Para la filósofa y feminista Ana de Miguel la libre elección es un mito. Nos creemos libres, pero en realidad estamos influenciados y determinados por la sociedad en la que vivimos. «Es un mito en el que vivimos y los mitos son grandes explicaciones de la realidad. Es como la religión, en el sentido de que son irracionales», argumenta la filósofa. «Como mito —es muy importante comprenderlo— está legitimando la desigualdad».
«Lo más grave de todo es que ese mito de la libre elección te fuerza a decir: «No, no. Soy yo la que quiero». Que una madre elija dejar de trabajar para cuidar de su hijo o una mujer se haga prostituta porque lo elige. Se crean relaciones de dominación que son injustas a través de que el dominado tiene que decir, jurar y perjurar y gritar muy alto que es libre», expresa crudamente la feminista.
«Una parte de la confusión está en la premisa de que poder elegir amplía nuestra libertad. Lo que pasa es que se está vendiendo elegir libremente como elegir en un supermercado, en convertir la sociedad en un mercado. Se nos dice «tú, que eres libre, compra esta marca». O «tú, que eres libre, véndete». Se está utilizando algo que es bueno per se para legitimar prácticas que son desiguales y discriminatorias y que se legitiman en la libre elección».
Sociedad neoliberal y el cuerpo como mercancía
Para explicarlo, De Miguel pone el ejemplo de los pendientes en las niñas, a quienes en su mayoría se les hacen los agujeros en las orejas nada más nacer. ¿Lo han elegido ellas? Evidentemente no. Tampoco eligen los niños no llevarlos. «Niñas y niños no eligen nada, son sus padres y la sociedad entera quien elige para ellos las normas que van a interiorizar y todo es distinto según el género. Todo», asegura con rotundidad.
Debemos ser conscientes de ello, afirma la feminista. «Esta sociedad neoliberal mantiene que todo se puede comprar y vender. Nos vamos a concebir como compradores y vendedores todos. Todo se puede comprar y vender siempre y cuando la persona declare hacerlo «por libre elección» o por consentimiento. Es como un pacto. Vamos a decir todos que todo lo hacemos por libre decisión».
Muchas de las decisiones que creemos tomar libremente no son tales. ¿Realmente una mujer elige dejar su trabajo para dedicarse a cuidar de sus hijos o de sus padres ancianos? «Son elecciones profundamente condicionadas por una estructura social», asegura De Miguel. Desde muy pequeños ya recibimos consignas sobre cuál debe ser nuestro rol. Y no se limitan solo a marcas de género, como el caso de los pendientes, sino a modelos a imitar.
Las niñas deben ser guapas, atractivas, delicadas, aunque también se les venda que pueden jugar al fútbol o hacer judo. Los niños aprenden enseguida que son el centro, que son los fuertes. Y reciben también lo que Ana de Miguel llama la «teoría de la doble verdad». Por un lado los chicos aprenden que las chicas son sus compañeras de pupitre. Sus iguales. Pero por otro, a través de la pornografía, por ejemplo, la mujer se les presenta como «una guarra, una cerda, una zorra, una babosa, un cuerpo que babea y un cuerpo que pueden usar. Trozos de carne apetecible», afirma la feminista.
«Mientras no haya igualdad, mantener que hay igualdad es un mito. Y los mitos son perjudiciales porque te oscurecen la realidad y no te permiten ver quién eres tan siquiera, ni ver qué quieres hacer».
¿Qué es el patriarcado y por qué está todavía tan presente?
La historia de la humanidad deja claro el dominio de una parte de la población, los hombres, sobre la otra mitad, las mujeres. De todo ello, a través de la revisión de la Historia, Ana de Miguel habló en su libro Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección (Cátedra, 2015).
A ese dominio, el más antiguo y universal, es lo que llamamos patriarcado. Un sistema de dominación que lleva a los hombres a tener como prioridad su proyecto de vida. Y a creer que las mujeres deben asumir ese proyecto masculino también como prioritario frente al suyo propio.
Ahí entra en juego también el amor romántico que, como concepto en sí mismo, no es nocivo a pesar de que ahora se le eche la culpa de todo. En opinión de esta feminista y filósofa, el amor romántico merece un análisis menos simplista. Lo que hay que estudiar, afirma, es cómo se produce esa desigualdad en nuestro interior, cómo hemos llegado a asumirla sin ser conscientes de ello.
En el siglo XIX, las mujeres estaban recluidas y limitadas al ámbito doméstico. A través de las novelas, a aquellas que sabían leer se les transmitió la idea de que lo que las iba a salvar de su aburrida vida era el amor. Para ellas, desde ese momento, el amor dará sentido a sus vidas. «El amor es bueno, pero no puede ser nunca el sentido de la vida de una mujer», continúa explicando Ana de Miguel, «y el crack está ahí, en que para los hombres el amor es un capítulo muy importante de su vida o algo muy valioso; nunca el sentido de su vida. A las chichas hay que enseñarlas que el amor es valioso, pero no el sentido de sus vidas».
