En 2008, unos inversores chinos hicieron el primer parque industrial de Etiopía en la ciudad agrícola de Duken. Aquella infraestructura pretendía ser una zona económica especial diseñada para acoger a decenas de fábricas en las que trabajan miles de trabajadores. La zona aspiraba a convertirse en la potencia manufacturera de África. Y ante el éxito de esa instalación, los inversores asiáticos planearon la construcción de una segunda fase aún más grande.
Así arranca el film documental Made in Ethiopia, codirigido por Xinyan Yu y Max Duncan, que inaugurará la décima edición del Another Way Festival, un festival de cine dedicado al desarrollo sostenible y el medio ambiente que tendrá lugar del 16 al 22 de octubre en Madrid.
China, África y el progreso
Duncan y Xinyan habían trabajado en China como periodistas durante una década. Durante esos años, fueron testigos del rápido desarrollo del país asiático y cómo la urbanización y la industrialización transformaron el medio ambiente. Cientos de millones de personas consiguieron salir de la pobreza, pero a costa de una enorme degradación medioambiental, la desintegración de comunidades enteras y peleas frecuentes por la apropiación de terrenos.
Al mismo tiempo, China aumentó drásticamente sus inversiones en África, y muchos países de ese continente miraban al modelo chino de desarrollo como un modelo a imitar para el suyo propio. De ahí nació la idea de rodar esta película, confirma Max Duncan: «Decidimos ver qué significaba eso para la población y el país, y nos fuimos allí para buscar historias».
Lo que más les impresionó de todo lo que los empresarios e inversores chinos estaban haciendo en Etiopía fueron los parques industriales que se estaban construyendo por todo el país.
«Esos parques industriales, que son en esencia polígonos de fábricas gestionados por una empresa central, habían sido claves para atraer inversión extranjera a China en los años 80 y 90, siendo los que pusieron en marcha el «milagro económico» chino. Solo que, ahora, los inversores extranjeros eran chinos y estaban en África», explica Duncan.
Ambos codirectores visitaron el primero que se instaló allí, un enorme complejo con casi 20.000 trabajadores fabricando prendas, fundamentalmente, y otros productos para unas 100 empresas chinas. «Conocimos a la nueva directora del parque, Motto, una persona con una fuerza extraordinaria con la que muy pronto nos dimos cuenta de que teníamos los primeros ingredientes para un largometraje».
Un rodaje extendido en el tiempo
Cuatro años ha durado el rodaje de Made in Ethiopia, más de los que habían planeado en un principio. Pero el tiempo, cuenta el codirector, se convirtió en uno de los elementos más importantes de la película.
«La narrativa principal de la historia se centra en seguir la ambición de expandir el parque industrial con una segunda fase que prometía 30.000 nuevos puestos de trabajo, pero que implicaba la expropiación de una gran zona de terrenos agrícolas y la reubicación de esos residentes a una población cercana. Necesitábamos tiempo para ver la evolución de ese tema. Y para ver si la prosperidad que el parque y el gobierno local habían prometido a los agricultores y trabajadores justificaría los sacrificios que se les pedía que hicieran».
Ese enfoque longitudinal es uno de los mayores elementos de la película, en opinión de Max Duncan. Con un rodaje tan largo pudieron ver no solo qué pasó con aquellos planes de expansión, sino también presenciar en tiempo real el costo que un periodo increíblemente difícil (a la pandemia de 2019 se sumó una guerra civil) tuvo para las protagonistas del film y sus aspiraciones.
«La película tiene un arco narrativo y emocional muy fuerte que nunca se podría haber logrado con un rodaje más corto», confirma Duncan.
Con perspectiva femenina
Que las tres protagonistas de Made in Ehtiopia (Motto, la directora del parque industrial; Workinesh, una mujer campesina, y Beti, la joven operaria de una de las fábricas) sean mujeres fue una decisión pragmática que tomaron Xinyan y Duncan.
La directora del parque, Motto, era una mujer, y alrededor del 80% de la fuerza laboral etíope de las fábricas que se agrupaban allí también lo eran. «Queríamos tener representada una voz potente de la comunidad agrícola en torno al parque, y varias personas nos apuntaron a Workinesh, otra mujer que se desenvuelve con mucha dignidad», recuerda Duncan.
«Era evidente que Workinesh tenía ganas de expresarse. Así que decidimos centrarnos en tres mujeres. Nos vino como una decisión muy natural. Por supuesto, también éramos conscientes de que no es nada común ver historias sobre negocios y desarrollo económico contadas desde una perspectiva femenina. Y pensamos que, puesto que las mujeres son frecuentemente las impulsoras silenciosas del progreso, sus historias merecían ser destacadas en esta película».
Ambos codirectores pudieron comprobar que, a medida que avanzaba el proyecto, la perspectiva femenina sobre la industrialización se hizo cada vez más presente.
«Empezamos a ver la vida de cada una de ellas reflejada en la de la otra. Por ejemplo, la directora del parque, Motto, dejó a su hija pequeña en China para centrarse en ganar dinero y así poder apoyar a su familia. Al mismo tiempo, Workinesh, la agricultora, es madre de seis hijos y prioriza estar presente para ellos tanto física como emocionalmente.
Ambas mujeres intentan dar a sus hijas un futuro mejor, pero sus métodos son muy diferentes. Así que, de una forma natural, las preguntas sobre las opciones que tienen estas mujeres y lo que da sentido a sus vidas tomó cada vez más envergadura dentro de la historia».
