Se habla mucho de capitalismo extractivo, transnacionales implacables y del control que hoy ejercen sobre el mundo. Sea o no merecida esta percepción, esta situación tiene su precedente histórico y no es ni mucho menos una anomalía de los tiempos que corremos.
Frente a la Compañía Británica de las Indias Orientales, los reyes del capitalismo castizo parecen unos auténticos principiantes. A lo largo de sus 274 años de historia, esta compañía recurrió a la corrupción, manipulación y violencia sin escrúpulos para garantizar que sus accionistas recibiesen sus dividendos cada año desde la comodidad de sus mansiones en Londres. La búsqueda incesante del beneficio les llevó a reunir un ejército de 250.000 hombres y amasar una cuenta corriente muy superior a la del Estado británico. Repasar su historia ayuda a entender muchas de las dinámicas económicas que existen hoy en el mundo y supone un aviso a los peligros de desequilibrar la balanza entre los intereses comerciales y sociales.
East India Company
1600-1874
Rest in Pieces
La primera transnacional
Hace tiempo que circulan por la red reportajes que comparan los ingresos de las megacorporaciones con el PIB de algunos países. Aunque la comparación tiene algunos fallos de base, críticos del sistema capitalista lo utilizan como un indicador del poderío desproporcionado que han adquirido las multinacionales. En un reportaje de Business Insider publicado en 2011, los ingresos de Nike eran presentados como comparables al PIB de Paraguay; GE, al de Nueva Zelanda; y Walmart, mayor que el de Noruega. Comparaciones que se quedan pequeñas cuando las contrastamos con las de East India Company. En su apogeo, la transnacional tenía más ingresos que el Gobierno del Reino Unido, controlaba India y el sudeste asiático y tenía potestad sobre una quinta parte de la población mundial.
Comienzos frugales
Hoy se conoce a la Compañía Británica de las Indias Orientales como una de las más grandes corporaciones que jamás haya existido, pero pasarían casi dos siglos antes de llegar a poseer ese tamaño e influencia. Inicialmente empezó siendo una pequeña flota de barcos respaldados por marchantes y príncipes adinerados de Londres que consiguió una licencia de la realeza para operar con exclusividad en las Indias Orientales. «Cuando se fundó, Inglaterra era un reino marginado intentando sobrevivir frente a los imperios católicos de Portugal, Francia y España, además de los comerciantes calvinistas de Holanda», dice Nick Robins en su artículo ‘Loot: in search of the East India Company’.
El plan inicial de la compañía era centrarse en las Indias, apelativo que en aquel entonces se utilizaba para describir lo que hoy vendría a ser el sudeste asiático. Una vez allí, encontraron que la zona estaba copada por los holandeses y poco a poco desplazaron su atención hacia India, país que en lugar de especias tenía una boyante industria textil.
Comercio entre iguales
Durante el primer siglo de su entrada a India, la compañía tuvo que recurrir a métodos empresariales que hoy se consideran absolutamente normales, legítimos y necesarios. Los empleados destinados en la región se esforzaron en aprender los idiomas autóctonos, abrieron relaciones diplomáticas con el imperio Mughal, que controlaba gran parte del territorio, y hasta algunos se casaron con mujeres de esta comarca. La relación no tenía nada que ver con la explotación que acabaría imponiéndose. La empresa operaba con el beneplácito de los líderes locales que les concedía licencias de explotación a cambio de dinero.
Los dirigentes indios contaban además con una ventaja importante frente a los británicos que acudían a sus costas en busca de bienes. El país estaba lleno de productos que los europeos deseaban y que adquirían a los comerciantes autóctonos por plata u oro como moneda de cambio con una balanza comercial que jugaba a favor del país asiático. Pese a todo, el negocio seguía siendo rentable para los británicos.
Imagen: Retrato de un oficial de la East India Company. By Dip Chand (artist) [Public domain], via Wikimedia Commons
Control de riesgos
Al igual que una startup busca financiación de inversores para los primeros años de su existencia, durante las primeras misiones que partieron en el siglo XVII, las expediciones necesitaban un sistema sofisticado de financiación para salir adelante y ser rentables.