Una organización semejante del mundo, tan cómodo para una parte de la población, es difícil de erradicar en su totalidad. El sistema, advierte la filósofa, tiende a perpetuarse. Quizá eso explique el conservadurismo y cierta vuelta hacia atrás que se observa en algunos grupos sociales, por no hablar de la sociedad en general.
«Con las mujeres creo que el patriarcado ha encontrado también que los avances y la determinación de ellas para convertirse en iguales a ellos estaba yendo demasiado lejos. Se está produciendo una reacción».
Cuesta, por tanto, cambiar los mensajes que de una manera inconsciente están recibiendo los hombres desde el primer momento de sus vidas. A las mujeres hay que cuidarlas, sí, pero ellas están ahí para servirles, para alegrarles la vida, para hacérsela más fácil. Anuncios de publicidad donde la mujer es un objeto erótico, carteles de cine o teatro donde ellas se muestran ligeras de ropa y en actitudes provocativas transmiten a los hombres —pero también a las mujeres, convirtiendo esos estereotipos en modelos que deben imitar— que las féminas son cuerpos a los que los ellos tienen derecho a acceder. Carne con conciencia, como decía Simone de Beauvoir, pero carne al fin y al cabo.
El feminismo hoy en día
Ante esta perspectiva, el feminismo se hace necesario. Es mucho, a pesar de todo, lo que se ha avanzado en derechos y en el camino hacia la igualdad. «España creo que es el país que mejor ha visto, de todos los de nuestro entorno, cómo se llega a la igualdad. Teníamos claro que uno de los temas fundamentales es el empleo, políticas públicas, un estado fuerte de bienestar… Hemos entendido que una vida con miedo no es vida», asegura Ana de Miguel.
A pesar de las noticias diarias de asesinatos de mujeres o de chicos jóvenes que parecen haber vuelto a un machismo rancio y peligroso, en España hemos progresado, vivimos con menos violencia, opina la feminista. Nuestro nivel de tolerancia a este tipo de comportamientos ha aumentando tanto que hoy consideramos inaceptables este tipo de hechos.
«Por eso hemos puesto la violencia en el primer plano, porque es una injusticia tremenda que la sociedad se desentienda de las personas que viven con miedo. Y ahí estábamos cuando, de repente, como dice Amelia Valcárcel, nos están cambiando la agenda».
Según De Miguel, al feminismo actual están llegando mensajes muy confusos. De esta manera, se trata de convencer a la sociedad de que hay tantas formas de entender el feminismo como mujeres. «Eso es desactivar absolutamente la carga política y radical del feminismo», asegura. Ese intento por tratar de desarmar de argumentos a este movimiento llega al extremo de intentar sexualizar, o mejor dicho eliminar su marca de género, al feminismo. «Ahora nos quieren prohibir que nos llamemos mujeres porque lo consideran excluyente para los trans mujeres», pone como ejemplo.« Hasta en la manifestación del 8 de marzo querían que no apareciera la palabra «mujeres»».
«¿Qué quieren, entonces? Desgeneralizar la sociedad para que ya no podamos saber que han sido hombres quienes han matado a mujeres por el hecho de ser mujeres».
El patriarcado nace cuando los hombres se convierten en padres
Lo cierto es que el feminismo está mal visto. En cuanto alguna mujer levanta la voz para criticar acciones machistas, enseguida se la tilda de feminazi y se la acusa de ir contra los hombres. Pero nada más lejos de la realidad. Las mujeres, a pesar de todo lo sufrido, jamás han sentido odio por los hombres. De Miguel remarca un hecho: «¿Cómo es posible que igual que hay misoginia no hay un concepto que sea «odio a los hombres»?».
«El odio del patriarcado, para mí, tiene que ver más con el tema de los hijos que con la sexualidad. Han intentado borrar nuestro papel de madres». Un ejemplo claro de esto para ella es el caso de los vientres de alquiler, donde la mujer es una mera vasija, como la definía Aristóteles, de la que el hombre se vale para engendrar a sus vástagos.
«El patriarcado nace cuando los hombres se hacen padres. Y para hacerse padres qué hay que hacer: borrar que los hijos tienen madres. Por eso Aristóteles dijo que a los hijos los engendran los padres. Las madres son esas vasijas vacías donde se hacen. Y a eso es a lo que vuelven los que defienden este tipo de reproducción. Te introducen un embrión y te dicen: «eso no es tuyo, no te pertenece en absoluto»».
Ana de Miguel lanza verdades dolorosas de reconocer, a veces, con un tono sosegado, tranquilo y conciliador. Su imagen dista mucho de la que cualquiera puede hacerse de una feminista combativa. No deja de recurrir a la historia continuamente porque allí es donde está el origen de la desigualdad. Conviene conocer de dónde venimos para entender lo muchísimo que hemos avanzado. Pero también para comprender por qué las teorías de las feministas no calan más hondo en la sociedad.
