Cuando el cáncer se asoma a una familia existen tantas maneras de afrontarlo como miembros que la integran. La incertidumbre y el miedo pueden tomar senderos de lo más insospechados. Las reacciones dependen de la situación y el carácter del enfermo y también de los de cada uno de sus allegados.
La manera en la que Nancy Borowick encaró los sendos y simultáneos cánceres de sus padres fue de lo más «orgánico». «La mayoría de aquellos días los pasé detrás de mi cámara».
Su instrumento de trabajo se convirtió para la fotógrafa estadounidense en el parapeto para aquel tremendo palo. «No sabía cuánto tiempo nos quedaba juntos, pero sabía que quería y necesitaba estar con ellos tan a menudo como fuera posible». Las imágenes capturadas aquellos días forman parte de la serie La huella familiar, que se exhibe hasta el próximo 9 de diciembre en el festival fotografía documental DOCfield Barcelona.
La fotografía, dice, le dio un contexto y un lenguaje familiar con el que entender mejor lo que estaba sucediendo.
«Además, me proporcionaba una red de seguridad y una distancia que me protegía de la realidad», admite. Aquellos diagnósticos le revelaron algo que Borowick no esperaba: «Pensé que mis padres siempre estarían allí a lo largo de mi vida, así que cuando me di cuenta de que los estaba perdiendo antes de cumplir los 30 años, sabía que necesitaba encontrar una forma de aferrarme a ellos y captar la esencia de quienes eran».
El tumor de páncreas en fase 4 que sufría su padre fue como un ciclón. El señor Borowick moriría el 7 de diciembre de 2013, un año y un día después de ser descubierta su enfermedad. En el caso de su madre, el cáncer de mama que le diagnosticaron 17 años antes se tornó letal tras la muerte de su marido. Falleció el 6 de diciembre de 2014, solo 364 días después de él.
En la fase final de sus vidas, el matrimonio accedió a que su hija les fotografiase pese a ser conscientes de los estragos que la enfermedad estaba ocasionando en sus físicos. «Encontraban estas fotografías interesantes porque para ellos era una forma de comprobar cómo los veía su hija. Siempre accedieron a ser fotografiados, especialmente si eso me ayudaba, emocionalmente, a sobrevivir y sanar». La lente de su cámara conseguía amortiguar hasta las situaciones más amargas. Borowick convertía el dolor en un tipo de belleza que anuda la garganta.
Hoy Borowick sigue agradeciendo la incondicional muestra de amor de sus progenitores. Años después, las fotos han adquirido un significado distinto para ella.
«El tiempo me ha permitido aprender y crecer de muchas maneras. Cuando capturé las imágenes estaba en medio de una crisis personal, cuidando a mis padres enfermos, por lo que había ciertas fotos que se destacaban por determinadas razones. Ahora, años más tarde, comprendo algunas de mis experiencias en ellas como resultado de escuchar las historias de otros y reflexionar por mi cuenta».
A la neoyorquina le sobrecogen los comentarios sobre las fotos que recibe de personas que están pasando por el trance que le tocó vivir a ella y a su familia: «Hay quien me reconoció que las imágenes le asustaban porque a su madre le acababan de diagnosticar un cáncer y sabía que estaba a punto de vivir todo aquello. Pero, por otro lado, decía que le reconfortaba saber qué es lo le esperaba. Me felicitó por la idea».
Cuando el tiempo junto a un ser querido se agota no hay una manera estándar de sobrellevarlo. «Cada enfermo y cada familiar lo afronta de una manera. Lo que sí aprendí durante este tiempo, y gracias a mis padres, es a saber aprovechar esos instantes al máximo. El tiempo se nos acortó, pero aquellos fueron momentos profundos y poderosos».
Para Borowick, su cámara fue «una herramienta que me ayudó en la recuperación y el procesamiento de ese tiempo». «Aunque seguro que hay otras muchas formas de conseguirlo. Simplemente hay que encontrar lo que le funciona a cada uno», concluye.
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