«Ten en cuenta que se tardaba mucho en conseguir las especias. Se empleaban entre 12 y 18 meses de viaje para llegar a Asia. Una vez allí había que conseguir el producto», explicaba el historiador Huw Bowens en un especial de la BBC4 sobre la compañía. No era raro que pasasen cuatro años antes de recuperar el dinero. «Esto requería un alto nivel de inversión. Al no recibir un retorno inmediato, los accionistas optaban por compartir los costes y los riesgos».
Una vez que el negocio empezó a estar más profesionalizado, en 1657, se optó por convertir la empresa en una sociedad limitada. Los accionistas eran mercantes y aristócratas que recibían un dividendo anual completamente separado del de un equipo gestor que se encargaba de llevar el día a día de la compañía. «Se establecieron las pautas precursoras de cómo funcionan las multinacionales de hoy en día», según Nick Robins.
Joint ventures
El mundo empresarial frecuentemente recurre a alianzas para abrir mercados y aprovechar ‘sinergias’ (Dios nos perdone por usar esta palabra). El conglomerado británico se alió varias veces a lo largo del XVII con la Compañía Holandesa de las Indias Orientales para realizar ataques a los barcos españoles y portugueses en las inmediaciones de los puertos chinos, protegiendo así sus intereses.
Cuota de mercado
En 1720, el 15% de los productos que se importaban al Reino Unido procedían de India. De ese porcentaje, la práctica totalidad de la mercancía pasaba por manos de la compañía. Una cifra de negocio gigantesca. Un dominio facilitado por el monopolio concedido con el beneplácito de la realeza desde sus orígenes. En 1730 lograron renovar esa licencia con una ley aprobada por el Parlamento británico.
¿Cómo le dieron la vuelta a la balanza?
La situación de equidad relativa entre los distintos países empezó a cambiar a mediados del siglo XVIII. El imperio Mughal estaba en un lento declive y la compañía aprovechó sus buenas relaciones y poderío económico para otorgar préstamos a los líderes locales a cambio de tierras. Así fue, por ejemplo, cómo consiguieron Calcuta en 1690. El acuerdo les permitía construir una fortificación en la localidad que, poco a poco, fueron extendiendo a las demás. A medida que aumentaba su influencia, la compañía empezó a obtener impuestos de los locales y a desequilibrar la balanza comercial. «Los lingotes dejaron de fluir hacia el este, pero las especias, textiles y seda seguían viajando hacia el occidente», según el historiador Robins. Preocupados por la creciente militarización de la zona, el gobernante de Bengala atacó la base británica y se la arrebató en 1756, antes de que los británicos la recuperasen al año siguiente. La compañía ya no era una multinacional preocupada exclusivamente por el negocio. Poco a poco se estaba haciendo con el control de toda esta región.
Empiezan los abusos
Al controlar ambos lados de la cadena, la compañía podía comprar barato y vender caro. Esto les llevó a organizar golpes de estado contra líderes locales y nombrar marionetas en su lugar. A mediados del siglo XVIII, la compañía estaba ignorando deliberadamente los acuerdos y concesiones comerciales y usurpando funciones políticas.
En junio de 1757 se libró la batalla de Plassey en la que la compañía venció al líder local de Bengala dando pie a la anexión total de la zona. Tras la victoria, la empresa se adueñó del tesoro de la región y se lo llevó a su fortificación. El botín traducido al cambio actual era de más de 300 millones de euros.
Yo te obligo a comprarme opio, tú me das té a cambio
En China, la empresa nunca llegó a tener el control que poseía en India, pero rápidamente aprendieron que se puede ejercer una fuerte presión imponiendo condiciones de comercio abusivas.
China era poseedora de la mayor parte de las plantaciones de té, un producto cada vez más solicitado en Europa, y, al igual que India, sus marchantes solo aceptaban oro o plata por sus artículos. Una situación que la Compañía de las Indias Orientales empezó a subvertir importando ilegalmente el opio al país, aprovechando las plantaciones que tenía en Bengala.
El negocio era redondo, el opio les costaba poco producirlo con mano de obra esclava. Venderlo e intercambiarlo en China les permitía hacerse con el té, un producto que luego traían de vuelta a Europa y expendían en todo el continente con unos márgenes de beneficios altísimos.
