La fuerza del azar, o cómo hacer un fotolibro a los 65 años de la mano de tu hijo

5 de noviembre de 2015
5 de noviembre de 2015
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El azar, el encuentro con una persona u otra puede marcar nuestra vida para siempre, trazar un camino que recorreremos hasta el fondo. De hecho, ¿cuántos caminos habríamos podido recorrer y cuántas cosas hemos perdido para siempre, sin que podamos conocerlas jamás? De esta sencilla reflexión nace Magari, el primer fotolibro de Alfredo Clavarino, italiano de 65 años.
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Magari es una palabra italiana ambivalente que puede ser utilizada en distintos contextos. Puede servir para expresar un sentimiento cercano al «ojalá», pero si es empleada en presente o en pasado significa «quizás, tal vez». Como conjunción se convierte en «incluso», aunque también puede interpretarse como un «si tan solo».
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Alfredo Clavarino encuentra un sentido más amplio cuando nos transporta a los lugares a los que ojalá pudiésemos haber ido, aquellos en los cuales quizás ya hemos estado, e incluso tal vez a algunos que a raíz de ellas conseguimos imaginar por primera vez.
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El título de este libro, paradójicamente, no es fruto de casualidad: impreso en la portada con pequeñas letras azules, es la clave para interpretar las imágenes que se esconden a la vuelta de la página. «Al principio y al final del libro vemos, en primer plano, a dos personas, un hombre y una mujer ancianos, absortos en sus pensamientos. Creo que he conseguido captar la expresión de personas que piensan en su pasado. La secuencia de imágenes nos muestra, a lo lejos, a otras personas, cuyo pensamiento probablemente está dirigido al presente o al futuro. Siguen imágenes que retratan varias fases de la vida, desde la infancia hasta la madurez. El concepto que intento expresar es cómo el transcurrir de nuestra vida esté ligado al azar y cómo en vez de una cosa, podría haber acontecido otra. Incluso en el mejor de los casos queda una cierta añoranza o quizás la conciencia de haber perdido algo», cuenta Alfredo desde Italia.
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Alfredo comenzó a fotografiar muy joven, en los años 70, con una vieja cámara soviética Zenit. Poco tiempo después la cambió por una Nikkormat con la que solía tirar fotos en blanco y negro, que después revelaba en un pequeño laboratorio casero que instaló en el baño de su casa.
La fotografía siempre fue una pasión, aunque nunca llegó a convertirse en profesión. Alfredo trabajó hasta la jubilación como vendedor en su Turín natal. «Deambular con una cámara en las manos me hace sentir más vivo, más atento a lo que me rodea, ya que me que permite concentrarme en el acto de congelar las imágenes que reflejan mis estados de ánimo», revela Alfredo.
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Aunque es un fotógrafo autodidacta, Alfredo pasó la vida zambullido entre libros de fotografía: libros de Lee Friedlander, Garry Winogrand, Luigi Ghirri o Tony Ray Jones. De hecho, la influencia de Luigi Ghirri y Bertien Van Manen es evidente en sus fotos, que casi parecen fotogramas de una película.
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Quizás por esta razón, hace poco llegó a la conclusión de que precisaba plasmar en un libro las fotos que hizo entre 2008 y 2014. En su mayoría están hechas en Inglaterra, país con el que Alfredo mantiene una íntima relación debido a que su esposa es inglesa. «Después de algunas exposiciones, me di cuenta de que necesitaba dar un orden y un sentido a lo que estaba haciendo; salir de la bella fotografía para crear algo cerrado y no alterable. Era como si estuviese diciendo: hasta ahora he hecho estas imágenes. Ha llegado el momento de entender por qué las he hecho. El libro es fruto de una reflexión y una exigencia a posteriori. Exactamente lo contrario de plantearse un tema y desarrollarlo», explica Alfredo.
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Lo más curioso es que, durante todo el proceso creativo, le ha acompañado su hijo, Federico Clavarino, que también es fotógrafo. Autor de tres fotolibros, Federico también es profesor de inglés y profesor de fotografía en la escuela Blank Paper de Madrid.
«Mi aportación ha sido mínima: he molestado a mi padre hasta que se animó a hacer el libro, aunque no he tenido que insistir demasiado, porque era algo que ya tenía en la cabeza», relata Federico. Ha sido una colaboración entre padre e hijo, entre Turín y Madrid, entre fotógrafo y fotógrafo.
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«Federico tiene una relación profesional con la fotografía. Él ha recorrido todos los eslabones que me faltan. Ha sido una gran ayuda durante la edición y me ha puesto en contacto con grandes profesionales que me han acompañado en la realización del libro», explica Alfredo. Víctor Garrido se ha ocupado de la preimpresión y Tres tipos gráficos del diseño.
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«Para editar un trabajo de este tipo, que no se ha desarrollado a partir de la investigación sistemática de un tema, sino que es el resultado de una búsqueda más íntima del fotógrafo, hay que saber muy bien lo que se está intentando comunicar, y según ello establecer una estructura fuerte que ayude a que el discurso se sostenga con coherencia», aclara Federico.
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Padre e hijo hoy se sienten unidos por su interés por la fotografía. Pero no siempre fue así. «Todavía me acuerdo cuando Federico se mudó a Madrid y yo le regalé mi vieja Nikkormat. En aquel momento no sabía que le habría trasmitido esa pasión», reconoce Alfredo.
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«De pequeño mi padre me regaló una cámara compacta. Me encantaba, pero duró poco. Estaba en una edad en la que era difícil centrarse en algo, todo era nuevo para mí. A lo largo de mi adolescencia, entre mis amigos era de los pocos que no tenía una cámara. Nunca me ha interesado hacer fotos de mi entorno o usar la fotografía para recordar viajes, fiestas o demás. Siempre me ha parecido que de alguna manera la fotografía altera la memoria y sigo convencido de ello, solo que ahora entiendo mejor el porqué. Al marcharme para España, justo cuando estaba saliendo de casa hacia el aeropuerto, mi padre me dio su vieja Nikkormat. Recuerdo que dijo: «Por si acaso». Empecé a hacer fotos en España y, pocos meses después comencé a estudiar en Blank Paper. Todas las veces que podía le enseñaba fotos a mi padre. Quizás era una manera de llevarme algo de él conmigo o de establecer un canal para comunicarnos en la distancia. Todavía no lo sé», reflexiona Federico.
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Ahora ambos están preparando su próximo libro. El de Federico se llama The Castle. El de Alfredo no tiene nombre todavía. «Estoy trabajando en un proyecto totalmente diferente. No será a posteriori ni habrá escenarios de otros países: será un pequeño microcosmos sin personas. ¿Ves cómo cambiamos? Pero hasta esto se debe al azar», concluye Alfredo con una pizca de ironía.
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