Paseaba Miguel de Molina con su chaquetilla sobre los hombros y una flor en el pelo. Eran los años 30 y el coplista debutaba en los tablaos españoles con Los ojos verdes y La bien pagá.
Nada amedrentaba al veinteañero que, de pequeño, limpiaba un burdel. En una de sus coplas, con humor, arremetió contra una tradición incuestionable: el santo casorio y la procreación. Empezaba el cantar diciendo que una novia modista, un mal amigo se la quitó, y tuvieron tres churumbeles con la cabeza como un farol.
Era la versión de una copla que antes cantó Juanita Reina. En voz de mujer sonaba a broma de solterona; en la voz de él, a coña de maricón. Así convertían lo que la sociedad veía tragedia en una auténtica triunfada: «Con la modista no me he casao, del quebradero de tres cabezas, yo me he librao».
¿Por qué no te casas, niño?,
dicen por los callejones.
Yo estoy compuesto y sin novia
porque tengo mis razones.
Esposa, suegra, cuñao,
diez niños y uno de cría,
que la plaza, que la gripe,
que tu madre, que la mía.
Me encuentro yo al matrimonio
tos los domingos en el café,
las caras de avinagrados
porque se aburren como un ciprés.
Los niños rompen las tazas
y, con la fuerza de un albañil,
le meten a padre y madre
las cucharillas por la nariz.
¡Son muchas complicaciones!
¡Soltero pa toa la vida!
El malagueño nunca tuvo miedo y, después de la guerra, pagó por ello. Ni escondía su homosexualidad ni su apoyo a la república. Por eso, después de una función, tres personajes siniestros le metieron tal tunda palos que le dejaron sin dientes ni porvenir.
Miguel de Molina acabó huyendo a Argentina. Compuesto, sin novia y sin novio; expulsado y apaleado por la sombra más negra de la historia de este país.
«¡Que a mí no me trincan!».
«¡Soltero pa toa la vida, por la gloria de mi padre, hombre!».
(Este folletín ilustrado fue publicado en la revista de Yorokobu de junio de 2017).