Poco antes de empezar la década de los ochenta del siglo pasado, el artista austriaco André Heller ya había tocado todos los palos del arte: pintura, cine, literatura, música, paisajismo… Sus performances artísticas eran conocidas en todo el mundo, pero él soñaba con algo más.
«El arte debe adoptar formas poco convencionales y acercarse a quienes normalmente no lo buscarían en entornos más habituales», esa era su filosofía. Pero ¿cómo lograrlo?, ¿cómo dar una vuelta de tuerca más a todo lo que ya había hecho para conseguirlo? Entonces nació la idea: un parque de atracciones que funcionara, a la vez, como museo, y que contara con atracciones, instalaciones interactivas, juegos y actuaciones. Con el plus añadido de que todas esas instalaciones y atracciones estarían decoradas y diseñadas por algunos de los artistas plásticos más relevantes del momento.
Entonces empezó la búsqueda de esos artistas. La primera en responder a la llamada fue la pintora ruso-francesa Sonia Delaunay, quien pintó antes de morir, el arco de entrada del futuro parque de atracciones. Andy Warhol le puso en contacto con Jean-Michel Basquiat, que aceptó unirse al proyecto. Después llegaron Keith Hearing, que atrajo, a su vez, a Kenny Scharf.
También, Roy Lichtenstein, y con él, David Hockney. Y la cadena siguió rodando hasta completar un total de 30 artistas, entre los que se incluían, además de los ya mencionados, Rebecca Horn y el mismísimo Salvador Dalí. Todos ellos representaban corrientes artísticas que iban desde el expresionismo abstracto hasta el art brut, el dadá, Fluxus, el neoexpresionismo, el noveau réalisme, el pop art, el surrealismo y el accionismo vienés.
Heller bautizó a su parque como Luna Luna y lo ubicó en Hamburgo (Alemania). Cada artista se dedicó a una atracción: Hearing pintó un tiovivo y algunas de las lonas del parque; Basquiat decoró y diseñó una noria musical; Lichtenstein desarrolló un laberinto, el Luna Luna Pavilion, y Dalí, una cúpula geodésica con espejos en su interior al que denominaron Dalídom.
La inauguración tuvo lugar en el verano de 1987 y duró solo esa temporada. Periódicos de la época como el New York Times lo describieron como un «museo efímero» y «tanto una oda a Coney Island como a la pintura y la escultura». El parque de Heller ofrecía a los artistas una oportunidad de crear un mundo fantástico, no limitado por los parámetros que rigen los museos y galerías de arte tradicionales, y celebraba la creatividad del juego, a la vez que reinventaba lo carnavalesco.
Luna Luna iba a girar por varios países, pero no llegó a salir nunca de Hamburgo. Diversos problemas y litigios impidieron que el parque continuara abierto y todas sus instalaciones se guardaron en contenedores que quedaron olvidados durante tres décadas. Hasta que, en 2022, la empresa de ocio DreamCrew, conocedora de esta historia, compró todo aquel material olvidado y lo devolvió a la vida, esta vez en una nueva ubicación: Los Ángeles, en Estados Unidos.
El parque, ahora llamado Luna Luna Forgotten Fantasy, abrió sus puertas de nuevo en diciembre de 2023, esta vez solo como museo, ya que las atracciones originales no cumplen con las normas de seguridad que se exigen actualmente.
Imagen de portada: Luna Luna Forgotten Fantasy @Joshua White