Además, de alguna manera, la biografía de estas tres mujeres es un reflejo del sistema de clases sociales. Todas intentan ascender, pero desde puntos de partida muy diferentes. Workinesh es una granjera que abandona el campo para emigrar a la ciudad. Beti es una trabajadora recién urbanizada que aspira a la clase media. Y Motto, que ya ha logrado ese ascenso, se halla a sí misma adhiriéndose a una élite de expatriados.
«Como mujeres, todas tienen que esforzarse más que los hombres en posiciones similares para conseguir sus objetivos. Todas tienen que hacer sacrificios individuales para sobrevivir en un entorno creado por ellos, mientras que todas deben equilibrar su deseo de independencia con sus obligaciones para con la familia y la tradición. El final también las iguala, de alguna manera», opina Max Duncan.
¿Progreso o sostenibilidad?
Made in Ethiopia habla del progreso de un país que busca salir adelante y avanzar casi a cualquier precio. Algo que contrasta con algunas corrientes occidentales que empiezan a hablar de progreso sostenible e incluso de decrecimiento. Surge entonces la reflexión: ¿son exportables estas ideas a países como Etiopía, donde la pobreza y el subdesarrollo son imperantes? Para Duncan, es una pregunta que la película también plantea.
«África tiene una población de alrededor de 1.500 millones de personas, y se prevé que para 2050 tendrá 2.500 millones. Sin embargo, la huella de carbono de un africano medio es una séptima parte de la de un europeo. Por ahora, solo el 1% de los etíopes tienen coche. Si todas esas personas quieren vivir como viven actualmente los estadounidenses o los europeos, el planeta no podrá sostenerlo».
«Pero también es comprensible que los países en desarrollo consideren que tienen derecho a crecer y a alcanzar una determinada calidad de vida. De hecho, es su prioridad número uno. No se puede pedir a la gente que decrezca cuando ni siquiera ha disfrutado de los beneficios del crecimiento», concluye el codirector.
Pero ¿qué ocurre con la sostenibilidad? Para Duncan, se trata de un concepto mucho más amplio que ofrece otra reflexión distinta.
«Sí que se puede conseguir un crecimiento más sostenible. Por ejemplo, con una mayor disponibilidad de energía renovable asequible, el desarrollo de África podría ser, en teoría, mucho más limpio que el nuestro. China produce ahora paneles solares y coches eléctricos tan baratos que los países en desarrollo pueden adelantarse a las naciones industrializadas e incorporar energía limpia en sus planes de industrialización sin que sea prohibitivamente cara».
Y continúa explicando: «De hecho, Etiopía se convirtió este año en la primera nación del mundo en prohibir la importación de coches de combustible fósil, porque quiere que todos los vehículos sean eléctricos. Este es solo un ejemplo, pero este tipo de planteamientos se pueden incorporar a los cimientos de las nuevas economías».
En opinión de Xinyan y Duncan, no resulta fácil concretar un modelo de crecimiento sostenible para países como Etiopía. Quizá la clave esté en procurar un desarrollo de mejor calidad que ponga a las personas en el centro y al medio ambiente por encima de los beneficios.
«Si el mundo desarrollado, que es responsable de la mayor parte del daño histórico al planeta, quiere que los países pobres reduzcan las emisiones y protejan la biodiversidad, entonces necesita ofrecer ayuda —afirma Duncan—. Compartir conocimientos, hacer asequible la tecnología renovable y también dar un buen ejemplo al consumir menos. Si los Estados Unidos o Europa no logran hacer su economía más limpia, ¿por qué debería hacerlo un país como Etiopía?».
Para el codirector del film que inaugurará la décima edición de Another Way Festival, la educación también es una parte importante de la solución. «Una generación joven bien educada puede responder con sus propias alternativas a un modelo económico importado que se basa en la fabricación a bajo costo y la búsqueda constante de nuevas fuentes de empleo».
«La educación puede fomentar la innovación local en soluciones sostenibles, y puede crear un gobierno más sabio y responsable. Por supuesto, la educación necesita financiación, que a menudo es el mayor desafío en los países en desarrollo. Pero debe ser una prioridad».
Si lo vas a hacer, hazlo bien
Lo que sí parece sacarse en claro tras el visionado de la película de Duncan y Xinyan es que el modelo económico que plantea la multinacional china mostrada en Made in Ethiopia no funciona, a poco que se mire más de cerca, por todas las renuncias que exige de las personas y de las comunidades. Pero, aun así, pueden sacarse unos cuantos mensajes de lo que allí se cuenta.
«En los países en desarrollo, la industrialización y la urbanización son inevitables, nos guste o no —explica Max Duncan—. El mensaje clave de nuestra película es que, si lo vas a hacer, tienes que hacerlo bien, tanto para las personas afectadas como para el medio natural. Eso significa la existencia de corporaciones responsables y gobiernos honestos que traten a los trabajadores de manera justa, que respeten a los agricultores y que los compensen adecuadamente por sus terrenos. Que dejen espacio y respeten la naturaleza, y que valoren la cultura y la comunidad.»
«Cuando esas cosas no están en su lugar, hay mucho que puede salir mal. Y eso es algo que vemos en la película. El crecimiento tiene que estar al servicio de la gente y no de las élites, ya sean políticas o empresariales. Motto, la directora china del parque industrial, dice que el desarrollo siempre es doloroso, y hasta cierto punto tiene razón. Pero creemos que, si se hace mejor, puede ser mucho menos doloroso», concluye.