Te acercas a los 40 y comienzas a ver señales de alarma por todos lados: sales de casa y no recuerdas dónde pusiste las llaves; calculas con la mente lo que tocaría pagar después de una cena y la operación se convierte en un problema de física cuántica… Y en tu cabeza, como un cartel de neón, se ilumina una palabra.
Alzheimer.
Perder los recuerdos, todo lo experimentado durante una vida: si hay algo que aterre más al ser humano, es llegar al final del camino y no recordar nada del trayecto recorrido. Como un folio en blanco. O una habitación vacía. Nada. Solo ausencia.
Ausencia como la de aquella mujer de un centro de día del barrio madrileño de Lavapiés: dos años sin hablar, una existencia en la que incluso el concepto de olvido se había borrado. En su juventud, bailaora de flamenco; en su vejez, una mirada a la deriva. El alzhéimer se lo había comido todo. O eso parecía.
«El método Snoezelen busca ofrecer, a partir de las sensaciones, bienestar emocional a personas que no pueden gozar de él», explica la doctora en psicología y presidenta de la Asociación Española de Estimulación Sensorial y Snoezelen María José Cid.
«Uno de los casos más bonitos que recuerdo fue el de una mujer, en el Centro de Día Municipal Carmen Conde de Lavapiés. Una tarde, durante la sesión, se realizó una proyección en la sala. Las auxiliares la habían vestido con un traje de flamenca. De pronto se levantó, caminó unos pasos y se puso a bailar. Fue hermoso, emocionante».
La sala Snoezelen, un viaje al pasado a través de los sentidos
Dan las seis, marcos, tazas, café
niebla en el televisor, frío en los pies.
Diez, dos, cien briznas de polvo lunar
cruzan la persiana sin parar su ballet […]
Pilar Marante sonríe mientras lo recuerda: «Esa chica tiene un despacho de luz y colores». Estas palabras las dijo uno de sus pacientes de alzhéimer cuando su familia fue a visitarlo a la residencia. Para él, ella era la mujer del despacho luminoso. Pilar Marante es terapeuta ocupacional en el Complejo Gerontológico La Milagrosa, en A Coruña, y su despacho de luz y colores no es otro que la sala Snoezelen, el lugar donde aplica terapia a los residentes en estadios más avanzados de alzhéimer y demencia.
«Es a los pacientes más graves a los que les aplicamos la técnica, porque el resto de terapias ya no son tan efectivas», explica Marante mientras enciende una columna burbujeante de luz azulada. Esta es, dice, una de las favoritas de los pacientes pues «son interactivas, pueden cambiar los colores con las manos o con los pies gracias a unos mandos».
De esta forma, Marante y el resto del equipo asistencial realizan todas las semanas infinitos viajes al pasado y al presente de sus pacientes usando estímulos táctiles, luminosos, sonoros y olfativos.
El método Snoezelen nació en los Países Bajos en los años 70 a partir de la contracción de dos palabras: snuffelen (oler) y doezelen (relajar). Tiempo después, la técnica fue extendiéndose desde los Países Bajos hasta el norte de Europa, Estados Unidos, Australia y Canadá. Finalmente, al término de la primera década del 2000, hizo su aparición en España.
«El método se aplica a personas con algún tipo de dependencia, como los afectados por demencia y enfermedad de Alzheimer –explica la doctora Cid–. Estos pacientes carecen de ciertos canales sensitivos y, para autoproporcionarse estímulos sensoriales, recurren a conductas agresivas hacia el otro y hacia sí mismos. Facilitando entradas sensoriales adecuadas se disminuyen estas conductas y las tendencias de aislamiento respecto al entorno».
«El objetivo de la técnica es llegar al estado de bienestar emocional a través de inputs sensoriales. Hay personas que, con el tiempo, pierden ciertos canales de entrada, por lo que se genera un desequilibrio a nivel neurológico».
Entrando en la sala Snoezelen
[…] No volverá. No se fue jamás.
Cada recuerdo será un desertor.
Quizás un error. Cada pared, un vals
Una sonata fantasma, cada espiral, en cada reloj, duerme un temblor […].
Marante se mueve por la sala con soltura. Su voz, con marcado acento gallego, transmite la seguridad de quien sabe de lo que habla. Uno a uno, muestra los trucos que encierra su despacho de colores: dos columnas de luz, un haz de fibras luminiscentes, una cama de agua, un techo de luces, un sillón vibratorio, una proyector de vídeo, un foco de luz negra, una bola de discoteca y, la que dice, es la estrella de la sala: una alfombra interactiva.
Esta alfombra consiste en un proyector, situado en el techo, que refleja imágenes sobre el suelo, las cuales responden ante los movimientos corporales.
«La alfombra les encanta y es capaz de lograr cosas increíbles –explica la terapeuta–. Una de las primeras señoras que traté y que no verbalizaba ni tenía contacto visual acabó pronunciando palabras y moviendo los pies para tocar las flores que aparecían en la imagen. No movía nada, estaba apática, se había olvidado de su cuerpo. Tras varias sesiones terminó diciendo llévame a tu casa. Fue un momento maravilloso».
