Mein Kampf

8 de octubre de 2012
8 de octubre de 2012
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Como en una pesadilla imaginada por Philip K.Dick, comienza a ser indicio de delito o de culpabilidad la lectura de ciertos libros. Un tipo pide en la biblioteca pública un ejemplar de “Mein Kampf”, que por cierto, ha sido adquirido con fondos públicos, y entra a formar parte de una lista de potenciales criminales. ¿Y qué me dicen del funcionario que ordenó la compra del volumen?

Hay miles de hoteles en el mundo cuya dirección obsequia a los huéspedes con un ejemplar de la Biblia, que suele estar agazapado en el primer cajón de la mesilla de noche. Las editan los gedeones, o cualquier otra organización a la sombra de Roma, financiada solo Dios sabe cómo. Su nombre procede de Gedeon, un hombre que estuvo dispuesto a hacer lo que Yahvé quería que hiciera, sin tomar en cuenta su propio juicio ni discutir ni planes ni resultados de los mismos ¿les suena?

Si fuera cierto que a “Mein Kampf” cabe atribuir la comisión de delitos de sangre, qué no podría decirse de la Biblia, en cuyo nombre se han masacrado civilizaciones enteras, sin mencionar el menoscabo de la mujer y el desprecio a los más elementales valores de convivencia. Es la Biblia un libro sangriento, autoritario, despótico… y muy entretenido. Puesto que fue escrito por muy diversas manos en muy diversas épocas, su calidad literaria brilla por su ausencia, y solo mantiene el interés por los abundantes crímenes, guerras, adulterios y otros desmanes que trufan sus páginas.

Me refiero al Antiguo Testamento, pues el Nuevo es solo un pastiche de añadidos contradictorios entre sí y sin ninguna unidad, ni argumental ni formal. Sin embargo, y dada su indudable influencia en el mundo en que vivimos, debería ser de lectura obligada para todos, con independencia de las creencias de cada uno.

Lo mismo puede aplicarse al Corán, con la diferencia de que, además de las ya mencionadas incompatibilidades con un mundo igualitario, moderno y justo (reivindica un modelo medieval, donde la mujer vale poco más que un perro) al menos parece escrito con mucha más coherencia de estilo, y no es difícil hallar en las páginas de sus azoras destellos de arrebatadora belleza poética.

“Mein Kampf” está prohibido en Alemania, los Países Bajos y Austria, pero no en Israel, quizá por el escaso tirón de su autor en aquellas tierras. Después de la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas Aliadas nombraron al gobierno del estado de Baviera propietario de los derechos de «Mein Kampf» que desde 1945 ha bloqueado cualquier intento de reimpresión del libro en Alemania… hasta hace unos meses.

Siempre me ha parecido mucho más peligroso prohibir un libro que permitir su difusión, porque ¿somos acaso antisemitas por disfrutar con los versos de Ciorán? ¿Despreciamos a los chinos por leer a H.P.Lovecraft? ¿Espiamos a las niñas en las salidas de los colegios parapetados tras un libro de Nabokov?

La primera edición electrónica íntegra de “Mein Kampf” procede de Chile, y puede leerse de manera gratuita aquí. Las introducciones, escritas por un nazi chileno, no tienen desperdicio, y constituyen en sí mismas una advertencia del soporífero contenido de un libro que, a lo largo de sus más de cuatrocientas páginas, si puede matar a alguien es de aburrimiento.

Pero si lo hacen tengan cuidado: sus IP serán registradas por algún software remoto, y sus identidades cotejadas con oscuras bases de datos, de forma que la próxima vez que viajen a Paris, Tel Aviv, Berlín o Viena quizá tengan problemas con el pasaporte.

En esos casos se recomienda llevar una Biblia a mano, a ser posible de los gedeones.

Foto: National Archives Wikimedia Commons

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