En la playa de Pals, un edificio que hoy está en ruinas transmitió durante años propaganda anticomunista hacia la Unión Soviética. Ese lugar de Girona fue una de las estaciones de Radio Liberty, una importante herramienta en la batalla informativa que se libraba durante la Guerra Fría.
La primera emisión fue en marzo de 1959. Su misión era reenviar hacia la URSS contenidos en 16 idiomas. La última señal se lanzó en mayo de 2001. Cinco años después, se dinamitaron sus gigantescas antenas rojas y blancas.
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Desde entonces ha sido un recinto abandonado e inexpresivo: nadie que no hubiera leído la historia podía imaginar que aquellos muros fueron una especie de arma de guerra.
El pasado agosto el edificio recuperó su identidad. La artista Marina Capdevilla subió al techo y lo convirtió en una obra de arte de 2.180 metros cuadrados.
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Capdevila conocía el lugar desde hacía tiempo, paseaba por allí y ponderaba sus muros. Pensaba en tomar las pinturas y acudir un sábado a pintar en alguno de ellos, pero un día subió al tejado y descubrió un lienzo enorme. Las ondas emitían hacia arriba; las imágenes también lo harían.
«Me gustaba mucho su historia. Al pasear por dentro era como que aún quedaba la energía, podía imaginar a la gente que pasaba por allí, a los americanos, a los espías…Quise rendirle tributo a este lugar tan emblemático donde seguro que hubo miles de historias», cuenta Capdevila.
El resultado, a vista de pájaro o del dron de Delabrave (que ayudó a documentar el proceso), es un recordatorio de la vida que bullía detrás de los mensajes que se transmitían desde Radio Liberty, una emisora financiada por la CIA y vigilada de cerca por la KGB, que se esforzaba en inflirtrar agentes y bloquear sus señales.
Capdevila retrató aquel pasado a través de los gestos de los locutores: rostros conspiradores, miedosos, paranoicos, con ojos rabiosos y bocas melladas.
«Incluí también elementos abstractos que recuerdan al mundo del transistor. Era un proyecto de gran magnitud. Tuve que pensar qué zonas pintaba y cuáles no: tenía pocos días y debía optimizar; usé bastante blanco y dejé espacios sin pintar para dibujar sobre ellos bobinas, botones y elementos radiofónicos», recuerda.
Trabajó en la mega-pintada durante 12 días bajo la calina de agosto.
La pintura causó controversia. El alcalde de Pals criticó la acción de Capdevila: «Si era tan importante ese patrimonio histórico ¿por qué en 15 años no han hecho un museo o lo han mantenido en buen estado? El lugar está completamente destrozado», lamenta la autora.
Marina Capdevila no es vándala ni una exaltada. Todavía muchos miran con esa lente a los artistas urbanos. Ella ha revivido muros y edificios por todo el mundo: Florida, Nueva York, California, Suiza, México, Italia, Canadá, Países Bajos…
Cuando para invitada a un festival, se documenta sobre la cultura de la ciudad, la historia del barrio en el que estará su pared y de sus habitantes. «Al llegar, antes de empezar a pintar, paso uno o dos días conociendo más el sitio. A veces, tengo que cambiar la idea inicial para transmitir algo distinto. Es la gente de allí la que lo tiene que ver cada día. Yo pinto y me voy, y me gusta que sean ellos quienes se sientan identificados», explica.
La tensa atmósfera emocional del retablo de Radio Liberty supone una variación en el registro habitual de Capdevila. Su trabajo suele colocar el foco en la vitalidad y el entusiasmo representados a través de personajes de la tercera edad.
Es un acto de rebeldía: «Ahora no los miramos, los apartamos, los borramos de la sociedad, y me parece muy grave. Hay gente que se muere sola y la encuentran al cabo de un mes».
Sin embargo, sus obras no abundan en la soledad, la desesperación o el drama, sino en la alegría. «Es una terapia personal para mí: imaginarme que en este mundo tan loco y contaminado, si hacemos los cambios necesarios, podemos llegar a los 80 disfrutando y viviendo como una persona de 20».
Son ancianos gamberros, macarras, felices, playeros, turistas, moteros, deportistas, viajeros, fumadores… Señoras y señores que rezuman vidas apasionantes y que también merecerían una estación de radio en la que contar sus historias.