«Algún día, un bocón leerá un par de libros y creerá que los latinos han aportado algo a nuestro país». Así arranca el actor John Leguizamo su unipersonal Historia latina para idiotas, una charla TED punk que va de la cultura maya hasta el reguetonero Pitbull. Busca en clave cómica la identidad latina en EEUU, donde la multiculturalidad y la integración aparecen solo en las pelis. Que es donde está la realidad, ¿verdad?
Leguizamo es poco conocido en España, pero en su larga carrera se ha destacado por convertir papeles secundarios en momentos inolvidables. Como cuando interpreta al mafioso Benny Blanco en Carlito’s Way, o a Tolouse-Lautrec en Moulin Rouge. Este colombiano-puertorriqueño con cientos de créditos en su haber es, como Luis Guzmán o Michael Peña, una de las celebridades invisibles de Hollywood.
Con histrionismo cáustico, el actor quiere establecer una historia más veraz sobre los latinos en EEUU. Historia que a él no le enseñaron y que a su hijo tampoco le están enseñando en la escuela. Por eso Leguizamo se convierte en un profesor de historia por accidente. Por fidelidad al pasado y por un nuevo futuro. «Los nuevos artistas latinos somos pioneros. Abrimos las puertas para otros. Y si las puertas no se abren, entramos con una palanca».
Este especial de Netflix llega en el momento justo. Según un estudio del Washington Post, en 2044 los blancos de EEUU dejaran de ser mayoría. Y la cultura, el voto y el rumbo del gran país del norte quedarán en manos de una mayoría de minorías: latinos, afroamericanos y otras etnicidades. Lo cual no es un dato menor para nadie, y menos aún para los muchachos de las capuchas. Que no son los de la Semana Santa de Sevilla.
Los hispanohablantes ya tienen sus diarios, canales y Latin Grammys, pero siguen ausentes en los libros escolares. Por eso Leguizamo brilla cuando comparte hechos del pasado que ni siquiera él conocía. Como la participación de los latinos en todos los conflictos armados de EEUU, incluidas la Guerra de Independencia contra Gran Bretaña y la Guerra de Secesión. «En la que luchamos para ambos bandos. Porque ya saben, nosotros vamos adonde nos paguen», bromea el actor.
«¿Dónde están todos esos documentales?», se pregunta Leguizamo. Porque hay países cuyas narrativas míticas borran más datos que Snapchat. Hasta hace poco, Gran Bretaña y los Países Bajos habían logrado disimular su pasado colonial, pero hoy se ven obligados a admitir sus abusos. Por la sencilla razón de que hoy sus ciudadanos africanos, caribeños, árabes e indonesios tienen una voz que antes no tenían. Una suerte de #MeToo antimperialista sin vuelta atrás.
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Porque la nueva realidad demográfica exige una nueva narrativa; veamos un ejemplo. La realidad del automóvil es que nos mete en atascos. La narrativa del automóvil es que nos hace libres. Los publicistas comprenden esto perfectamente. Es el mismo sistema que utilizan los gobiernos para deshumanizar al enemigo. Leguizamo, como ciudadano de segunda, también comprende esto a la perfección.
Pero también se burla sin piedad de su propia cultura. Del machismo, del baile («que siempre nos delata») y de la chancla como método educativo («la chancla es el peor enemigo de los niños latinos»). Pero se abstiene de tocar el tema narco, probablemente porque Netflix tiene un buen número de series muy rentables que tratan el asunto.
Entre bailes e ironías, el actor repasa la conquista de América, las pestes importadas y las campañas de exterminio de indígenas. Y, como Mel Brooks, logra bromear sobre el mal y salir airoso. Recién entonces se mete con el inquilino de la Casa Blanca y la nueva ola de racismo. Y revela la Ley de Repatriación de los años 30 «que culpaba a los mejicoamericanos de robar empleos. ¿Les suena conocido?», ironiza Leguizamo. Así que nueva ola es un decir.
Lo más valioso es que el actor considera su herencia mestiza un orgullo: «Por el simple hecho de haber llegado hasta aquí». Una petulancia que toda minoría necesita para sobrevivir. La misma que necesitaron los inmigrantes españoles para enfrentar los prejuicios cuando tuvieron que marcharse a Francia, Alemania o a las mismas Américas. Si no, pregúntenles a los abuelos.
Por eso el póster de Historia latina para idiotas muestra a Leguizamo disfrazado de Frida Kahlo. Pues Frida –la pobre Frida que vemos hasta en la sopa– es una expresión de creatividad en la adversidad. O como dice Willie Colón en su clásico salsero:
«No te quejes, Andrés,
no te quejes por nada.
Si del cielo te caen limones
aprende a hacer limonada».
Porque una cultura –cualquier cultura– necesita una narrativa propia que la legitime, del mismo modo que un país necesita una bandera. Y si es verdad, incluso mejor. Porque la espada es más fuerte que la pluma, pero la pluma es más viral. Saber quiénes somos y qué representamos es quizá la única verdadera utilidad de la historia. Porque está claro que la repetición de los errores del pasado se nos da de maravilla.