En el piso nueve de un bloque de Sevilla hay un hombre que pasa unas diez o doce horas diarias pegado a un ordenador. Antonio Moreno Alfaro se dedica a denunciar importes ilegales que las compañías eléctricas aplican a las facturas de la luz y a enseñar a los ciudadanos a reclamar recibos. Lo hace desde su página web Estafaluz.com y ya ha contestado a más de 5.400 correos electrónicos de los 7.000 particulares que le han escrito para pedirle ayuda, según dijo al diario El Mundo.
Este ingeniero industrial, en paro desde hace 21 años, asegura que las personas que han denunciado estos sobrecostes que no son legales han dejado de pagar 600 millones de euros de más a las eléctricas. Endesa lo denunció por atentar contra su derecho al honor pero la Audiencia Provincial de Madrid, utilizando jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, le dio la razón y no tuvo que pagar los 50.000 euros de indemnización que la compañía le pedía.
Antonio Moreno Alfaro hace esto a cambio de nada. No es su trabajo ni recibe ninguna compensación económica. Lo hace porque es un activista, pero como lo hace desde un ordenador y usa un site, el correo electrónico y twitter, la definición más exacta es ciberactivista. «Es el ejemplo perfecto de ciberactivismo. Pone a disposición de todo el mundo datos sobre los conflictos entre las compañías y los consumidores, y los métodos para obtener la devolución de los importes cobrados de más», explica el abogado Javier de la Cueva. «Para emprender una acción micropolítica no hace falta que haya muchos individuos. Basta con buscar la eficacia».
De la Cueva acaba de publicar un libro en el que reflexiona sobre el ciberactivismo o las acciones micropolíticas, como él las llama, de los últimos años. En el Manual del ciberactivista, de la editorial Bandaàparte, el doctor en filosofía relata cómo muchos individuos y colectivos han conseguido paralizar desahucios, implantar un paso de cebra en un cruce peligroso o grabar los plenos de sus ayuntamientos sin necesidad de pertenecer a un lobby, un sindicato o un partido político. Tan solo tenían que sentarse frente al ordenador, crear una web, publicar información útil para las personas con sus mismos intereses y proponer un método de actuación para conseguir lo que querían.
Este es el ciberactivismo que le interesa al autor del libro. El que define como «acciones micropolíticas enfocadas a solucionar un problema político concreto» frente a ese otro que «solo sirve para hacer ruido. Eso es lo mismo que el individuo que va gritando por la calle o el que se pone una camiseta de un color. Vale para que te vean pero no tiene efectos prácticos evidentes», especifica en un café del barrio de las Letras de Madrid.
[pullquote class=»left»]YouTube está lleno de tutoriales. Esto significa que hay personas que les gusta enseñar y ayudar a los demás de modo desinteresado[/pullquote]
Las acciones micropolíticas han conseguido que el canon digital que aplicaba la SGAE para compensar a los creadores por las posibles copias privadas que pudieran hacer los ciudadanos llegase hasta el Tribunal de Justicia de la UE y una vez allí lo declararan ilegal, según De la Cueva. «Esta sentencia no es resultado de esta acción pero el abogado que llevó el caso, Josep Jover, siempre dice que sin esta acción nunca se habría producido esta sentencia».
También cita el caso de Europe versus Facebook. «Max Schrems planteó que Facebook Europa está pasando sus datos a Facebook EEUU y Facebook EEUU se los está cediendo a la NSA. Esto le hizo pensar si tenemos una medida adecuada de protección de nuestra privacidad. El activista austriaco ha conseguido que un tribunal irlandés pregunte al Tribunal de Justicia de la Unión Europea si FB Europa tiene una protección de la privacidad adecuada y la causa está a punto de resolverse».
«La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) ha conseguido dos veces la anulación de las leyes españolas sobre préstamos hipotecarios y la plataforma Graba tu pleno ha logrado resoluciones judiciales favorables a que los ciudadanos podamos registrar los plenos de los ayuntamientos», continúa. «Lo más interesante de todo esto es que no son parte de partidos políticos, sindicatos u ONG. Son ciudadanía pura y dura constituida en nuevas organizaciones. Unas se denominan plataformas; otros, grupos; otros se han llamado con el nombre de su actividad, por ejemplo, los antitaurinos. Lo importante es que son grupos de afectados o de interesados en resolver un problema que actúan fuera de las estructuras tradicionales. Aunque eso no significa que siempre permanezcan lejos de los partidos políticos. Al contrario, si tienen el apoyo de otras formaciones, mejor».