Aparte de la sala, el centro cuenta también con un jardín multisensorial en el que los pacientes pueden plantar y cultivar diferentes frutos en unos grandes maceteros de colores. Un recorrido, trazado con planchas de goma cuadriculadas –a modo de baldosas amarillas–, marca el itinerario para moverse por el entorno, en el que pueden oler, tocar y mirar diferentes elementos, aparte de recibir los efectos beneficiosos de la luz solar.
Sin embargo, el jardín, la sala y los objetos que hay en ella no son lo más importante de la técnica, sino el terapeuta y, sobre todo, el paciente. «Uno de los cambios principales que genera el método Snoezelen se da en el profesional –explica la doctora Cid–, su mirada, el prisma desde el que se mira al otro».
«Otro cambio fundamental se produce de cara a la familia: un hijo o una hija no saben cómo relacionarse con un padre con alzhéimer. La sala puede ser un entrono donde se favorezca esta relación».
Por su parte, Marante explica que el eje de la sesión debe ser el paciente. «Siempre se hace lo que ellos quieran. Los terapeutas somos meras herramientas». Para saber el estado y la personalidad del afectado siempre se realiza un diagnóstico previo, dirigido en este caso por el doctor y director del centro, José Carlos Millán, la psicóloga Isabel González y la propia Marante. A través de este diagnóstico, el equipo asistencial traza un mapa del sujeto, que servirá como punto de partida para la terapia.
Snoezelen, rescatando el pasado
[…] Ya dan las seis,
el café se enfrió,
el polvo lunar nos trae
la última transmisión […]
Para un paciente, entrar a una sala Snoezelen es como regresar a un mundo del que perdió el rastro mucho tiempo atrás. Sin embargo, la técnica no puede ser realizada de cualquier forma. «Cuando se entra, hay que hacerlo con la luz encendida –explica Marante–. En oscuridad no ven y pueden sentir miedo. Debe ser una actividad gratificante; si el paciente dice no, es no».
Por su parte, la doctora Cid explica que «la sala debe ser agradable y acogedora, como si entrases en el salón de tu casa, con diferentes tipos de asientos y de estímulos». Ambas coinciden en que, ante todo, hay que mantener una coherencia y un rigor a la hora de trabajar con el método. «No consiste en sobrestimular sin ton ni son, sino de transmitir los inputs adecuados», añade Cid.
«Hay gente que no ve, gente que no escucha. En estadios avanzados hay zonas cerebrales más primitivas, más susceptibles a los estímulos. Si se aplican convenientemente, se pueden conseguir niveles de satisfacción muy altos para pacientes, e incluso respuestas tan espectaculares como la de la mujer del Centro de Día de Lavapiés», remata la doctora.
En busca de los desertores
[…] Por un segundo fue
reina del recital,
cantan Vetusta Morla en su tema Una sonata fantasma.
vistió la plata otra vez
que el tiempo le tejió.
La historia de una mujer.
Y se abrió un telón
desafiando el final,
y en esa brecha de luz
vuelve a bailar
Una antigua bailarina, enferma de alzhéimer, que conecta con sus recuerdos más profundos al ver flotar las motas de polvo en un pequeño haz de luz que se cuela por la persiana de la residencia en la que pasa la última fase de su vida.
En su mente, inundada de deriva blanquecina, se vuelve a ver a sí misma iluminada por el foco del teatro, convirtiéndose, de nuevo, en la protagonista de la obra.
vuelve a bailar,
vuelve a bailar,
vuelve a reinar.
Su última gran actuación. Su última conexión.
Un breve fogonazo, un rescate de habilidades ya olvidadas, de recuerdos desertores y movimientos anquilosados por la enfermedad. Como los pies de aquella paciente de Pilar Marante que se despertaron para tocar unas flores virtuales. O aquel otro paciente que no tenía lenguaje verbal y, estando en la sala, susurraba al oído de la terapeuta, «hola, chuliña», como le solía decir a su esposa.
La música en la sala Snoezelen del centro La Milagrosa cambia drásticamente. Del Canon de Pachelbel se ha pasado a la mítica cantante gallega Ana Kiro. Su canción Vivir na Coruña invade la sala. «No hay que olvidar en qué lugar estamos y de dónde vienen estos pacientes. Esto es todo un hit para ellos», explica Marante entre risas. Y razón no le falta: para rescatar recuerdos secuestrados, hay que disparar con todas las armas posibles.
Ya sean tubos de luz azulada.
O un disco de canciones de El Fari.
Oh que gran recuerdo! Esta sala la diseñé yo! para la Residencia la Milagrosa y tendrá ya unos 6 años… gracias por este post y refrescarme a mi la memória del que fué un proyecto precioso.
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