Feminismo y lenguaje
Y no deja de repetirlo: la pretendida igualdad reinante entre mujeres y hombres que creemos tener hoy en día es una pura falacia. Por eso las mujeres deben seguir levantando la voz y gritando, si es preciso, a sus compañeros de vida que el camino hay que recorrerlo juntos. La inclusión de la mujer no puede ser algo que quede en un segundo plano, debe pelearse para que esté presente en todos los ámbitos. En el social, en el político y también en el lenguaje.
Por eso, en su opinión, es fundamental visibilizar a la mujer en nuestra forma de hablar. Hay que luchar contra el androcentrismo en los discursos, que es a lo que remite el uso del neutro. «El androcentrismo hace creer que las mujeres están incluidas en el neutro, aunque no lo estén», asegura. «El patriarcado nunca puede hacer de forma explícita las exclusiones, sino de forma implícita. ¿Y cómo lo hace? Con el lenguaje».
Por esa razón De Miguel defiende el uso del femenino y masculino cuando nos dirigimos a un público, aunque resulte agotador esa letanía de «nosotras y nosotros» o «compañeros y compañeras». «Tenemos que exigir, para que se vea cuando no estamos incluidas, que si lo estamos, figure en el lenguaje. Me estoy dirigiendo a vosotros y a vosotras. Y eso altera la conciencia… o debería alterarla. Yo entiendo lo pesado que es». El lenguaje, como nuestra manera de ver el mundo, debe evolucionar.
Los hombres deben involucrarse
Pero toda esta lucha no sirve de nada si los hombres no se involucran. Afortunadamente, son cada vez más los que están dispuestos a cambiar para alcanzar esa igualdad entre sexos. De Miguel invita a estos compañeros de viaje a pelear contra la desigualdad. «La interpelación a nuestros compañeros es básica. Cada vez hay más hombres que lo ven así y lo entienden y tienen ganas», asegura. «Este momento del feminismo es el momento de decir a los hombres «Si no os involucráis, no estáis luchando por la igualdad. Estáis luchando por vuestros privilegios»».
Esa implicación abarca todos los aspectos de la vida. No hablamos solo de derechos básicos, sino de cuidados. Los hombres deben involucrarse absolutamente en el papel de cuidadores, pero no solo de niños; también de sus mayores. El otro paso es que la mujer delegue de una vez.
Para conseguir todo esto, las mujeres deben tener claro que si no están unidas poco se puede conseguir. Desde el individualismo no se llegará a la meta de la igualdad. «Nosotras, las mujeres, las feministas, sabemos que todo lo que hemos conseguido ha sido gracias a luchas colectivas. Por eso, si queremos seguir consiguiendo cosas, sabemos que tenemos que ser organizadas».
Imagen de portada: Pablo Ibáñez – AraInfo
¿Cómo es posible que igual que hay misoginia no hay un concepto que sea “odio a los hombres”? Sí que lo hay, y es la «misandria.
Respeto tu opinión, pero antes de escribir un artículo cómo éste y que parece que tiene bases sólidas, infórmate bien. Me hace gracia porque todas las feminazis estan en contra del patriarcado y mierdas varias, pero no ven el otro lado de la moneda. Si lucharais de verdad por la igualdad de géneros, cosa que yo apoyo, no hablaríais solo de las diferencias entre géneros que os desfavorecen, también hablaríais de las que nos desfavorecen a los hombres. Porque sí las hay, y son muchas. Y lo peor de todo, es que muchas mujeres se aprovechan de ellas en beneficio propio, afectando a los hombres. Pero eh, de eso no hablareis.
La igualdad me parece necesaria, pero en ambos «bandos».
@Anacleto lo de la misandria es un aporte interesante, pero el resto…. La idea de igualdad, a mi me suena peligroso, igual a que estándar? Si hay diferencias, la cuestión es la justa convivencia de los diferentes. Para mi esta es la grand aportación del texto.
No hace falta esfuerzo para ver qué el mundo está criado por y para hombres. Si hoy está en debate la teta de una madre en el ámbito laboral, mucho respeto a la diferencia no hay.
Ahora decir que hay muchas situaciones en que las mujeres sacan provecho de los hombres…hmmmm. Eso va por caminos peligrosos.
A mí gustó mucho el texto y creo que la reflexión se puede extender a otros debates, como el pós-colonial. El respeto a los diferentes proyectos y la convivencia de la diversidad debería ser nuestra mayor prioridad.
eres idiota, habla poniendo ejemplos tu lo que tienes es miedo a las mujeres, como dice ella hay muchas clases de mujeres, y por eso también las hay despiadadas, pero así no somos la mayoría. Vosotros sí que sois una mayoría que no acepta la igualdad de sexos y eso sí es ser despiadado e injusto
Me gustaría leerlo
Deberias lleer la Biblia creo que no estás bien informada de los patriarcas opatriarcados…