No digáis que no. Identificamos al maricón con el folclórico loco de este conocido sketch de Martes y 13  o el sarasa con pluma que se pasea cimbreándose por la calle, con la manita levantada y diciendo a todo: Uuuuuuuuuh. Y no es del todo cierto. Al menos, en su uso primitivo. Marica, la raíz de maricón, hacía alusión al hombre amanerado, afeminado, fuera o no fuera homosexual.

Habría que empezar diferenciando ‘marica’ de ‘maricón’, que aunque parezcan lo mismo no lo son. (Y sin haberlo deseado me ha salido un pareado, chin pon)

Marica es el diminutivo que se usaba especialmente en el siglo de oro español para llamar a las Marías. Del estilo de Maruja, Maruchi, Marieta, etc. Y era este un nombre muy común ya no solo entonces, sino durante muchos siglos después (basta recordar que hasta no hace mucho debíamos ser bautizadas con un nombre cristiano. Y si no lo era, añadir María al que hubieran elegido los padres era una solución. Por eso hay tantos María-y-algo-más o Algo-María).

Quizá al usarlo refiriéndose a un hombre, lo que querían hacer era describir a un tipo débil, flojo, sin carácter y con ciertos amaneramientos, como se le suponía a lo que debía ser una mujer. De hecho, Cervantes lo usa para describir al hombre afeminado. Y es probable, también, que entre los siglos XVI y XVII ‘marica’ no se usara para aludir al homosexual, sino más bien haciendo referencia a hombres que se dejaban llevar por sus esposas o por sus amigos, sin carácter, pusilánimes. Para aquellos que sí tenían relaciones sexuales con otros hombres, lo que hoy muchos clasifican como ‘pasivos’ o ‘activos’, estaba la palabra ‘marimarica’.

‘Maricón’ sería el superlativo de ‘marica’ y aludiría –siempre centrándonos en ese primitivo uso castellano- al sodomita. Esto ya eran palabras mayores y se consideraba una palabra muy ofensiva, provocadora de más de una disputa con sangre de por medio. El maricón haría ostentación de su condición y gusto por los de su mismo sexo, mientras que el marica no. El maricón podía ser afeminado o no. Pero homosexual, fijo. Y eso, claro, no estaba bien visto para las mentes cristianas de la época. Al maricón se le identificaba también con otras lindezas del estilo de cobarde, puto, mala persona. Una joya, vamos. Y no es hasta el siglo XIX que va perdiendo el insulto fuerza en la intensidad, época en la que sobre todo ‘marica’ vuelve a referirse a hombres cobardes, al menos en la literatura. En la calle…

Con el tiempo, perdió ese carácter tan ofensivo y aunque al machito de turno le siga molestando que se lo llame un extraño, nos ha llegado hoy en día, más que como un insulto de esos que te hace matar al que te lo espeta, casi como una gracia. Marica, maricón, mariquita, mariconazo, maricona… siempre se identifican con el estereotipo del principio de este texto.

Pero el grupo social que más está haciendo por eliminar toda esa carga peyorativa que tiene es precisamente el que más lo sufre: el colectivo gay. Así que de una manera sutil y nada violenta, le devuelven la bofetada a aquel que se lo llama para humillarles, siendo finalmente el agresor quien resulta burlado. No hay mejor manera de demostrar que no te afecta ni te hiere si tú mismo lo usas para denominarte. Y de esa manera, el “¡arriba maricones!” o el “¡hola, maricón!” van iluminando las calles céntricas de la capital donde tienen su barrio insignia. Y al que le moleste, que se aparte.

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Patrick Thomas

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