¿Qué lleva a un hombre a obsesionarse con un presidente, a empaparse de su personalidad y de su historia hasta adivinar su comportamiento; a armarse de valor, a perder todo interés por su propio futuro y a urdir un plan para asesinarlo? ¿Es la locura de un individuo o es la acumulación de circunstancias? Dicho de otro modo: ¿cualquiera de nosotros podría convertirse en Lee Harvey Oswald, el asesino de John Fitzgerald Kennedy?
El 24 de octubre de 2017, Donald Trump quiso desclasificar más de 3.000 documentos que se ocultaban desde 1992. Ni siquiera la primera autoridad pudo hacerlo. Unos 200 archivos se mantuvieron ocultos. Nadie supo por qué. La novela Los cazadores siempre son invisibles de Julio Holgado Gómez, un thriller sobre la idea del magnicidio, recoge estas últimas revelaciones sobre la muerte de JFK.
Los dos protagonistas del libro empiezan a investigar la historia de los cuatro asesinatos de presidentes de Estados Unidos: Lincoln, Garfield, McKinley y Kennedy. Su objetivo es cautivar a los lectores, vender, y con ese fin empiezan a urdir teorías conspiranoicas y efectistas. Los investigadores se dejan llevar por la fiebre que contagia a los seguidores de los relatos y publican explicaciones disparatadas. Sin embargo, cuando llegan al caso Kennedy, lo increíble va poco a poco empastando con la realidad.
Como Holgado apuntó en una entrevista: «Los protagonistas van dando, en su teoría sobre cada magnicidio, un paso más en atrevimiento y descaro». Pasan por Lincoln, Garfield y McKinsley. La investigación y el relato de la trastienda de estos crímenes predisponen al lector y alimentan una curiosidad que eclosionará en la parte central: la del asesinato más cuestionado de la historia reciente.
Los investigadores se ven embargados por la expectativa que ellos mismos han ido alimentando: «Es una lucha de egos, una historia de cazadores y víctimas cuya supervivencia depende de lo que sucedió 50 años atrás respecto a otros cazadores y víctimas», explicó.
Una duda gravita en toda la novela; un interrogante que, además, distingue a Los cazadores siempre son invisibles de otras narraciones que se han sustentado en la historia de Kennedy: ¿qué ocurre si te identificas a la vez con la víctima y con el asesino? Uno de los protagonistas desea conceder a Oswald el mérito de haber planeado y ejecutado el golpe en solitario, pero, a la vez, esta versión no sirve a su objetivo inicial: vender torrencialmente la historia y embolsarse una buena cantidad de dinero.
La ironía y el humor sirven en distintos tramos como catalizadores de un ejercicio crítico sobre la labor informativa. Se pone el foco en cómo las historias que calan en la ciudadanía y con el tiempo se elevan a la categoría de verdad se pergeñan con unas herramientas menos incuestionables de lo que cabría esperar. El autor radiografía el mundo del periodismo de investigación y el cinismo de la prensa que linda con lo rosa o lo sensacionalista.
Holgado analiza el trasfondo psicológico que bulle bajo la acción magnicida y plantea que las motivaciones, a lo largo de la historia, han sido semejantes. Emplea la metáfora del cazador: detrás de la mano ejecutora hay siempre un cazador invisible, en la sombra, que sale victorioso.
«Una cacería es una coreografía entre el cazador y su víctima», contó. «El título puede referirse al cazador de Kennedy, pero también a los cazadores de Oswald, quien, quizás, fue víctima y formó parte de la coreografía de su propia caza sin saberlo».
La obra es consecuencia de más de cuatro años de investigación en los que el autor se ha encontrado con toneladas de datos, pero no con una información realmente esclarecedora sobre lo que realmente sucedió tras aquel paseo fatídico por Dallas en noviembre de 1963.
¿Y por qué existe tal fascinación por el caso de JFK? Los Kennedy fueron un matrimonio peculiar en la secuencia de habitantes de la Casa Blanca. Modernizaron la institución en cierto grado, sobre todo en lo relativo a la forma de comunicarse con los ciudadanos y en el diseño de su imagen pública. Además, el asesinato y los misterios que lo envuelven pintaron en retrospectiva una pátina de leyenda sobre la pareja.
Kennedy fue cazado por Oswald, y este, días después, se convirtió en víctima. Mientras lo trasladaban desde un cuartel de policía, Jack Ruby, un mafioso de baja escala, se escurrió entre la maraña de periodistas y agentes y descerrajó un disparo mortal sobre el detenido.
El suceso dilapidó las posibilidades de esclarecer la historia oculta tras el magnicidio. O tal vez no: en 1994, el exmilitar James Files confesó ser autor de la muerte de JFK. Oswald, en cambio, siempre había negado su autoría. Pero, pese a eso, la suspicacia y la sospecha han quedado siempre anudadas a este episodio histórico.
Sin desvelar el final, Holgado dijo que la novela sigue la línea de investigación en la que los expertos encuentran mayor credibilidad y que es «la única que puede justificar que a día de hoy no se sepa todo sobre el caso». Al final, después de las aventuras de unos investigadores sui generis y de ese pivotaje entre la investigación y la ironía, el lector de Los cazadores siempre son invisibles toca con los dedos la trama oculta y, sobre todo, comprende las pulsiones psicológicas que punzan la mente de un ejecutor en el que todos podríamos llegar a convertirnos.