«En los años ochenta, Minsky y Good habían mostrado cómo podían ser generadas automáticamente redes neuronales autorreplicadas, de acuerdo con un programa arbitrario de enseñanza. Podían construirse cerebros artificiales mediante un proceso asombrosamente análogo al desarrollo de un cerebro humano». (2001: una odisea del espacio, Arthur C. Clarke).
Se abre la tapa a petición de un interruptor. Aparece una misteriosa mano que vuelve a presionar el pulsador. Se cierra la tapa. Esta sencilla obra de teatro representada en una pequeña caja se convirtió para muchos en «la máquina más inútil del mundo». Así lo aseguraba, entre sonrisas, el creador de este absurdo dispositivo y uno de los padres de la inteligencia artificial.
Marvin Minsky poseía a partes iguales una profunda inteligencia y un gran sentido del humor. El fundador del MIT Media Lab, Nicholas Negroponte, destacó esas dos cualidades en el correo electrónico que mandó para informar del fallecimiento de «una de las mentes más brillantes de la ciencia». Físico, matemático y fisiólogo, el genio se despedía convencido de que la inteligencia humana podía replicarse en un ordenador, un sueño al que dedicó buena parte de su carrera.
En 1952, siete años antes de cofundar el Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT junto a John McCarthy, el joven Minsky pasó el verano en los Laboratorios Bell de Nueva Jersey. Aquel estudiante de posgrado, que por entonces ya había creado el primer simulador de redes neuronales, trabajó allí con otro pionero. Claude Shannon, el padre de la teoría de la información, que había desempeñado una importante labor como criptógrafo en esas instalaciones durante la II Guerra Mundial, acabaría siendo su mentor.
Además de demostrar que el álgebra de Boole podía aplicarse a los circuitos electrónicos, Shannon también era un apasionado de los inventos aparentemente disparatados. Llegó a desarrollar una calculadora que realizaba operaciones en números romanos, un robot de malabarismos o un ratón mecánico que se movía por un laberinto.
Esa pasión común por las ideas absurdas provocó que Minsky y Shannon desarrollaran juntos unos cuantos dispositivos delirantes aquel verano, entre ellos una máquina que haría sonar una campana cuando la fuerza de la gravedad cambiara. Como es una constante, el timbre jamás desempeñó su labor, de ahí la gracia del asunto.
Entre todos aquellos inventos inservibles, la máquina inútil se llevó la palma. Era la más estúpida de todas, a juicio del pionero de la inteligencia artificial que la ideó. Shannon se encargó de construir aquel automatismo, que también se apodó «la última máquina», y la colocó con orgullo en su escritorio de los Laboratorios Bell.
Minsky siempre admiró el entusiasmo que el matemático ponía en todo. «Cualquier cosa que se le ocurriera, se involucraba en ella con alegría y la atacaba con algún recurso sorprendente», señalaría años después recordando a Shannon, fallecido hace más de quince años.
Un aparato «indescriptiblemente siniestro»
Marvin Minsky falleció hace unos días, aunque pudo haber ocurrido en los 60. El científico estuvo a pocos centímetros de ser aplastado por una pesada pieza en el set de rodaje de 2001: una odisea del espacio, la película en la que colaboraba como asesor.
El suceso dejó lívido a Stanley Kubrick. El cineasta había visitado el MIT cuando comenzaba a trabajar en esta obra de culto de la ciencia ficción para preguntar al investigador si creía que los ordenadores podrían hablar fluidamente en 2001.
Arthur C. Clarke, coguionista de la cinta, llegó incluso a mencionar explicítame al investigador en la novela homónima que escribió. Con ello convirtió a su amigo Minsky, que le acogió durante algunas semanas en su casa de Massachusetts, en el padre indirecto de HAL 9000.
Sin embargo, un aparato real del investigador aterrorizó a Clarke mucho antes de idear el ordenador malvado más famoso de la ficción. Pese a su inofensiva sencillez, la máquina inútil causó un profundo impacto en el escritor.
Se la encontró en el escritorio de Shannon y, tras observarla, afirmó que había algo «indescriptiblemente siniestro» en aquella caja «del tamaño y la forma de un paquete de cigarros». «Con la rotundidad de un ataúd, la tapa se cierra de golpe, el zumbido cesa y la paz reina una vez más. El efecto psicológico, si no te lo esperas, es devastador», escribió Clarke en 1958.
Pese a que al célebre novelista aquel extraño artilugio le disgustó profundamente, Shannon había construido algunos ejemplares más y los había repartido por los Laboratorios Bell. En los 60, la empresa Captain Company fabricó una versión de aquella máquina, a la que llamó el Monstruo dentro de la Caja Negra.
Las revistas de terror Creepy, Eerie y Famous Monsters of Filmand incluyeron aquel dispositivo como merchandising. La Familia Addams comenzaba a emitirse por aquel entonces en la televisión estadounidense y Cosa, la inquieta mano que recorría la tétrica mansión, recordaba a la extremidad que salía de una caja con el único fin de cerrarla.
El delirante invento que se convirtió en «meme»
Medio siglo después de que Minsky y Shannon se divirtieran imaginando el botón de un dispositivo que no estaba dispuesto a abrirse, la máquina más inútil del mundo revivió inesperadamente.
Michael Seedman descubrió aquella caja leyendo un artículo sobre Shannon. Decidió construirse una y compartir con el mundo el funcionamiento de su leave me alone box (algo así como la caja déjame en paz). El vídeo ha llegado a tener un millón y medio de visitas.
Al año siguiente, Brett Coulthard subió un completo tutorial para fabricar la máquina a Instructables e incluso comenzó a vender las piezas necesarias para construirla.
Desde entonces, miles de vídeos en Youtube demuestran el fervor de los makers por el aparato. Se han construido máquinas con Lego, cajas con gatitos e incluso artilugios rivales protagonizando un particular duelo.
La máquina inútil ha quedado inmortalizada en la historia de internet como meme, un honor que sus inventores no esperaban. Tras el fallecimiento del científico, Brett Coulthard ha anunciado que donará parte de las ventas de sus kits a la Fundación Marvin Minsky.
Incluso el MIT ha recordado en Twitter aquel invento del cofundador del Laboratorio de Inteligencia Artificial. Una manera apropiada de rendir tributo al investigador que estaba convencido de que, en poco tiempo (o al menos antes de que pasen cuatrocientos años), tendremos una máquina similar a HAL. Un autómata mucho más inteligente que aquel delirante mecanismo que tanta gracia le hacía.
VIDEO: #MarvinMinsky was also a virtuoso pianist & proud inventor of «the useless machine» https://t.co/mK4DRNlvmn pic.twitter.com/kTgLXg1ME3
— CSAIL at MIT (@MIT_CSAIL) enero 26, 2016
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Las imágenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Solarbotics, thierry ehrmann y cykocurt
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