The new ñoño: 5 visiones de la estética retro

4 de febrero de 2015
4 de febrero de 2015
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Al caminar por las agradables calles de cualquier barrio gentrificado (es decir, que ahora tiene gente y antes no), uno no puede evitar notar los escaparates poblados de objetos, ropa y muebles antiguos pero nuevos, nuevos pero antiguos. Una estética reconocible si bien actualizada.
Un popurrí de estampados y diseños heterogéneos que no obstante posee su propia uniformidad. Una variedad que resuena en nuestro cerebro con una vibración reconocible y novedosa a la vez. Como lo hacen, en curiosa armonía, los bigotudos musculosos de antaño y los hipsters bigotudos de la actualidad.
Quiero saber cómo dueños y creadores definen  lo que insolentemente he bautizado como  the new ñoño.
Libres del virus
Graciela y Federico Méndez Casariego, dueños de La Casa de Cosas, fabrican, compran y restauran con un estilo alegre y sustentable que recuerda a una casa de muñecas posmoderna.
Ellos se ríen al unísono: «Es que a nosotros los noventa no nos infectaron. Si no, habríamos decorado nuestra casa y nuestra tienda con ese blanco impoluto y vacío».
Graciela prosigue: «Además empezamos a ir a la feria anual Puro Diseño y ahí conocimos a un montón de gente que estaba en la misma que nosotros, trabajaban en sus casas o vivían a una manzana del negocio».
Su planteamiento de base es que no hace falta gastar tanto en renovar el mobiliario. «El otro día apareció una señora que quería que le diéramos nuestro toque a su juego de mesa y sillas. Nosotros se las rejuvenecimos».
Cuando señalo que los objetos de su tienda son una mezcla de estética sesentera, portadas de Blur y Metrópolis, Federico declara: «Por nuestra edad ya somos una biblioteca de generaciones, tal vez por eso reconocemos lo que reconocen los demás».
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Nada nuevo
Mariela González Ávila, que junto con Vanda Lúquez y Mara Guerra llevan Zocalito Ideas, caza el concepto de Federico con la agilidad de un velociraptor. «Nuestra generación tiene más que ver con juntar estilos y  colores. Creo que nos hemos visto forzadas a fusionarlo todo porque no hay nada nuevo. Y no me refiero solo a texturas y épocas. Antes los muebles se hacían de madera, hoy se hacen hasta de cartón».
Ellas utilizan una técnica llamada découpage, una suerte de collage que se aplica sobre la madera. «Nosotras intervenimos mucho los objetos, personalizamos desde estantes hasta sillones. Muchas personas buscan el detalle propio, único. Una vez nos encargaron un montón de bandejas, de esas para comer en la cama. Nos salieron todas diferentes y a los clientes les encantó».
Mariela y sus compañeras afirman no ser artistas. Pero tampoco se creen artesanas pues para ello habría que arrancar desde cero con el material virgen necesario para el mueble, la escultura o la pulsera. «No sé si hay un nombre para lo que hacemos; una palabra adecuada sería ‘interventoras’».
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Un rayo de luz
Verónica Silveyra Lennon, de La Polaca, Almacén de Arte y Diseño,  arroja algo de luz sobre el tema. «No sé si lo que hacemos tiene nombre, porque no es ni vintage ni nada específico. Yo lo llamaría artesanal, pero generalmente se le denomina ‘diseño independiente’».
El cambio de lo industrial a lo artesanal es muy visible, al menos en ciertas franjas de ingresos monetarios. Probablemente se trate de ofrecer una belleza accesible a un precio accesible. Además, en el mundo del diseño independiente las cantidades producidas son pequeñas, lo cual no da lugar a talleres clandestinos. A esto se añade mucho objeto reciclado y la búsqueda de lo bello de épocas pasadas. «Es cierto que la decoración es más despojada, pero no llega a ser minimalista. Por eso se puede jugar con los colores».
Le pregunto qué es lo que hace feliz a sus clientes. Me contesta: «Supongo que satisfacer el deseo de poder comprarse lo que les gusta».
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Liberty or Death
Como si hiciera falta, Graciela Parra martilla los últimos clavos en el ataúd de la industria de lo bonito. «Yo estudié en el Fernando Fader, donde estábamos acostumbrados a la provocación, pero el golpe del 76  interrumpió mis estudios de Bellas Artes. La dictadura también introdujo la importación salvaje, e impuso ese estilo campestre con florcitas y volados que acá se llamó liberty».
‘Líberty’ era la moda favorita de aquellos que aún vivían en el mundo de la familia Ingalls, mientras de fondo se sucedían las ‘desapariciones’ y ‘los vuelos de la muerte’.
Sucede que el mundo de los artesanos siempre ha apostado por la recuperación de los oficios, pero la industria importada descargó una andanada de forma vacía de contenido, de repetición de lo banal. Algo así como la frase de Hannah Arendt, pero aplicada a la estética.
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«La industria es una picadora de carne que lo fagocita todo», redondea  Graciela. «Incluidos el diseño y el arte, y se nota por cierta uniformidad técnica. La artesanía real, el oficio de agarrar un material y cambiarlo, es multiplicadora: dispara ideas nuevas. Pero esta moda industrializada lo abarca todo y acaba por confundir a la gente, que cree que es más creativa porque tiene a su alcance más productos manufacturados entre los que elegir. Pero lo que hay es una variedad infinita de lo mismo».
Un post apocalíptico
Le pregunto a Verónica cuál cree que será el siguiente cambio estético. Admite que no lo sabe con certeza, pero que cree que el vintage va a subsistir por un buen tiempo. Me quedo pensando.
A medida que vaya escaseando el petróleo y la industria deje de fabricar nuevas novedades, es muy probable que vayamos dejando de ansiar el ‘último grito’ y regresemos humildemente al viejo susurro. Los que logremos sobrevivir ocultos ente las ruinas de los supermercados o cobijados en cavernas profundas, admiraremos el vintage con ojos llorosos. Como se admira hoy el diseño escandinavo.
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Porque en un mundo sin fábricas tendremos que reutilizar los sobrantes de la civilización. Habrá que escoger los objetos más durables y reparar los otros. Hacerlos más bonitos, pintarlos de colores y añadirles algo, una mínima marca de nuestra propiedad. Será indispensable hacer joyas con lo vetusto.
Pero lo pasado no siempre fue mejor. Y a veces el futuro tampoco.
 

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