No son gigantes… son edificios

16 de mayo de 2014
16 de mayo de 2014
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A la torre de la iglesia de Quintanar de la Orden, en Toledo, le hace compañía desde hace años un edificio de viviendas de nueve plantas. Se levantó hace unas décadas por esa especie de complejo rural que, dice Santiago González, se padece en buena parte de la geografía española. Para recuperar la estética de su pueblo, este historiador de arte pensó que no hacía falta tomar represalias contra el edificio. Se podía ‘Construir un lugar mejor sin destruir lo que tenemos’.

No es necesario remontarse a los tiempos en los que Cervantes concibió el Quijote. Hace apenas tres décadas, quizás cuatro, los pueblos de La Mancha conservaban mucho de la esencia de las villas por las que transcurrieron las desventuras de aquel enjuto hidalgo allá por el Siglo de Oro. Es cierto que los carros tirados por mulas habían dejado paso a los coches hacía tiempo, aunque aún era posible cruzarse con alguno que otro, encargado, por ejemplo, de distribuir las bombonas de butano entre los vecinos.

Las ventas, como tales, ya no existían, los tractores habían comenzado a popularizarse entre los que trabajaban el campo, y los molinos de viento, salvo excepciones, habían desaparecido del paisaje. Pero sus calles mantenían su alma manchega. Las casas encaladas se encargaban de ello.

Ahora, solo un puñado de aquellos pueblos siguen conservando esa generalizada blancura. El resto dejó que se fuera diluyendo a medida que cada vecino optaba por reformar la fachada de su vivienda a su manera. La anarquía les condenó a un presente sin personalidad estética e hizo acto de presencia también en otras muchas decisiones urbanísticas. Así pasó en uno de estos pueblos, Quintanar de la Orden (Toledo), donde a finales de los 60 se decidió levantar un edificio de viviendas de nueve plantas justo al lado de la Torre del Templo, en el corazón histórico de la villa.

Desde entonces, el skyline de Quintanar es el reflejo de lo que uno de sus vecinos, el historiador de arte Santiago González Villajos, califica de «complejo de rural» y que se extiende por buena parte de la comarca. González Villajos acuñó ese concepto cuando viajó por Escocia e Irlanda: «Aluciné al ver cómo valoran su patrimonio, su arqueología, sus costumbres y lo bien que lo tienen todo preparado de cara a los visitantes».

Allí estaba claro que no ocurría lo mismo que en La Mancha y en otras regiones españolas donde se rigen por la «lógica de las ciudades». «En Madrid, por ejemplo, hay mucha gente que ha viajado por muchas capitales del mundo y ni siquiera conoce lo que tienen a unos pocos kilómetros. Hay niños que no saben que los huevos los ponen las gallinas o que el vino lo dan las uvas. La lógica dominante de nuestra sociedad considera que el campo es inferior, lo somete y lo explota».

La consecuencia, dice, es esa falta de autoestima rural que ha derivado, a su vez, en la dejadez institucional que gira la cabeza y permite antiestéticas actuaciones urbanas como la de Quintanar. La terapia para combatir tales despropósitos pasa por hacer aflorar la sensibilidad latente que existe en la mayoría de estas localidades. «Patrimonio existe, y en casi cualquier pueblo hay un historiador, se han escrito historias locales, hay muchas personas que conocen el entorno natural… Lo que hace falta, y en algunos lugares ya está ocurriendo, es conocer lo que tenemos y valorarlo; creernos que tenemos cosas importantes que merece la pena darlas a conocer y hacerlo sin caer tampoco en el aburrimiento o la pedantería».

El propio Santiago González quiso contribuir a la causa. Por eso presentó un proyecto al Reina Sofía que trataba precisamente de eso, de revalorizar el entorno de su pueblo mediante una actuación de street art en la fachada del edificio vecino a la iglesia. Lo denominó Construir un lugar mejor sin destruir lo que tenemos. Y pese a ser rechazado por el museo, el historiador nunca lo abandonó. Es lo que tiene llevar años luchando por lo que a uno le entusiasma (en su caso, dedicarse por pura vocación a la Historia del Arte después de haber terminado el bachillerato de ciencias, endeudarse con un préstamo ICO para poder pagarse un Máster de Arte y Arqueología comparada concedido por la UCL (University College London), después de haber terminado otro en Arqueología en la Universidad de Granada y pasado el Erasmus en Oxford…), uno se vuelve persistente…

Después de lanzar la iniciativa en Facebook, Santiago González recibió el espaldarazo definitivo por parte del propio Ayuntamiento de Quintanar de la Orden. «Lo logré gracias al apoyo del concejal de Urbanismo, Vicente Botija, a quien le había presentado el proyecto un año antes». Al respaldo del miembro del gobierno municipal se unió el de amigos y conocidos que aprovecharon sus vacaciones estivales para colaborar con el historiador de arte. «Juntos conseguimos el permiso de los propietarios del inmueble para poder pintar y que el alcalde nos tomara en serio».

