Todos los días se producen a lo largo del globo multitud de robos, disturbios, atracos o asesinatos, muchos de los cuáles no reciben ni un ápice de interés por parte de la prensa; y entre los que logran pasar este filtro, alto es el porcentaje de información que es recibido con un buen grado de desinterés por parte de la audiencia. Pero todo cambia cuando existen imágenes de ello.
Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014) muestra de forma extrema y sencilla el funcionamiento de este hecho. Los robos y asesinatos aislados de personas anónimas importan poco. El interés comienza a subir a medida que la clase social de estas personas sube escalones y las imágenes que ilustran la noticia se vuelven más y más crudas y explícitas.
Los medios son conscientes de la morbosidad del público y buena parte de ellos no pierden la oportunidad de mostrar y repetir hasta la saciedad las imágenes de accidentes, peleas y demás sangre y carnaza que caiga en sus manos. En la primera escena en la que el protagonista de la película negocia con un programa de noticias la venta de las imágenes que acaba de rodar y le invitan a que siga trayendo más material, Louis (Jake Gyllenhaal) no para de insistir en si lo que quieren es más sangre.
No hay que escarbar mucho para encontrar algunos ejemplos (el descarrilamiento del tren de Santiago puesto en bucle, el forcejeo entre un policía y un delincuente que acaba con ambos en las vías de la estación de metro de Embajadores, el asesinato a sangre fría del policía abatido tras el ataque a la revista satírica francesa Charlie Hebdo, etc.) y seguro que cada lector es capaz de recordar un amplio catálogo de imágenes.
Todo el mundo sabe que existen un puñado de países que se disputan el control de diversos territorios masacrando civiles que, sin embargo, no escandalizan a buena parte de los televidentes de occidente.
El recientemente denominado Estado Islámico (al que a partir de ahora nos referiremos con el nombre de Daesh) ha sido capaz de analizar esta situación y ha puesto en marcha una maquinaria propagandística capaz de convertir un «simple asesinado más» en el germen del caos y el terror que impacta los salones de medio occidente.
Daesh se dedica a realizar espectaculares producciones audiovisuales, grabando en full HD, de forma bien planificada y con todo lujo de detalles cada una de las matanzas que llevan a cabo, que no tardan en viralizarse una vez que están disponibles en internet.
Es obvio que la prensa necesita informar de lo que ocurre en el mundo y me parecería ridículo pedir a los medios que obviasen aquella información que remitiese a Daesh, pero sí que considero una tremenda irresponsabilidad servir de altavoz de la propaganda de este grupo yihadista. Cierto es que aún no hemos visto en los informativos imágenes explícitas de las carnicerías, pero cada día que pasa el atrevimiento de los medios es mayor, y el número de segundos del metraje que ponen a disposición del público aumenta. Me atrevo a pensar si realmente no son más específicos con las imágenes que nos trasladan por ética -de la que demuestran poca- o por asuntos legales.
Cada vez que se publicita uno de estos vídeos, Daesh sonríe triunfante al haber logrado introducir su terrorífica propaganda en los hogares de occidente y haber implementado el miedo y el odio en sus enemigos, llegando incluso a convertir a sus críticos en una caja de resonancia del propio mensaje de Daesh.
A menudo llegan a mi Whatsapp mensajes de amigos y compañeros que me envían el último vídeo de la masacre que toque ese día, y tampoco es difícil encontrar que un contacto comparta con sus semejantes en redes sociales el vídeo propagandístico, aunque lo haga con un mensaje crítico. A veces me sorprendo de lo poco conscientes que somos de la consecuencia de estos pequeños actos que –normalmente, de forma accidental- realizamos y tienen unas consecuencias que van precisamente en contra de aquello que pregonamos.
Usemos un poco la cabeza más a menudo, y si tenemos la virtud de la morbosidad, al menos no vayamos evidenciándola de forma irresponsable.