Un ejemplo actual sería el que un país como España se negara a comprar el bacalao portugués con dinero ofreciendo heroína en su lugar como material de intercambio. Los vendedores de bacalao reciben una heroína que luego tienen que vender en el mercado, algo que acaba creando un consumo de droga altísimo en la población. Esa misma población sería cada vez más adicta y cautiva de este producto, incrementando su demanda. Los españoles, en cambio, estarían encantados ya que controlarían las plantaciones de heroína y recibirían el mejor bacalao del mundo.. Esto, en resumen, es lo que acabó ocurriendo en China.
Si no accedes a mis demandas…
Estados Unidos se ha mostrado implacable a la hora de proteger sus intereses económicos con acciones militares en el último siglo, pero no están solos. Cuando los gobernantes chinos deciden detener la entrada de opio al país (en 1838 se importaron más de 1.400 toneladas de forma ilegal), se desata una guerra en la que triunfa el Reino Unido, recibiendo a cambio el puerto de Hong Kong y el control de bastantes de ellos en la región.
Un ejército privado a tu disposición
En la guerra de Irak se llegaron a tener cientos de miles de mercenarios contratados para asistir a labores de seguridad. Una situación similar ocurrió con la East India Company, que fue reuniendo un ejército privado a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX hasta llegar a tener 250.000 hombres a sueldo. Aunque los mandos eran británicos, la mayor parte de la milicia eran ciudadanos locales mercenarios. También había suecos, franceses y daneses en sus filas. En 1809, crearon su propio campo de entrenamiento en la campiña de Surrey para formar a los oficiales de su milicia.
Un poder de lobby incomparable
Hoy ciudades como Washington y Bruselas están repletos de ‘lobbistas’ encargados de influenciar en la política y defender sus intereses. El activista Lawrence Lessig denunció en 2011 que, durante el intento de reforma del sector financiero tras la crisis de 2008, había 25 personas ocupadas en defender los intereses de la banca por cada profesional que trabajaba en favor de una legislación más restrictiva.
Una de las razones que permitieron a la East India Company mantener su monopolio durante tanto tiempo fue su implacable capacidad para mantener a los políticos a raya. «Su talento más valioso o ‘core competence’, esa frase tan querida por los teóricos del management, no fue tanto su habilidad para organizar expediciones a la India, sino su habilidad para gestionar a los políticos en casa», según The Economist.
Corrupción sí, gracias
Los sobres y su sorprendente capacidad para agilizar trámites y conseguir proyectos en España también tenían su equivalente en el poder político británico. La compañía tenía un presupuesto asignado para dar regalos a los políticos y cortesanos más influyentes. Esa suma traducida a la actualidad superaba las decenas de millones de libras esterlinas.
Las puertas giratorias funcionaban a la inversa. En el Parlamento contaban con el apoyo de un grupo importante de políticos, que ya habían trabajado con la compañía anteriormente. Los trajes de Camps se quedarían cortos en este mamoneo ‘consortial’. La compañía obsequiaba a ministros, abogados, jueces y curas con artículos de lujo y hacía regalos al tesoro nacional cuando el Estado se enfrentaba a una posible quiebra. Actuaba como un «motor de dinero para el Estado», según The Economist.
Privatizar las ganancias, socializar las pérdidas
Al igual que un número importante de grandes constructoras y bancos han recurrido al Estado para salvar su modelo de negocio, la Compañía Británica de las Indias Orientales era proclive a presionar al Gobierno para legislar a su favor. En 1770 Europa estaba en una depresión económica y las naves de la multinacional británica estaban a reventar de té, que no podían vender en el mercado. Un hecho que les hizo pasar por apuros económicos importantes. La empresa pasó al contraataque logrando convencer al Parlamento de que aprobara la Ley del Té de 1773, un traje a medida que le eximía de pagar impuestos por este producto que se enviaba a las colonias en las Américas. Esta ley permitió a la East India Company empezar a llevar sus productos directamente a América sin pasar por un intermediario. Sus competidores, en cambio, no tendrían estos privilegios, dándoles una ventaja injusta frente a los marchantes de América del Norte.
Comerciantes de Nueva York y Filadelfia se rebelaron contra esta medida organizando bloqueos a la entrada de los barcos. En diciembre de 1773, un grupo de manifestantes vestidos de indios abordaron varios barcos británicos cargados de la mercancía y la arrojaron al mar. Su protesta no solo venía motivada por la tasa, sino también por el creciente hartazgo de pagar impuestos a un poder político que les gobernaba desde Reino Unido. El Gobierno británico tomó represalias que causaron una escalada de violencia que acabaría contribuyendo a la revolución americana y posterior independencia de Estados Unidos.
