Francisco de Goya tituló a uno de sus más famosos grabados El sueño de la razón produce monstruos. No fueron monstruos lo que produjeron los sueños de Raymond Isidore, un vigilante y barrendero del cementerio de Chartres (Francia), que durante casi 30 años decoró su casa hasta convertirla en uno de los monumentos históricos del país galo: La Maison Picassiette.
Isidore no se consideraba un artista. «Yo, que nunca he sabido cómo dibujar en mi vida, todavía no entiendo cómo llegué a ese resultado», dijo en una de las primeras entrevistas que le hicieron, según cuenta Alexxa Gotthardt en un artículo de Artsy. Pero a base de intuición, fue decorando el interior de su casa primero y luego toda la finca hasta convertir aquella propiedad en el paraíso del mosaico.
Cuando compró los terrenos en los que construiría su casa, próximos a su admirada catedral de Chartres, no pensó en convertirla en otra cosa que no fuera un hogar junto a su esposa, una viuda 10 años mayor que él que aportó tres hijos al matrimonio. «Primero construí mi casa para refugiarme», contaba en aquella entrevista. Pero sus muchos ratos de ocio le llevaron a pasear por los campos cercanos y en aquellas caminatas, Isidore iba descubriendo pequeños trozos de cerámica y vidrio que llamaban su atención.
«Cuando terminé la casa, caminaba por los campos cuando vi pequeños trozos de vidrio, pedazos de porcelana, platos rotos», explicaba. «Los recogí sin ninguna intención específica, por sus colores y sus destellos. Me quedé con lo bueno, tiré lo malo. Los amontoné en una esquina de mi jardín. Entonces me vino la idea de hacer un mosaico para decorar mi casa. Al principio, solo consideré una decoración parcial, limitada a las paredes».
Y así empezó aquella actividad compulsiva que le llevó a llenar de mosaicos no solo las paredes del interior de su casa, sino también suelos, muebles y objetos cotidianos. Incluso el fregadero o la máquina de coser lucieron sus propios diseños.
Cuando la materia prima con la que iba adornando su casa empezó a ser escasa en los caminos, Isidore, carretilla en mano, se trasladaba a los basureros y escombreras cercanos en busca de aquellos vidrios y trozos de platos y loza que sus vecinos desechaban. Incluso llegó a comprar vajillas viejas para luego hacerlas añicos y seguir componiendo mosaicos con sus trozos. Sus vecinos, con cierta malicia, empezaron a llamarle Picassiette (roba platos) y así se conocería también a su casa.
Cuando el interior de la casa estuvo acabado, Isidore siguió por el exterior: fachadas, muros, mobiliario… Compró unos terrenos aledaños y los convirtió en un jardín y casa de verano que también lleno de teselas. Incluso construyó y adornó su propia tumba con la esperanza de descansar allí algún día. Las autoridades, sin embargo, nunca permitieron que su cuerpo fuera enterrado en ella.
Aquella labor decorativa comenzó en 1938. Durante los siguientes 25 años, Isidore continuó con su creación y no dejó de trabajar en ella hasta su muerte en 1964. Su inspiración, contaba, venia de los sueños. «La noche dictó lo que tenía que hacer. Vi mi dibujo ante mí como si realmente existiera. Me levanté rápidamente y me puse a trabajar de inmediato. No elegí ningún elemento. Las piezas de porcelana o loza estaban al alcance, listas para usar».
Los principales motivos que se muestran en la obra de Isidore son religiosos. La catedral de Chartes fue su gran inspiración. Sus vidrieras y rosetones, como el propio edificio, fueron reproducidos varias veces por el modesto guardián del cementerio local. Hay quien dice que comenzó a reproducir sus vidrieras y la propia catedral como agradecimiento a la virgen por haberle devuelto la vista cuando era apenas un niño. Pero además de esos motivos religiosos, también la naturaleza y la vida cotidiana del campo fueron fuentes de inspiración para este hombre sencillo que no se reconocía como artista.
En 1954 la fama de la Maison Picassiette era tal que el propio Pablo Picasso quiso ir a visitarla. Fue entonces cuando se ganó su otro apodo: el Picasso de la vajilla (Picasso Assiette). No fue el genial malagueño el único que se interesó por la obra de Isidore. El fotógrafo Robert Doisneau también fotografió aquel extraordinario lugar en 1956.
Isidore murió en 1964, dicen que enajenado por tanta ensoñación, sin ver terminada la obra a la que dedicó su vida. Nunca imaginó que su hogar iba a ser visitado por más de 30.000 personas al año ni que pudiera ser declarada Monumento Histórico en 1983, ni que hubiera un premio inspirado en él y en su obra, el Premio Internacional Picassiette, destinado a promover la creatividad con mosaicos. El sueño de la razón de aquel humilde hombre que nunca pensó en la repercusión que iba a tener su trabajo no trajo monstruos, sino color a este pequeño rincón de Francia.