¿Quién decide lo que se considera cívico?

25 de junio de 2015
25 de junio de 2015
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En algunos países tienen unas normas de educación muy concretas que no se dan en casi ningún otro. Los visitantes deben aprenderlas antes de viajar para no desentonar. Por ejemplo, la costumbre de no entrar a una casa con zapatos (en Corea o en Finlandia) o de acabarse todo el plato de comida en México. Cada país tiene sus normas sobre los saludos: un beso, dos, tres, un apretón de manos… Y también con respecto al modo de usar las manos: mientras en muchos países musulmanes la mano izquierda se reserva para tareas «impuras», en los asiáticos es de buena educación dar los objetos con ambas manos.
Más allá de estas acciones puntuales tan específicas de cada país, para decidir si un comportamiento es de mal gusto o no hay que establecer un baremo, poner un listón. Y no es fácil escoger dónde está esa línea de partida. ¿Cuál es el civismo «estándar»? Aquí entra en juego el sentido común y el análisis de lo que resulta molesto para los demás, por lo que es algo muy subjetivo. Es muy distinto que una persona que no conozca las costumbres japonesas cometa el error de dejar una propina en un restaurante a que otra no ceda su asiento a una embarazada o un anciano. Algunas personas son conscientes de que su comportamiento resultará molesto para los demás, pero lo realizan escudándose en el anonimato (por ejemplo, alguien que es impertinente solo con desconocidos y nunca lo sería en su lugar de trabajo) o en un dudoso sentido de la rebeldía.
[pullquote class=»left»]Son pocas las actitudes sobre cuya reprobación haya realmente un consenso[/pullquote]
Muchos turistas consideran que los españoles son maleducados. Les sorprende que, en los bares, tiren las servilletas y los huesos de las alitas de pollo al suelo; que no dejen salir antes de entrar en el metro o que hablen demasiado alto. Pero, a su vez, esos españoles quizá se lleven las manos a la cabeza cuando en otros países vean comportamientos que, a su juicio, son más graves que el de tirar un hueso de aceituna al suelo.
Incluso dentro de nuestras fronteras, el mal gusto es relativo. La desaprobación o aceptación de un comportamiento está determinada por la educación recibida, por el ámbito en el que uno se mueva, por la tolerancia y por otros muchos factores. La gente tiene manías; a unos les molestan unas cosas más que a otros y son pocas las actitudes sobre cuya reprobación haya realmente un consenso.
A alguien puede no parecerle demasiado mal caminar lentamente junto a sus acompañantes tapando toda la acera e impidiendo el paso a personas que llevan más prisa. El autor de este artículo, por ejemplo, encuentra a los españoles malhablados y cree que tienen un problema con la basura en lugares públicos. La autora de este otro artículo dice que el civismo alemán no es tanto como lo pintan, sino que está motivado por muchas prohibiciones externas. Parece que algo parecido va a pasar en China, que amenaza con imponer multas a sus ciudadanos si son maleducados cuando hacen turismo.
Según un ranking realizado por el portal SkyScanner.es en 2012, los turistas tienen la sensación de que el país con los habitantes más maleducados es Francia, seguido de Rusia y Reino Unido. En la serie Borgen, que trata sobre los entresijos de la política danesa, hay varias escenas en las que dos o más personas se dan información cargada de odio, pero lo hacen sin cambiar el gesto ni dejar de expresarse con calma y utilizando palabras cultas. Presenciar una conversación de esas características resultaría en España, cuanto menos, curioso.
¿Es el civismo «estándar» el que se practica en los países nórdicos, por ejemplo; o quizá ellos son un ejemplo excesivamente virtuoso y sería más justo considerar a España una media adecuada?
[pullquote class=»right»]El problema de esas normas de educación que debemos cumplir «por sentido común» es, precisamente, que no están escritas[/pullquote]
En nuestro país hay, por ejemplo, muchos conductores desalmados que nunca ceden el paso y se pegan al coche que llevan delante para instarlo a que acelere. De hecho, según un estudio de este mismo año llevado a cabo por la Fundación Vinci Autopistas, los españoles están a la cabeza en lo que a falta de civismo al volante se refiere. Injuriar a otros, tocar la bocina o incluso bajarse del coche para discutir está a la orden del día. Sin embargo, si se conduce en hora punta en ciudades como El Cairo, se verá que lo que aquí se considera excesivo, allí es la norma. Así que todo depende del baremo, de con qué se compare. En tu escala de personas maleducadas, ¿dónde colocas a la que clava su sombrilla en la playa a menos de un metro de la tuya, teniendo mucho espacio libre alrededor?
A malas contestaciones nos gana Grecia, según ese mismo estudio. ¿Podría estar relacionada la falta de civismo con el descontento social? Lo que parece claro es que lo está con la educación. Los países con mayor nivel de educación, encabezados por Canadá según un informe de 2013 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), hacen gala de un mayor grado de civismo.
El problema de esas normas de educación que debemos cumplir «por sentido común» es, precisamente, que no están escritas. Esas son las más difíciles para el extranjero o el despistado: no se perdonan tan fácilmente como las primeras. Un ejemplo de esto es la regla que dice que, al utilizar unas escaleras mecánicas, las personas que quieran detenerse deben ocupar el lado de la derecha para dejar libre el de la izquierda para las que prefieran subir o bajar andando. Cuando llevas prisa, te crispa toparte con alguien que se haya detenido en el lado izquierdo taponando el paso. Pero ¿tienes razón al molestarte? Muchas de las personas que lo hacen no son conscientes de estar haciendo algo malo. ¿No provocará alguno de tus comportamientos esa reacción en otros?

Imagen: Borgen.

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