De la Cueva decidió definir estas actividades como ‘ciberactivismo’ y desterrar el término ‘tecnopolítica’ porque, según dice, esa palabra se ha utilizado a menudo para referirse a la «tecnología de matar seres humanos y, entre ellas, se puede citar el III Reich y el uso que hicieron del gas Zyklon B y los campos de concentración».
El abogado ha elegido la expresión ‘acciones micropolíticas’ para hablar de lo que hacen todas estas «personas interesadas en resolver problemas y enseñar a los demás cómo hacerlo. ¿Por qué una persona que resuelve su problema con la hipoteca quiere enseñar a los demás cómo solucionar los suyos? Esta pregunta es la que surge de las acciones micropolíticas». Y de muchas otras actividades que, según De la Cueva, nada tienen que ver con la política. «No olvidemos que esta forma de resolver problemas y ayudar a los demás no tiene que ser política. YouTube está lleno de tutoriales sobre cómo arreglar un enchufe o un cargador de un móvil. Esto significa que hay personas que les gusta enseñar y ayudar a los demás de una manera desinteresada. No piden nada a cambio».
Internet no es un lugar tan libre como parecía hace años. Un tuit del pasado puede ser la imputación del futuro.
En el año 2000 dije en unas listas de correo de Hispalinux [asociación de usuarios españoles del sistema operativo Linux] que Google tiene una memoria infinita. Estamos hablando de tecnologías de registro de la información, no de palabras que se lleva el viento. Todo lo que usted escriba en estos soportes va a estar grabado de por vida. Por lo tanto, tenga cuidado con lo que escribe, con lo que publica y con cualquier guiño que haga. Ahora incluso se están grabando las navegaciones. Tenga cuidado con la forma en la que navega. Y esta ya es la norma para siempre. Esto es como meterse en pelotas en una piscina llena de pirañas. Pintar con tiza en una pizarra es una tecnología efímera pero estamos hablando de la máxima expresión del sistema de registro de una civilización. [El politólogo] Langdon Winner habla del sonambulismo tecnológico del legislador. Pero también existe una somnolescencia tecnológica del ciudadano.
Esto ocurre claramente con los niños. Ellos tienen aún menos consciencia que los adultos de los problemas que les puede traer una actividad digital de hoy en su vida futura.
Los padres tienen que educar a sus hijos dentro del contexto en el que están viviendo. Al igual que cuando llegaron los automóviles les tuvieron que enseñar a cruzar la calle cuando el semáforo estaba en verde, ahora les tendrán que decir que tengan cuidado con lo que escriben en las plataformas digitales. No se puede vivir de una manera irreflexiva.
Tener cuidado es prudente pero ¿cómo puede influir esto en la libertad de expresión?
Siempre ha habido límites. El artículo 1902 del Código Civil dice que el que causa daño a otro está obligado a repararlo. Tiene más de cien años y se fundamenta en el principio de no hacer daño del Derecho Romano. La palabra siempre ha sido una herramienta para dañar y el Derecho siempre ha regulado ese tipo de herramientas. Lo que estamos viendo ahora con el caso de Guillermo Zapata no es novedoso. Existe una larga tradición en este aspecto. La jurisprudencia europea de derechos humanos está llena de limitaciones de la libertad de expresión por razones de odio, ofensas religiosas, insultos, mentiras… Y también injurias. Por ejemplo, una sentencia del Tribunal Supremo condenó a una mujer porque llevó a su pareja hasta el altar y cuando llegó allí le dijo: “Hasta aquí te quería traer yo”. Y entonces le abandonó. Todo esto ha ocurrido sin Twitter y en regímenes plenamente democráticos.
La palabra tiene unos límites, pero estos dependen de la inteligencia. Si eres tan inteligente como Oscar Wilde, podrás decir todo lo que te dé la gana. Muchas veces basta con transformar una afirmación en una pregunta para decir lo que quieras de la persona que desees. Por ejemplo, si yo digo: “¿Gallardón es un nazi?” y lo pregunto en un foro es casi igual que afirmarlo. Hay construcciones verbales que sirven para decir lo que te dé la gana sin que puedas ser perseguido. Otro ejemplo: no podemos decir que todos los integrantes del PP y del PSOE sean unos ladrones, pero sí podemos decir que si fueran ladrones, no tendrían mejor pinta que la que tienen. El gran artista de la palabra es Oscar Wilde. La ironía es una herramienta maravillosa. Muchas veces el problema de los límites del lenguaje es un problema de inteligencia para decir las ideas de forma adecuada.
¿Qué recomiendas para hacer ciberactivismo de forma segura?