Más adelante, el episodio sería recordado como el Boston Tea Party por historiadores del siglo XIX. En 2006, un grupo de liberales formaron su propio tea party inspirados en la contienda, pero esta vez con unos propósitos algo distintos. Bajo la supuesta defensa de la libertad se extendió un proyecto político ultraconservador que, pese a haber perdido peso, sigue siendo muy influyente en la política estadounidense.
Crímenes corporativos
Tragedias como las de Bhopal o el uso de Agente Naranja se recuerdan como uno de los mayores ejemplos de irresponsabilidad empresarial de la historia. Pero ya en el siglo XVIII, la East India Company protagonizó su propio episodio bochornoso. Entre el año 1769 y 1773, la hambruna de Bengala se cebó con 10 millones de vidas en una comarca controlada directamente por la compañía. Las políticas de la transnacional contribuyeron a esta desastrosa situación al gravar a los agricultores locales con un impuesto del 50% en sus productos. La mayor parte del dinero ni siquiera se quedó en la región y fue sacado del país. Cuando empezó a arreciar la hambruna, la compañía subió un 10% más las tasas. Tampoco ayudó que una parte importante de los cultivos de productos comestibles fuesen reconvertidos en plantaciones de opio. Al igual que existen muchos financieros contemporáneos expertos en obtener enormes beneficios de las crisis y especular para subir los precios de los alimentos, el episodio resultó ser extremadamente rentable para las cuentas de la empresa.
Se acabó la fiesta
Consciente del poder político desproporcionado que estaba adquiriendo, en 1784, el Gobierno, liderado por William Pitt the Younger, empieza a rebajar su poder. Introducen el India Act, que transfiere el control ejecutivo de la política india a un Consejo que responde ante el Parlamento.
«En los últimos 70 años de su vida, la empresa acabaría siendo menos independiente comercialmente y más un brazo administrativo subcontratado del Estado británico, un ejemplo de colaboración público-privada», afirma Robins.
En realidad, no desapareció, el Estado acabó usurpando toda la burocracia y estructura creada a lo largo de más de 250 años. «India ya no se gestionaba desde un consejo de administración, pero sí desde la elegancia imperial de las oficinas del Gobierno», según Robins.
La compañía había hecho el trabajo sucio, ahora el Estado podía hacerse con los frutos. La nacionalización estaba en marcha y en 1874 se liquidó todos los bienes de la empresa.
Foto: The East India Company Factory (Painam). By Brennand, W. [Public domain], via Wikimedia Commons
Memoria Histórica
El legado de la East India Company, según Robins, debe llevarnos a reflexionar sobre el mundo que hoy habitamos. «El saqueo de la empresa desindustrializó el país y ayudó a financiar la revolución industrial británica. En su esencia, la honorable Compañía de las Indias Orientales se encontró una India rica y la dejó pobre. La falta de memoria en torno a la compañía permite a los británicos olvidarse de la fuente cuantiosa de su afluencia contemporánea y permite que la continuada pobreza de la India sea vista como un producto de su cultura y su clima en lugar de algo que fue provocado en busca del beneficio externo».
«Cuando visitas el centro financiero de Londres, donde la compañía tuvo su sede durante 250 años, nada rememora su auge y caída, ni su poderío y crímenes. Siendo un centro global de comercio, la City sigue teniendo un papel crítico en la promoción de la globalización liderada por corporaciones. Pero todavía no ha reconocido la responsabilidad de las personas y lugares donde estas actividades han afectado en el pasado y siguen afectando hoy día. Trazar la historia de la Compañía Británica de las Indias Orientales permite remediar esta amnesia corporativa para empezar un proceso de memoria y reparaciones».
Quizá, lo más preocupante de todo es que el desequilibrio entre ricos y pobres que dominó la época victoriana, hoy vuelve a ser noticia por sus paralelismos con la era actual tanto en España como en Reino Unido. En Asia, China sigue afianzando su posición en el continente con una agresiva política económica que le otorga control sobre el proceso político. La historia se repite.
Los padres de las ‘malvadas multinacionales’
