La lectura de textos bien construidos y bien argumentados que van totalmente en contra de nuestros principios debería ser obligatoria para todo el mundo. Es una sensación liberadora, pero hay que asumir el riesgo que entraña porque… ¿y si nos hacen cambiar de opinión?
Carlos Boyero, cuyos gustos cinematográficos están en las antípodas de los míos, tiene un indiscutible gracejo en expresar el hastío que le produce ver películas que no entiende y cuya estética no comparte. Trabajaba para El Mundo, y fue el fichaje estrella de El País hace poco, donde ya escribían sobre cine Jordi Costa y el ciclista Javier Ocaña.
Salvador Sostres fue defenestrado de la prensa catalana, y rescatado por Pedro J.Ramírez con absoluta patente de corso, lo que da lugar a hilarantes columnas que nadie se atrevería a escribir, probablemente porque nadie las suscribe. Yo leo a Sostres, y no estoy de acuerdo con él casi nunca, pero esa es la razón por la que busco su nombre.
También en El Mundo se pueden hallar las columnas del poeta Antonio Lucas, bajo el título de El cabo suelto, porque Lucas siempre ha estado a la izquierda de casi todo. Y su verbo de vate ilumina rincones oscuros del periódico que le da de comer. Y qué decir del filósofo Antonio Marina, un rara avis (con permiso de Fernando Savater) cuyas palabras llenan de sabiduría páginas que estarían huecas sin su nombre.
Yo tenía el honor de escribir una columna de opinión en el desaparecido Diario16 (cuántos periódicos han muerto en estos años, maldita sea). Allí, en la contraportada, un tal José Luis Alvite, tejía como Penélope cada día una exquisita pieza literaria bajo el título de Almas del nueve largo. Bien, pues si usted es un progresista moderado, nunca se atrevería a hojear La Razón… pero es precisamente en este diario donde hoy podemos seguir disfrutando de las palabras del genial columnista.
Fernando Sánchez Dragó puede caer mal; de hecho se afana en conseguirlo y lo logra sin demasiado esfuerzo. Pero esos prejuicios impiden que la mayoría disfrute de algunas de sus diatribas, que son, simplemente geniales, incluso estando en desacuerdo con el escritor.
En La Gaceta también podemos encontrar (aunque menos, todo hay que decirlo) algunas perlas, incluidas las de Federico Jiménez Losantos que, aunque tiene un humor un tanto trasnochado y crepuscular, no deja de ser divertido.
Juan Manuel de Prada, que participó amablemente en mi primer cortometraje Labios, es un escritor enorme, aunque abducido por sus coordenadas. Los que amamos las palabras, los letraheridos, encontramos placer en la lectura de personajes que están en las antípodas de nuestra ideología. Ese es el verdadero gozo, no leer a Javier Marías en el dominical de El País. Lo hermoso sería encontrar sus piezas en el suplemento del ABC, en vez de una homilía de Rouco Varela.
He soportado muchas veces comentarios irónicos de amigos o conocidos que se cruzaban conmigo en la calle y me reprochaban el periódico que yo llevaba en las manos.
Pero ¿qué haces leyendo La Razón?
Querido, desayuné con Público, seguí con El País, leí El Mundo en una cafetería, he hojeado El Periódico y La Vanguardia en internet. Y he echado un vistazo a las cabeceras internacionales. Y sí; llevo La Razón bajo el brazo ¿Qué has leído tú hoy?
Leer solo lo que uno quiere leer es retroalimentar una burbuja de autocomplacencia que se devora a sí misma.
Otro ejemplo es Luis María Anson, alguien que ha vivido el siglo XX en primera persona, y cuya erudición y amor al lenguaje lo convierten en uno de mis más admirados escritores de diarios. Y créanme, no soy sospechoso de usar gomina, ni gemelos, ni pulseritas rojas y amarillas. Pero el editorial que escribe para El Cultural cada viernes no tiene desperdicio.
John Müller, Ernesto Ekaizer, Lucía Méndez, Santiago Roncagliolo, Javier Cercas, Raúl del Pozo… la lista de transversales es interminable, aunque no tanto como para incluir a Curri Valenzuela. ¡Ojo con los contertulios de TV que se dedican luego a escribir! No es lo mismo…
Y no solo se trata de política o cine. Un servidor es más antitaurino que cualquier toro de dehesa, y sin embargo leo con fruición las crónicas del gran Antonio Lorca en El País acerca de la Feria de San Isidro, con su verbo de acerado estoque y su exuberante castellano de arena y sangre.
Olvídese de vez en cuando del iPad, y si usted es muy de izquierdas, pruebe a comprar La Gaceta en su kiosco habitual. Es una sensación rara. Por desgracia, en nuestras latitudes ya no hay prensa de izquierdas, tras la caída de Público, excepto en Internet. Y si usted es muy de derechas, comprar El País tampoco será muy traumático. Aun así, hágalo y lea a Juan José Millás los viernes.
Si estudió con los jesuitas, lea a Blasco Ibáñez; si combatió en la II Guerra Mundial (en el bando ganador) lea a Malaparte, si es judío a Céline, y si desciende de republicanos represaliados, a José María Gironella. Eso es transmedia, y lo demás son bobadas.
En fin, la verdad no existe, y si existiera estaría fuera de nuestro alcance. A lo más que podemos aspirar es a ver distintos enfoques de los mismos problemas.
Mientras tanto, siempre nos quedará el kiosco…

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Patrick Thomas

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