En los años mozos de Maruja Mallo no estaba en orden que una joven quisiera estudiar. A las niñas les enseñaban lo suyo: labores del hogar y economía familiar. Porque su función en la vida era parir y pegar restregones a las ropas hasta que no quedara un solo zurraspo.
A la que pretendía esquivar su sino de «ángel del hogar» la llamaban «mujer-hombre peligrosa y desvergonzada», «antinatural» y «enemiga de la familia tradicional». Algunos infames llegaron incluso a calificar a las mujeres de «raza sentada». Pero en aquellos atribulados años 20, algunas valientes se alzaron en pie.
Eso hizo Maruja Mallo cuando decidió estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y cuando se cortó el pelo a lo garçon, lo despeinó y se quitó el sombrero para pasear por la puerta del Sol con su amigo Dalí. Le cayeron pedradas e insultos, pero, para ellos, escandalizar a esa panda de meapilas era gloria bendita.
En 1925 Maruja Mallo y Rafael Alberti se vieron por primera vez. Ella era pintora; él, poeta. Y se amaron durante cinco años, entre tormento y ardor. Y mucho después, en 1985, el gaditano escribió de aquellos días: «Yo la admiraba mucho y la quería. Época rimbaudiana de los bares, de los cafés de barrio, de los boks, los helados y las limonadas. (…) Se amaba igual la oscuridad de las salas cinematográficas que la de los bancos bajo la sombra nocturna de los árboles».
En los años 30 la pintora enamoró a otro escritor. «Miguel Hernández y Maruja Mallo tenían amores y e iban a meterse mano y a hacer lo que podían debajo del puente, pero los poetas los breábamos con boñigas de vaca y entonces ellos tenían que irse a la otra orilla a terminar de amarse en la dehesa que allí había ya que, a lo que parece, los toros bravos eran más acogedores y menos agresivos que los poetas líricos», escribió décadas después su amigo Camilo José Cela.
La artista gallega paseó siempre su libertad con desparpajo. Pletórica, a los 87 años, dijo: «Yo he jodido tanto y conocido a tanta gente que ya se me amontonan un poco en la cabeza».
Rafael Alberti no era malagueño si no gaditano. Hay un poco de obra grafica suya en el Museo de Cádiz.
Maruja Mallo es verdad que era gallega y estaba orgullosa de ello pero pasó su niñez y adolescencia en Avilés, Asturias, donde comenzó a pintar, como su hermano Cristino esculpir, en la escuela de Artes y Oficios de esta localidad.