que prestan a los migrantes.
Si el estado mexicano propició a mediados de los 90 la popularidad del tren con la privatización del sistema de ferrocarril y la consecuente subida de los precios, ahora ha condenado a las personas que tratan de llegar a Estados Unidos a una travesía mucho más peligrosa.
En 2014 el gobierno mexicano de Enrique Peña Nieto puso en marcha el Proyecto Frontera Sur que, a grandes rasgos, lo que hace es militarizar la frontera sur del país y tratar de evitar que los migrantes provenientes de Centroamérica logren atravesar México en su camino a Estados Unidos.
La Bestia ha sido, desde entonces, vigilada con fiereza para evitar que las personas utilicen esta ruta. Estos migrantes provienen cada vez de más rincones del mundo para tratar de alcanzar la tierra prometida. En los últimos años, se han visto incluso personas africanas que llegan primero a Brasil y después se dirigen hacia el norte, dirección Estados Unidos.
El rechazo en forma de muros o represión no acaba con el sueño de quienes ven este viaje como un todo o nada. Por eso, las mafias buscan ahora rutas a pie y la comunidad de Las Patronas sigue siendo un punto de referencia. Allí llegan para curar las heridas en el cuerpo que les deja el camino, reponerse o animarse.
Norma Romero, coordinadora del grupo Las Patronas, tiene una voz suave, un verbo preciso y una determinación que reverbera en el interior del hilo telefónico, incapaz de absorber su contagioso ánimo. A pesar de los 3.000 kilómetros de distancia, se la siente cercana. Lo cual da una mínima muestra de la sensación que los migrantes sienten cuando llegan a la comunidad. «Hoy en día no sólo les damos de comer. Después de que se pusiera en marcha el proyecto Frontera Sur, estas personas están mucho más desamparadas. Deben caminar semanas hasta llegar aquí, con el riesgo de ser asaltados, detenidos por una redada de inmigración o simplemente estar obligados a no comer durante varios días. Por eso, ahora les ofrecemos un lugar donde dormir, una especie de albergue. Allí descansan y cogen fuerzas para las siguientes etapas del viaje».
Etapas que no son cortas, ya que, desde la comunidad de La Patrona hasta Estados Unidos todavía les quedan unos 30 días de trayecto. La labor no sólo transforma la vida de las personas que son ayudadas. «Yo, como mujer, soy más consciente de la realidad en la que vivo. Tratar con estas personas me ha ayudado a comprender la violencia que se vive en el resto de los países de Centroamérica y que se comienza a vivir ahora en México. Después de estos más de 20 años, le doy más valor a la solidaridad con el ser humano», argumenta Norma Romero.
La historia se escribe todos los días. El día que hablamos con ella por teléfono, Romero explica que acaba de atender a un padre y a una hija. «¿Cuántos problemas tendrá un padre en su país para hacer con su hija este viaje que conlleva tantísimos riesgos? Todos tenemos familia y nos ponemos en el lugar de ellos». También cuenta que no sólo existe la posibilidad de que los delincuentes, la mafia o la policía acaben con su travesía. «Todos intentan engañarlos. Desde el taxista al tendero. Todos tratan de robarles o aprovecharse de su necesidad».
Romero se despide con energía. Es el Día de los muertos en México, una fiesta muy señalada en el país. Para celebrarlo, hoy ha dado de comer a dos trenes en los que van decenas de moribundos. Como hace cada día. Mañana volverá a hacerlo: le dará alimento al maquinista para que desacelere al paso por La Patrona y todos puedan encontrar sus vituallas. Después volverá al albergue y curará a los heridos que aparezcan. Seguirá escribiendo la historia, día a día, con el pensamiento que nos deja justo antes de colgar el teléfono: «Los seres humanos no son mercancía».
Hay que darle voz a las personas que realizan tan magnos actos para paliar la deshumanización que vive el planeta. Gran artículo.
Que hermosas personas!