Maravillas de la ingeniería: el sistema que rescató a Londres de sus excrementos

Londres amaneció hundida en la mierda. Un hedor insoportable se extendió por la ciudad en el verano de 1858. El viento lanzaba ráfagas de aire fétido que se instalaba en las fosas nasales de sus habitantes. No distinguía entre clases sociales. Los niños de la calle que inspiraron a Dickens lo sufrían al igual que los privilegiados parlamentarios británicos.

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«The Silent Highwayman» (1858). Death rows on the Thames, claiming the lives of victims who have not paid to have the river cleaned up.

La Cámara de los comunes se reunió ese verano en su parlamento recién reconstruido a orillas del Támesis. El personal del edificio añadió una capa de cloruro de calcio a las cortinas de la sala de reuniones para hacer el olor más soportable. Pero sirvió de poco. El río estaba completamente cubierto de deposiciones humanas. La estirada élite victoriana pasó el verano con el gesto torcido.
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La sopa de monstruos llamada el agua del Támesis (1828). Muchos años antes del gran hedor ya se satirizaba el mal estado de las aguas del río londinense. Fuente: Wikipedia.

El pánico se instaló entre los ciudadanos. Había una creencia extendida entre la población y los médicos de que las enfermedades se transmitían por el aire. Respirar mierda no era solo profundamente desagradable. Además, pensaban erróneamente que podía transmitir una enfermedad con desenlaces fatales. Las epidemias de cólera eran frecuentes.
El brillante médico John Snow fue capaz de demostrar ya en 1855 que esta enfermedad se transmitía por el consumo de agua contaminada pero fue ignorado por el establishment médico, según cuenta el blog Meridianos.
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Mapa realizado por Jon Snow que mostró como los muertos por cólera en el Soho Londinense habían consumido agua de la misma fuente.

Estos dos meses pestilentes fueron bautizados como ‘The Great Stink’ (El gran hedor) y desencadenarían la creación del sistema de alcantarillado más moderno que se había creado hasta entonces. Un proyecto tan bien diseñado que sigue en uso hoy en día y que acabaría eliminando casi por completo los brotes de cólera. Eso lo demostró todo. John Snow llevaba razón.

La solución a este problema yacía en los cajones del escritorio de Joseph Bazalgette. El ingeniero jefe del Metropolitan Board of Works, el organismo de obra pública de la ciudad, llevaba siete años luchando para crear un sistema de alcantarillas integrado que pudiese aliviar este problema. El revuelo causado ese verano convenció al primer ministro, Benjamin Disraeli, para desbloquear los fondos necesarios y apoyar al fin su plan con 3 millones de libras esterlinas.

Emblema del Metropolitan Board of Works/Jaypeg reproducido bajo lic. CC
Emblema del Metropolitan Board of Works/Jaypeg reproducido bajo lic. CC

 ¿Cómo había llegado Londres hasta aquí?

El Gran Hedor fue consecuencia de décadas de mala planificación. La población de Londres pasó de 950.000 a 2.8 millones de habitantes entre 1801 y 1861. Pese a este crecimiento espectacular, no fue hasta 1853 cuando se creó un organismo que centralizase la obra pública en la ciudad, el Metropolitan Board of Works.
Cada barrio o distrito se encargaba de su parcela. No había comunicación entre los más de 250 organismos y distritos de la ciudad.
La mayor parte de las deposiciones humanas se introducían en más de 200.000 fosas sépticas que frecuentemente se veían desbordadas. Los que no se podían permitir pagar el precio de llevarlas a estas cloacas acababan arrojando sus necesidades a la calle.
Las alcantarillas antiguas estaban diseñadas para prevenir las inundaciones, no para distribuir las aguas negras de una población que crecía sin cesar. Todos estos tributarios desembocaban en el Támesis y así convirtieron el río en un gigantesco estercolero.
Una vez en el río, las mareas cambiantes se encargaban de mover las aguas negras de un lado a otro de la ciudad. Cuando no había lluvia, el agua quedaba varada.
La creciente utilización de los váteres con cisterna aumentaron la presión sobre el sistema, ya que requerían grandes cantidades de agua.
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La solución

El plan de Bazalgette consistía en crear un sistema subterráneo de alcantarillas que aprovechaban la orografía de la capital británica. «Londres está construido sobre las pendientes de un valle. Si podemos interceptar las alcantarillas existentes antes de que lleguen a los ríos, podemos seguir el trazado del valle del Támesis para sacar los residuos de la ciudad», explica The Sewer King, en un documental de la BBC que cuenta la vida del ingeniero.
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Las deposiciones viajarían debajo de la tierra para aprovechar la gravedad natural proporcionada por la inclinación del valle. Las aguas fecales del nortel de la ciudad acababan en Abbey Mills. Las del sur en Crossness. En estos dos lugares se construyeron enormes plantas de bombeo para subir los residuos a embalses subterráneos que almacenaban las aguas negras.

