Un siglo después, los escenarios de la Primera Guerra Mundial permanecen ocultos en el terreno. Los bosques crecieron, la tierra se ha sembrado y ha alimentado a la población durante un siglo. Pero, ahora, un sistema de arqueología del paisaje revela cráteres y líneas de trinchera en Ypres Salient (Bélgica): cicatrices que respiran todavía.
Bordeando el centenario del conflicto, el novelista Pierre Lemaitre publicó Nos vemos allá arriba: una delicia narrativa. Las escenas de batalla ocupan una parte menor del texto. El resto habla de las cicatrices: la metralla arranca la mandíbula a Édouard, un soldado francés; los batallones quedan suspendidos en un limbo administrativo insufrible al finalizar la guerra; se desarrolla el negocio de los homenajes funerarios. El presunto heroísmo, al vaciarse de argumento (los avances, las conquistas, los valores), se descubre absurdo.
El soldado desbocado, artista y pintor, se fabrica máscaras para esconder su monstruosidad. Máscaras que no ayudan, que solo muestran cómo la guerra lo condenó a la inexpresión y a que cualquier intento de dignificarse se tradujera en patetismo y ridículo.
Al conocer el trabajo del equipo de Wouter Gheyle, arqueólogo del paisaje de la Universidad de Gent, es fácil recordar a aquel soldado francés. La tarea de Gheyle es al terreno lo que sería desabrochar la máscara de Édouard y contemplar la horrorosa sinceridad de la historia. La diferencia es que las máscaras de la naturaleza convencen más porque están vivas.
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«Miles de proyectiles todavía están presentes en los campos y representan un peligro durante las excavaciones», explica Gheyle. Ellos excavan desde el aire, desde un avión, peinando los kilómetros con un láser llamado Lidar. «Cubre el área completa y nos muestra dónde se preservan las trincheras, los cráteres, las posiciones de las armas…».
El avión corta el viento como hizo hace 100 años el trasto de hierro de Willy Coppens, aviador belga que logró 37 victorias y acabó perdiendo la pierna izquierda. El avión cruza y dispara su luz: «Los pulsos láser penetran en la vegetación y se reflejan desde el suelo desnudo; tienen la ventaja de que la cubierta de árboles, plantas y edificios [la máscara] se pueden filtrar», detalla Gheyle.
El paisaje como dato histórico
«En la guerra, el paisaje es esencial», señala el arqueólogo. «Dicta el curso de la guerra, influye en la toma de decisiones tácticas; puede ser un aspecto útil y positivo, pero también ayudar al enemigo». Igualmente, se pueden observar en él las diferencias de los bandos en cuanto a tácticas e infraestructura.
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En Ypres Salient, la región de Flandes que han examinado, el conflicto no dio tregua. Las colinas que rodean la ciudad «fueron el escenario de la guerra durante la mayor parte de los cuatro años, con los alemanes ocupando los montes dominantes».
Al finalizar la Gran Guerra, Bélgica rehabilitó inmediatamente la tierra. Hubo una limpia «aunque superficial» y se crearon nuevas tierras de cultivo a principios de los años 20. «Pero la capa de arado tiene solo 30 o 40 centímetros de profundidad y debajo de eso hay miles de kilómetros de trincheras todavía intactos y preservados».
En la primera línea de Flandes, se construyeron 4.500 kilómetros de zanjas, «y muchos bosques que no se cultivaron durante más de 100 años, el legado de la guerra permanece en la superficie; vemos rastros de él en todas partes con los datos del Lidar».
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La posibilidad de observar las cicatrices vivas de las batallas ni siquiera se contemplaba. Había pasado demasiado tiempo. «El 13% del área frontal tiene vestigios solo en la superficie, es inmenso; nuestra investigación aporta información en 3D que antes no estaba disponible». El Lidar muestra los golpes de los bombardeos de artillería. «Todavía hoy encontramos regiones enteras cubiertas de cráteres».
La tecnología permite cartografiar el rastro de una muerte tan vieja como perdurable. El láser aéreo no se basta por sí solo, la investigación se complementa con fotografías aéreas tomadas entre 1914 y 1918 o la prospección geofísica. «Obtenemos una perspectiva holística del patrimonio arqueológica de la Gran Guerra». Y todo volando como Willy Coppens, sin descender a la tierra.