Mundo Trans

10 de diciembre de 2012
10 de diciembre de 2012
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Una vez tuve una cita con una novieta trans. Fuimos a ver Celebrity, esa peli en blanco y negro de Woody Allen en la que Melanie Griffith le hace una mamada a Kenneth Branagh, y que termina con la palabra “HELP” escrita en el cielo con las nubecillas de una avioneta. En aquellos tiempos no se había inventado (o bautizado más bien) el concepto “transmedia”.

En el terreno de lo sexual o de lo puramente genérico, el prefijo trans indica un cambio de acera… ¡ojo! en cualquiera de las dos direcciones. Esa “T” es la tercera letra del colectivo mundial LGTB, o sea, que no es baladí. Pero el trans es mucho más, es un concepto que trata de abarcar todo aquello susceptible de ser mezclado.

Vivimos en un mundo transversal, donde los bancos regalan vajillas, en IKEA se comen albóndigas y el suplemento del Financial Times promociona accesorios para jardinería. Cerca de mi casa un local ofrece tomarse una copa de vino mientras te hacen las uñas y lees una novela.

El mundo transmedia parece haber inventado la rueda, cuando la intertextualización ya la hacía Wagner en su Anillo de los Nibelungos. Ahora se hace una película, se cuelga una web con datos adicionales de los personajes y se publica un cómic al respecto y ya parece que estamos ante una revolución. Son solo nuevos nombres para viejos trucos.

Cuando en los años 90 se empezaron a comercializar los discos acompañados de sus videoclips, y más tarde con webs de los artistas en cuestión, ya se estaba haciendo transmedia, que Wikipedia define como “narrativa multiplataforma”.

Pero el concepto trans es más sutil y más penetrante en aspectos de la vida cotidiana que ya hemos asumido como bastardos o mestizos. La pureza ya no es un valor en alza: el mashup ha llegado a nuestras cocinas, a nuestras discotecas y a nuestra entrepierna.

Si alguien reivindica ese ideal es tachado de nazi. Decía Warren Beatty que acabaremos con los chinos y los negros en unas pocas generaciones, a base de follar, follar y follar, hasta que todos estemos cruzados. Hasta que todos seamos híbridos (si es que no lo somos ya).

Lo puro no se estila, ni en el flamenco, ni en el jazz ni en la carta del restaurante. Ahora todo se mezcla, con el riesgo evidente de pastiche, palabra que viene del francés, y que en el país vecino se traduce como “Imitación”, lo que debería de darnos una idea de por dónde van los tiros.

Hay personas pastiche, en las que podemos reconocer gestos físicos y morales de otras muchas, e incluso asignarles un porcentaje: “Este tío tiene un 15% de Tom Cruise, un 60% de Paquirrín y un 25% de Rouco Varela”. Sin ir más lejos, a mí me han llegado a decir que tengo la nariz de Gary Oldman y las piernas de Celia Gámez.

Todos somos híbridos, y desgraciadamente, no de nuestros progenitores. Por razones que solo el Altísimo y su inescrutable sentido del humor conocen, a menudo “heredamos” características cruzadas de improbables personajes que nos quedan muy lejos, no solo en el espacio, sino también en el tiempo. Por ejemplo, Elsa Pataky es un mix entre Charlize Theron (60%) y Gracita Morales (40%), de igual forma que el ministro Wert es una mezcla de José Luis López Vázquez (10%) y el Tío Fester (90%) de la familia Addams.

Cuando Woody Allen rodaba “Celebrity” estaba pensando en la demanda judicial que le acababa de endosar Mia Farrow. Total, por tirarse a su hijastra coreana Soon Yi y luego quererse casar con ella… Eso es transmedia, sí señor.

¡Viva la mezcla!

 

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