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Vista exterior de la planta de Bombeo de Abbey Mills/Shutterstock

Cuando la marea favorecía el flujo de agua hacia el mar, se abrían las compuertas y se permitía sacar las aguas residuales al río de forma controlada, para evitar que volviesen a introducirse en la ciudad. (Más adelante las plantas depuradoras permitirían tratar y reciclar mejor estas aguas pero para la época era tremendamente avanzado).
Las construcciones de Bazalgette eran como bulevares subterráneos con techos altos recubiertos de ladrillo. En total, se instalaron 133 kilómetros de alcantarillas principales y 1770 kilómetros de cloacas más pequeñas.
Mapa de la red principal de alcantarillado diseñada por Bazalgette/Philg88, Wikimedia Foundation
Mapa de la red principal de alcantarillado diseñada por Bazalgette/Philg88, Wikimedia Foundation

«Abrieron literalmente cada calle de la ciudad. Las ilustraciones de la época ridiculizaron a Bazalgette retratándolo como un topo destructivo que se estaba comiendo la ciudad. Le acusaron de ser un trastornado, pero el tiempo le acabaría dando la razón», explica Halliday en su libro. Él era un hombre paciente, acostumbrado a tener que luchar por sus ideas, «pero casi siempre desde la calma».
Planta de bombeo de Crossnesss/Christine Matthews bajo lic. CC Christine Matthews https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Crossness_Pumping_Station,_Belvedere,_Kent_-_geograph-2280114-by-Christine-Matthews.jpg
Planta de bombeo de Crossness. Pese a ser edificios industriales los Victorianos invertían esfuerzos en la estética de sus obras públicas/Christine Matthews bajo lic. CC Christine Matthews

El material empleado fue inmenso. Trescientos dieciocho millones de ladrillos y 800.000 metros cúbicos de cemento Portland, un ingrediente nuevo en la época. Para garantizar la solidez del sistema, Bazalgette realizó pruebas de resistencia a uno de cada 10 sacos que le entregaban para asegurar la calidad de los materiales.
Northern Outfall Sewer Bazalgette supervisando la construcción de alcantarillas en las inmediaciones de Abbey Mills en 1862
La fase más importante del proyecto finalizó en 1865 con la inauguración del sistema por parte del príncipe de Gales. Después de muchos años de escepticismo, el responsable de obras públicas fue jaleado por su trabajo.
Paradójicamente, la vuelta del cólera a la ciudad en 1867 acabaría reforzando la importancia del proyecto de Bazalgette. El brote ocurrió en la zona este de la ciudad, la única que no había instalado el nuevo sistema del ingeniero. El resto de la ciudad no tuvo ningún tipo de brote de la epidemia.
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El nacimiento de la planificación urbana moderna

Una de las fases más innovadores del proyecto fue la construcción de los llamados embankments (diques) de Victoria, Albert y Chelsea. A orillas del río Támesis, el ingeniero creó gigantescas alcantarillas que interceptaban todo las aguas negras que se dirigían al río y lo llevaban a las plantas de Abbey Mills y Crossness.

Pero su función no se limitó a eso. Se ganó terreno al río Támesis para instalar canales de tuberías de gas y túneles de metro y muelles para los barcos. «Ninguna infraestructura hasta la época había logrado solucionar tantas cosas a la vez», según Halliday. En la parte superior de estos diques se construyeron aceras y se plantaron árboles para que los ciudadanos pudiesen caminar a orillas del río.

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Una ilustración que muestra el interior del embankment de Victoria.

Construir alcantarillas no era tan vistoso como proyectar puentes y parques, algo que acabaría haciendo también Bazalgette. Ni tenía el caché que tenía proyectar iglesias, ministerios o universidades. Pero fue la construcción que más vidas salvó en Londres durante el siglo XIX y se convirtió en el primer sistema integrado de alcantarillas en el mundo occidental, siguiendo la estela de los romanos casi 2000 años antes.

Los datos le darían la razón. En 1900 las muertes por cólera no llegaban al centenar. En 1832 murieron más de 50.000 personas por esta enfermedad en Londres. «A lo largo de la historia, la causa número 1 de muertes ha sido la contaminación del agua. Durante los años 30 del siglo XIX, la mortalidad infantil era cercana al 50%. La mayoría moría a causa de enfermedades relacionadas con la falta de separación entre las aguas residuales y las que eran para consumo humano», cuenta Stephen Halliday en su libro The Great Stink of London.

Hoy en día, existe un grupo de aficionados a explorar las alcantarillas que se hacen llamar Drainers. Las incursiones en el interior del subsuelo londinense lideradas por colectivos Substorm Flow permiten ver el estado actual de una de las obras de ingeniería más espectaculares del siglo XIX que sigue siendo la columna vertebral de la gestión de residuos de Londres 150 años después.

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Fotos de SubstormFlow

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Fotos de SubstormFlow

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Fotos de SubstormFlow

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Fuentes: The Great Stink of London, The Sewer KingWikimedia commons

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Patrick Thomas

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