Hubo una compañía teatral en los años 70 pionera en el teatro experimental y el happening. Fueron estudiados por los intelectuales de mayo del 68, cenaron con los artistas más grandes del siglo, actuaron en Norteamérica, Europa, Brasil y algunos países del Tercer Mundo y, sin embargo, hoy están totalmente olvidados. Se llamaban Living Theatre y fueron los rebeldes más irreductibles del arte escénico mundial.
Rebelarse vende. ¿Pruebas? El merchandising del Che Guevara, la saga Matrix o el cadáver de Kurt Cobain, muerto de éxito a los 27. Porque el público adora la rebeldía, es más: devora la rebeldía, la lleva al éxito de masas, justo al lado contrario de la incomodidad que incita a romper con todo. Personas de lo más convencional, oficinistas grises o burócratas sienten muchas veces la llamada de la selva. No se atreven a manifestarse con libertad, así que dejan que el mundo del espectáculo les entregue la rebelión empaquetada, cómodamente y sin riesgo de convertirse en parias.
Pero los rebeldes auténticos se niegan a aceptar el chequecito, el puestecito en la tele, el montajito en Broadway. El star system es celoso y los eclipsa. Living Theatre dijo no a Broadway, al cine de masas, a contratos de muchas cifras. Siguieron apostando por una concepción teatral que iba mucho más allá de lo que se paga con dinero, y terminaron pagando el precio: casi nadie los recuerda.
Sus obras podrían dejar a las de La Fura dels Baus en una cosa convencional. No tenían guion ni estaban pensadas para pasar un rato en el teatro. Sus montajes eran cantos a la rebeldía personal, ceremonias donde los artistas trataban de convencer al público de que cambiase su vida y que podían prolongarse las horas necesarias para que los espíritus de los asistentes terminaran debidamente liberados.
Se hicieron célebres en todo el mundo con Paradise Now, una obra con la que querían demostrar a la pacata sociedad norteamericana de los 60 que el paraíso no era el de la Biblia, sino que estaba esperándoles en cualquier esquina si cambiaban su forma de entender la vida. Influidos por la terapia Gestalt y por las obras de Antonin Artaud, los integrantes de Living Theatre pensaron Paradise Now como una ascensión al paraíso a lo largo de varios escalones. Cada uno era una parte distinta del montaje teatral, y el público era, desde el principio, parte de la obra.
«Paradise Now liberaba la frustración social en forma de alarido y espasmo», explica Carlos Granés, autor de La invención del paraíso, publicado por Taurus. «Los actores no contemplaban ningún tipo de agresión física en el escenario, desde luego, pero sí un desafío expresivo y psicológico que en ocasiones se salía del cauce. En su intento por hacer sentir la emergencia a un público al que no parecía importarle un bledo lo que ocurriera en Vietnam o en los otros países del Tercer Mundo, se abrían las puertas de la sinrazón. La espina con la que pretendían desatar las emociones, el caos, el estallido del cuerpo y todo lo que solo podía ser comunicado con gritos, saltos, contorsiones y arranques de efusión no favorecía el control de los impulsos violentos».
Esta forma de entender el teatro dejó anécdotas brillantes con final desalentador. Por ejemplo, la de un estudiante que se ‘liberó’ de las ataduras de la sociedad, se quitó la ropa, corrió a abrazarse con los artistas, que también estaban desnudos, y después salió del teatro gritando «soy libre, soy libre» hasta darse de bruces con los policías que esperaban en la calle.
Porque Living Theatre fue perseguido, claro. Una de las características de la rebeldía verdadera es que lleva detrás un cortejo de policías. Y aunque ellos veían a las fuerzas del orden como diques que había que romper, estaban convencidos de que debía hacerse sin violencia. Norteamérica era a finales de los 60 un hervidero de guerra. Las luchas raciales con Malcom X y los panteras negras, los estudiantes contrarios a la Guerra de Vietnam atrincherados en las universidades, la persecución ideológica a la izquierda radical, el vandalismo… Era un mundo de agresiones constantes que horrorizaba a los integrantes del Living Theatre.
Judith Malina y Julian Beck, la pareja estrambótica que capitaneaba la riada de artistas locos, creyeron con fanatismo que el alma del hombre es buena. Aunque viajaron por el país entre batallas campales, se negaron a aceptar los parámetros de la lucha. En cada representación de Paradise Now volvían a empezar: un público nuevo era una nueva camada de seres esclavizados y dormidos por el sistema a los que había que despertar.
Pero las tensiones afectaron a la compañía. Algunos actores se vieron seducidos por el poder liberador de la violencia. A lo largo del viaje hacia el paraíso en medio de uno de los inviernos más crudos de la historia, la gripe fue mermando las fuerzas del grupo y la violencia mermó sus ánimos. Además, la fama los adelantaba. Allá donde iba Living Theatre iban las orgías, la droga, las groupies y una selecta camarilla de moda de la ciudad. «Uno de los encantos de la tropa era que daba a los jóvenes más obtusos de los 60 la ilusión de ser grandes genios que hacían algo importante por la humanidad, cuando en realidad solo estaban divirtiéndose y satisfaciendo sus deseos», cuenta Granés.
Finalizaron la gira de Paradise Now descorazonados, pero el espíritu de la rebeldía les dio pronto una meta todavía más difícil: liberar el espíritu de los brasileños sometidos bajo la dictadura de Emílio Garrastazu Médici. Es fácil suponer que en Brasil la aventura del Living sería todavía más dura que en Norteamérica, puesto que Judith y Julian eran lo bastante inconscientes como para creer que las gentes del Tercer Mundo iban a esperarlos con los brazos abiertos.
¿Por qué desapareció casi sin dejar rastro una compañía de la que hablaron genios tan dispares como Marshall McLuhan o Salvador Dalí? Granés lo explica con lucidez: «La visión del Paraíso que quedó fijada en la retina de Occidente fue la que nos trajo Andy Warhol: una mezcla de lo mejor de los dos mundos. Warhol aunó la revolución sexual de los hippies, con sus drogas y su deleitable manera de emplear la vida en labores creativas, a la complacencia con la sociedad, el capitalismo, la fama, la diversión y el dinero».
Así que el espíritu del pop, esa rebeldía empaquetada e inofensiva, ganó por goleada al experimento social del Living Theatre. Desde luego, hoy, toda esa teoría de la liberación a través de nuestros instintos para alcanzar una sociedad pacifista y amorosa puede sonar naif y apestarnos a pachuli. Pero Judith Malina, Julian Beck y el resto de los integrantes de Living Theatre pusieron en ello toda su energía artística hasta el final. No lo consiguieron, pero protagonizaron una de las historias más salvajes y emocionantes del mundo del arte contemporáneo.
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Todas las imágenes son de Gorupdebesanez bajo licencia CC
La invención del paraíso: así olvidamos a los verdaderos rebeldes
