Los polos opuestos del brindis

Abril de 2014, Georgia

¿Cuántos brindis van? No importa. Cualquiera perdería la cuenta en Georgia, donde comer tranquilamente resulta casi imposible, sobre todo si se celebra una fiesta o simplemente hay invitados. Comer. Brindar. Beber. Bailar. Comer. Brindar. Beber. Bailar. Al menos tres cuartas partes de ser georgiano o de estar en Georgia se resumen en estas cuatro fases. Este ciclo constante y frenético describe lo que los autóctonos llaman supra: el tradicional banquete georgiano en el que unos platos se montan sobre otros y, cuando ya no queda espacio en la mesa, todavía están por llegar las truchas asadas, a modo de postre.

Hay cierto orden en ese caos aparente en el que los platos se superponen y las botellas se agolpan a la espera (nunca demasiado larga) de bocas vacías y gargantas secas. Una mesa se convierte en una maqueta de las montañas del Cáucaso a ritmo vertiginoso. ¿A quién le sobraría tiempo para contar entre tanto ajetreo?

Los brindis pueden alcanzar cifras tales como 20 o 40 como si nada, sin manchar el mantel. Tan importante es este ritual en Georgia que es habitual ganarse la vida orquestando brindis en bodas, bautizos y cumpleaños. Tan admirado es el papel del tamada, el maestro de ceremonias, que la persona contratada es a menudo famosa por sus apariciones en televisión. El tamada es toda una institución y, a veces, cuenta incluso con ayudante. Aquí nadie escatima en brindis.

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«Antes el tamada solía ser el hombre mayor de la familia o alguien muy querido. El mayor de tres hermanos podría serlo en la boda del hermano menor, por ejemplo. Ahora, en pueblos remotos todavía es así, pero en las ciudades hay un tamada que lo hace porque es su profesión. Por ejemplo, actores y presentadores se dedican a ello y ganan mucho dinero», cuenta Yevgine, georgiana de origen armenio.

En una cospitería de Tibilisi, la capital georgiana, aparecen dos carteles que resumen la importancia de las bebidas alcohólicas en Georgia (siempre, entre brindis). El primero aporta 365 razones para beber a diario; el segundo dice algo así como «yo no bebo vodka, yo respiro con él».

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En el Cáucaso se brinda hasta con los muertos. Llegar a una casa en cuya familia se encuentra en pleno duelo y descubrir varios vasos alrededor de la foto del difunto no extraña a nadie. Los amigos traen botellas de vino y de vodka como regalos, brindan con la familia, con la foto del difunto, y le dejan ahí su parte, para que se la beba cuando pueda. Los amigos, además, suelen brindar sobre la tumba y derramar un chupito que simbólicamente bebería el amigo fallecido. Algunos llevan incluso su afición más allá de la vida, como es el caso de este armenio enterrado al sur de Georgia:

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En un hostel del barrio azerí de Tbilisi, un chico de Haití que vive en Estados Unidos se aproxima. Es marine y actor, dice. Ha venido a Georgia a rodar un anuncio y, mientras lo cuenta, nos invita a beber el vino que le acaba de regalar un soldado georgiano. «Vamos a brindar como hacen en Georgia», dice Jeffrey. Ha aprendido rápido.

Adoptar el papel de tamada en Georgia, en realidad, se convierte en una batalla por ser el más gracioso y elocuente. En el Cáucaso, la competición es tan importante como el brindis, la bebida o la comida. Ser los primeros también es esencial. Por eso, los georgianos suelen enorgullecerse de haber inventado el chupito, dicen. Puesto que solían beber en cuerno y, al no poderse sujetar sobre la mesa mientras seguían comiendo, sólo ponían un trago en el cuerno, brindaban y volvían a comer sin miedo a que se derramase el vino.

Abril de 2016, Hungría

Tokai es una aldea húngara famosa por sus vinos. Allí una familia alberga una bodega que ha mantenido a lo largo de siglos. La uva de tokai es especial, blanca, más dulce de lo habitual. Algo tendría que el vino al que daba lugar entusiasmaba al zar Pedro el Grande. Entre vinos y pogácsa, un panecillo relleno de queso con el que lo húngaros suelen tomar el vino, Lázsi alza su copa, aguarda hasta que la mesa se sume en el silencio y trata de decir algo. Quiere brindar.

-¿En serio? ¡Pero si eres húngaro!
-Sí, pero quiero brindar con vino.
-Pero, ¿no se supone que no podéis brindar?
-Ah, bueno, eso es solo con la cerveza. Brindemos: ¡Egészségedre!

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El 6 de octubre de 1849 alguien brindó con cerveza. Los austríacos sofocaron una revuelta húngara y celebraron la victoria refrescando la garganta. Tomaron jarras de cerveza y, alegres, seguramente entre cánticos y aleluyas, hicieron chocar sus jarras. Aquel impacto aún suena en la memoria húngara. Lázsi recuerda una batalla que no perdió como si hubiese estado en ella, en su mirada asoma incluso un atisbo de pena mientras termina de degustar el vino y comienza a contar la celebración austriaca. «Desde entonces no brindamos con cerveza porque ellos lo hicieron», lamenta.

¿Qué (no) ocurriría si un húngaro y un georgiano bebiesen cerveza juntos?

En el hipotético caso de que un húngaro y un georgiano compartiesen mesa, probablemente no se daría un choque cultural si estuviesen en Georgia porque es más habitual beber vino, chacha o vodka. En Hungría, donde la cerveza es casi un sustituto del agua para algunos, el georgiano se vería obligado a contener sus ganas de brindar por todo y por todos mientras deleita al personal con sus cuentos y poemas. Siempre que quiera tener amigos húngaros, claro, tendrá que contenerse para no ofenderlos.

Existe un emoji que un georgiano se podría sentir tentado de utilizar al mantener una conversación con un húngaro y que este nunca enviaría. El georgiano, por el bien de la amistad, tampoco debería hacerlo. Jeffrey, el chico de Haití que aprendió a brindar como los georgianos, tampoco.

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