Sentido común. Reivindicar tus derechos y no hacer daño a los demás. Ser educado es un arma arrolladora. Si eres educado, no te pueden reprochar nada.
Hablas en tu libro de un lema: “No propongas. Haz”.
Es el arquetipo de una acción micropolítica. Un caso clarísimo es Antonio Moreno y su web Estafaluz. Este hombre se dio cuenta de todas las manipulaciones que estaban haciendo en el sector de las eléctricas y las denunció. Gracias a este señor no hemos tenido que pagar el cambio de los contadores analógicos a los digitales. Le debemos millones. Es la demostración de que una persona con una web y unos conocimientos puede hacer maravillas. También es el ejemplo perfecto del lema hacker The power of one. Y, además, sin repercusión mediática. Esto demuestra que salir en los medios no es necesario. La PAH hubiera conseguido lo mismo sin estar en las noticias. El ruido en los medios es necesario para otras cosas, pero no sirve para la eficacia del ejercicio de los derechos.
En el Manual del Ciberactivista haces referencia a la era oscura digital (toda la información que se perdió al dejar de utilizar el procesador de textos Wordperfect y se impusiera el uso de Word). El cambio de un formato a otro ha supuesto siempre pérdidas de datos. Eso ocurrió también, por ejemplo, con la música de finales del XIX. Los burgueses de Madrid empezaron a escuchar música en sus casas mediante la tecnología de los discos perforados. Cuando desaparecieron los reproductores, esa música se dejó de oír. Y se hubiese perdido para siempre si la empresa Tecnilógica no hubiese creado hace dos años una tecnología para recuperarla.
Ese problema se produce en toda transmisión de conocimiento. Es uno de los grandes retos que tiene ahora la Biblioteconomía y Documentación. Los bibliotecarios trabajan para solucionar este problema. Es un asunto de primera magnitud que no podemos olvidar. Todos tenemos archivos que ya no podemos abrir porque no tenemos el hardware. Las cintas de cassette, por ejemplo. Para evitarlo está la normalización. Pero también es importante por otro aspecto. Imagina que hoy deciden instalar un cementerio nuclear en un lugar. Es imprescindible establecer algún registro lo más duradero posible para garantizar que en el futuro nadie pase por ahí porque sepa que es peligroso.
En tu libro citas esa frase que repiten muchas personas sobre la privacidad. Dicen que no les importa que graben sus comunicaciones y sus movimientos por el argumento: «como yo no hago malo, no tengo nada que temer».
La primera pregunta es: ¿Cómo sabe usted que no está haciendo algo malo? Hace años usted iba en un coche, sin cinturón de seguridad, fumando y con los niños en el asiento delantero. ¿Usted pensaba que hacía algo malo entonces? Los parámetros cambian. No podemos estar seguros de que lo que hoy vemos bien no se vea mal en el futuro. Y cuando nos juzguen nos juzgarán en función de lo que piensen entonces, no en función de lo que piensen ahora. Lo que le ha ocurrido a [Guillermo] Zapata es un magnífico ejemplo. En aquellos momentos nadie dijo nada por ese tuit porque se conocía el contexto. Estaba dentro de un debate sobre la libertad de expresión que sacó [el actor Nacho] Vigalondo. Nadie puede estar seguro de que lo que hace ahora no se lo reprochen en cinco años porque haya cambiado la moralidad pública o por el lugar en el que esté. Lo que se ve bien aquí no gusta en Arabia Saudí. Allí no van a aprobar que usted publique una foto suya en biquini.
Es muy interesante lo que acaba de ocurrir en Noruega. Este país ha decretado que no se puede financiar la construcción de mezquitas en su territorio mientras Arabia Saudí no permita iglesias católicas en el suyo. En el país árabe construir templos cristianos es un delito porque va contra el Islam. Noruega, un país democrático, acaba de dar unos parámetros fantásticos para mostrar que lo que es bueno en un sitio es delito en otro. Y ha dicho que va a mantener su decisión en todos los foros mundiales de derechos humanos. No está en contra de la libertad religiosa. Está en desacuerdo con que el gobierno de Arabia Saudí financie la implantación del Islam en su territorio mientras que ellos no puedan hacer lo mismo en ese país del Golfo Pérsico. El fundamento es la reciprocidad.
Hay un factor temporal, otro espacial y también existe el azar. Por ejemplo, yo puedo ir a menudo a un centro comercial y coincidir tres veces con un terrorista. En una investigación pueden verlo y establecer relaciones entre los dos, aunque no nos conozcamos de nada. El problema no es no tener nada que temer. Es no permitir al otro sospechar. Y los hay muy malpensados.
Un manual para ser un ciberactivista eficaz
