Lucía Coz fue esa niña que creció queriendo tener un perrito y su mamá no le dejó. Para esta ilustradora, grabadora y muralista peruana afincada en Madrid, los animales han sido siempre una obsesión. «Yo creo que no hay nada más sincero que los animales».
El deseo de hablar con ellos, de convertirse incluso en uno de ellos, ha estado siempre presente en ella desde niña. Un día, mientras meditaba antes de practicar surf en su Lima natal, se le vino el título a la cabeza: Siempre quise hablar con los animales, y tuvo claro con aquella revelación que aquel sería también el título del libro que un día publicaría. Aquello fue en 2018, y la obra no ha visto la luz hasta este año 2025, de la mano de La Granja Editorial.
El libro de Coz es, en realidad, una bitácora en la que ha recopilado ilustraciones y apuntes que la ilustradora ha ido haciendo en bitácoras íntimas entre 2019 y 2025. Una especie de diario ilustrado que se convierte, también, en una forma de escucha, de procesar emociones y explorar, sin juzgar, la salud mental, la memoria y el deseo de ligereza.
«Me di cuenta de que yo siempre dibujaba animales, porque yo generaba esas preguntas que eran un poco las preguntas que nos hacemos todos los días todos (¿por qué esto?, ¿por qué lo otro?). Pero en lugar de simplemente pensarlas o escribirlas, las escribía o las pensaba pero me las respondía un animal. O una planta. Creo que era una manera de buscar compañía. También se volvió una fórmula de algo que me gustaba dibujar. Era como un ejercicio de dibujo, porque el dibujo, al final, es un ejercicio constante», comenta Lucía Coz.
Para ella, el libro le ha ayudado a procesar un momento en el que lo estaba pasando muy mal y en el que se vio obligada a asumir y generar muchos cambios, incluida la migración a España. Poco antes, había escrito a la editorial para proponerles publicar ese proyecto, pero cuando recibió el sí, aquello le pilló con la energía muy baja. «Pero me dije sácala de donde no hay, y me sirvió mucho para conocerme a mí, reconocerme a mí, reconocer a mi yo de antes, unirlo con mi yo de ahora, y a procesar un montón de emociones que me estaba costando mucho procesar».
Y pensó que aquello por lo que ella estaba atravesando, eso que estaba sintiendo, también podría estar ocurriéndole a otras personas. Quizá su proyecto, ese diario íntimo, podría tener un sentido útil que no había contemplado. «Y así como yo he encontrado otras cosas que me han ayudado, quizá esto también le sirva de refugio a alguien, y eso sería superbonito», asegura.
¿Por qué una bitácora?
Hay un ejercicio de dibujo en internet auspiciado por la ilustradora colombiana-ecuatoriana Power Paola, junto con otros artistas, llamado La casa telepática. Ciertos días y a horas concretas, quienes quieren participar en ese ejercicio se sientan a dibujar. No importa dónde estén, simplemente se sientan y dibujan. Coz ha sido una de las participantes habituales de este proyecto, y ese hecho le sirvió para «practicar eso de sentarme y odiar lo que dibujaba. O darme cuenta de que lo estaba pensando demasiado, o que si no me gustaba algo, también aprendía».
Desde entonces, cogió la costumbre de llevar su cuaderno de bitácora a todos lados. «Me acuerdo que 2019 fue un año donde dibujé mucho en mi bitácora y sin miedo; y empecé a escribir también. Escribía mis sueños, encontré un ritmo de escritura que me divertía más y empecé a agregar texto a mis dibujos más conscientemente».
Después empezó con las bitácoras de viajes, en las que dibujaba cuanto veía. Era como tomar fotografías que sirvieran de recuerdo para el futuro, pero en forma de dibujo y sin importar si estaban bien o mal hechos. «Es un ejercicio que es también como un recuerdo. Y como sentía que había estado tan disociada, me prometí a mí misma que, como ya no me quiero olvidar las cosas, ese ejercicio de bitácora me ayudaría a mantenerme presente», explica.
«Quienes escriben de mí, identifican que yo uso el dibujo como una medida, no sé si desesperada pero sí muy subrayada de no olvidar. Quizá una foto es para que no se te olvide, pero el dibujo hace que se te quede todavía más en la cabeza».
Un espacio transparente
Lucía Coz está segura de que trabaja mejor cuando lo hace «en colectivo». «Las ideas que tienes como artista, si tú estás encerrado en tu casa, siento que acabo cuestionándome demasiado en la soledad de mi trabajo. Y cuando lo vuelves colectivo, es el momento en que aprendes de los demás y de sus procesos, y te das cuenta de que lo que se te ocurrió no es tan descabellado».
Por eso fue importante el espaldarazo de Jesús Cisneros, de quien se confiesa fan acérrima, autor también del prólogo de Siempre quise hablar con los animales. Pero antes, durante el proceso de recopilación y producción, ella tuvo sus dudas. «Yo miraba este libro en digital y pensaba “quién le va a hacer caso a esto, no tiene sentido, qué vergüenza”». Pero entonces le llegó el diagnóstico de un problema de salud mental y aquello le ayudó «a darle lógica a la trayectoria de los dibujos», cuenta.
«A mí me ayudó a ponerle nombre. Poner nombre a algo y catalogarlo, así como a veces puede encerrarte, también puede ayudarte a estructurar». Y es consciente que en esa observación de uno mismo se corre el peligro de caer en la sobreobservación. «Eso puede tener una parte buena, porque pueden salir libros como este. Pero la parte mala es que puedes acabar sobreeditándote, que te dé vergüenza decir algo muy humano por el qué dirán. Al final, yo soy una combinación de “me da mucha vergüenza qué piensen de mí” y “no me importa y prefiero hablar de esto, decir que las cosas me afectan y que puedo pasar por momentos difíciles y no voy a mentirte”. La transparencia forma parte de mí, y a veces me puede gustar y a veces no», expresa con rotundidad.
«Este libro es un poco una recopilatoria de mis bitácoras. Qué hay más transparente que un espacio donde dibujas o escribes solo para ti».