La sal y la luz tienen mucho en común. En gastronomía, la función de la primera es la de realzar los sabores de un plato. En su justa medida, no sabe estrictamente a sal, sino que hace que los demás ingredientes sepan algo más a sí mismos. Esa misma función la tiene la iluminación de eventos artísticos, exposiciones, monumentos o películas. Incluso la del salón de tu casa. Salvo contadas excepciones, nadie va a los sitios a contemplar la iluminación, pero esta permite que pueda contemplar el resto de elementos adecuadamente. Incluso puede cambiar de forma radical la forma en que los percibe. La luz tiene el poder de señalar como lo hace el dedo de un amigo que te dice «mira, no te pierdas esto».
La disciplina conocida como lighting design surgió en los años 50 en Estados Unidos. La conoce bien María Güell, de La Invisible Lighting Design Studio de Barcelona, empresa dedicada a «diseñar la atmósfera de los espacios» mimando el aspecto visual. «Utilizamos luz artificial con la cualidad de activar nuestro sistema de percepción cuando la luz del sol desaparece».
Las aplicaciones de este servicio son múltiples: iluminan lugares de uso público o privado, museos, espacios escénicos… A ella le gusta mantener un cierto equilibrio entre la parte funcional y la artística. «La iluminación de arquitectura y urbanismo ha sido para mí un reto y estoy entrando en una fase de cierta pre-madurez en la cual puedo disfrutar de los proyectos. En la parte más artística me siento muy cómoda, me satisface y enriquece porque es un territorio en el que me siento libre y en el que no debo dar explicaciones a nadie».
Mientras estudiaba escenografía, Güell se sintió fascinada por cómo podía cambiar un espacio sin necesidad de hacer cambios materiales. «Un día caí en que esos cambios se conseguían con el manejo de un material invisible, inmaterial pero de gran poder: la luz». Entonces empezó a colaborar con artistas que necesitaban hacer visible su trabajo y también «envolverlo de una cierta magia». El proceso era el siguiente: ellos explicaban a María lo que querían transmitir y ella intentaba traducir ese lenguaje a «una atmósfera que acogiera su trabajo». A ella acudían bailarines, arquitectos y diseñadores a buscar una nueva forma de ser vistos por los demás.
Aunque la profesión lleva décadas estudiándose en otros países, en España solo es posible encontrar formación de calidad en el campo desde hace algunos años. «Hay calidad de formación de postgrado, tanto en Barcelona como en Madrid, así como algunos cursos más breves», comenta Güell. A la diseñadora se le llena la boca hablando de sus artistas referentes: «Schlemmer, Moholy-Nagy, Irvin, Flavin, Turrell y todo el colectivo Light Art en general; Pienne, Svoboda, Eliasson…»
Alguien dijo que un buen final puede arreglar una mala película, pero que un mal final puede estropear una buena. Algo parecido ocurre con la iluminación. En palabras de Güell, «es muy difícil iluminar bien un espacio que no tenga una identidad espacial, y muy agradecido iluminar un espacio que está bien concebido, aunque también se puede estropear con una iluminación inadecuada».
A modo de ejemplo, cita La Pedrera, cuya iluminación exterior «no acompaña al proyecto y le quita valor». Como muestra positiva, elige Roca Gallery de Barcelona, donde «luz y arquitectura van de la mano completamente». De los proyectos realizados por La Invisible, María Güell está especialmente orgullosa de la iluminación del Museo Balenciaga, el Bar Lux, los Portales de Beceite y la propuesta que están preparando ahora para Santa María del Mar.
Por lo general, las personas con las que se cruza sí sienten la necesidad de que la luz esté cuidada. «Claro, son los que llegan a mí (risas)». Pero, cuando entra en un proyecto, «a menudo te encuentras con quienes no le dan valor». Según ella, son muchos los usuarios sienten que no tienen su casa bien iluminada, pero cualquiera de ellos podría iluminar bien su espacio personal «dedicándole tiempo o pidiendo ayuda a un profesional».
Ella ve la paja en el ojo propio: reconoce que debería dedicar más tiempo a la iluminación de su propia casa. Si tuviera que elegir una estancia de la misma, elegiría la sala de estar: «no tiene una luz general, hay tres lámparas: dos de suspensión y una de sobremesa. Las tres dan una bonita luz y la sala es muy blanca; esto ayuda a que la luz se distribuya».
Si pudiera elegir cualquier monumento del mundo para iluminarlo con sus propias manos, no escogería ninguno: «en este momento, si pudiera elegir, iluminaría una película».
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Fotografías: Rafael Vargas y Adrià Goula