Especial mención hace González Villajos de la participación de Milu Correch, la muralista argentina que durante aquel mes de agosto pintaría el que sería el primer gran mural de la iniciativa: el de Dulcinea. «Si ella no hubiera decidido venir a Quintanar y se hubiera plantado en el Ayuntamiento, presentando una instancia junto a las mías, rogando que se apoyara el proyecto, nada hubiera salido, porque, a pesar de que el concejal creía en él, al alcalde le costaba aceptarlo».

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Al final lo admitió, aunque solo a medias, ya que el consistorio se desentendió de la seguridad de la obra. «Fue la Asociación Micorriza, de Molina de Aragón, amigos con los que había estado colaborando a principios de año en varios proyectos de empresas sociales, la que asumió ese «riesgo». Ahora ya contamos con una propia asociación en Quintanar, fruto de ese trabajo colectivo que nos permitió sacar adelante el mural».

El verano de 2013 transcurrió entre reuniones y papeleos. «No fue solo obtener permisos, fueron muchas tardes charlando, mucho apoyo moral, búsqueda de presupuestos, promoción… Las tareas en las que me ayudaron mis amigos y de las que se convirtieron en agentes activos, sobre todo durante los días de ejecución del mural, demostrando además que todos son unos buenos profesionales en sus campos».

Pero las vacaciones terminaron y cuando el resto volvió a sus deberes, Santiago González se quedó al frente de todo. «Desde octubre he ido tirando yo del carro como he podido, contando con la ayuda de los socios cuando les ha sido posible, dedicando mi tiempo de manera íntegra a la iniciativa».

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Lo siguiente fue buscar un Quijote para Dulcinea. Este iba a salir de las manos del artista chileno INTI. El manchego Antonio Laguna, por su parte, también tenía trabajo en Quintanar. Él iba a ser el encargado de realizar el mural sobre la medianera del segundo edificio más alto del pueblo, a solo unos pasos del que tenía que pintar su colega chileno.

Para cubrir los costes relacionados con desplazamientos, dietas, pintura, alquiler de maquinaria o la realización del documental sobre la obra, el historiador y la asociación recurrieron al crowdfunding. Con su campaña en Goteo.org debían conseguir más de 16.700 euros. Pese a la buena acogida de los murales entre la gente del pueblo («en general, están encantados.

Cuando pintamos el primero nos pidieron que realizásemos otros en los lugares donde estamos interviniendo ahora»), González reconoce que la recaudación de fondos no está siendo sencilla. «Con el crowdfunding están colaborando más o menos, más bien poco. Creo que la falta de costumbre es un hándicap, igual que el hecho de que se tengan que registrar en la plataforma. Mucha gente nos pregunta que si nos puede ayudar con donaciones en metálico. Así que nos vamos adaptando».

La colocación de huchas en bares o la convocatoria de concursos de tapas son las otras vías de financiación a las que el historiador y los demás socios han recurrido en ese proceso de adaptación. «Para estas acciones de dinamización social ha sido esencial la participación de gente como Marina Díaz-Flores, educadora social, o el profesor de natación del pueblo, Julián Sánchez. A mí no se me da tan bien… Creo que pasé demasiado tiempo en la biblioteca cuando viví en Inglaterra», se excusa.

Para el historiador de arte, la falta de comunicación entre las instituciones y la ciudadanía tampoco les está facilitando las cosas. «Muchas veces la gente no se entera de lo que cuestan las festividades, las obras públicas… y pueden pensar que el coste de nuestro proyecto es elevado. Sinceramente, no creo que lo sea. De hecho, cuesta lo mismo que pintar dos veces la pared del edificio de la Plaza del Grano de blanco con una empresa de trabajos verticales de Madrid, pero en lugar de eso, lo que nosotros pretendemos es pintar dos obras de arte con artistas de primera categoría internacional por el mismo coste».

Que todo el mundo llegue a valorar ese tipo de intangible cree que es difícil. Aunque no imposible, como lo demostró el mural de Milu «que ha servido para abrir mentes». Los de INTI y Laguna también quieren hacerlo. De hecho, uno de los propósitos del proyecto es «acercar el arte a la población, una forma que desde la organización consideramos más abierta y democrática al ubicar las obras en el espacio público, lo que permite sobrepasar las barreras físicas y conceptuales que constituyen los muros de los museos», según reza en el propósito de intenciones expuesto en Goteo.org.

Y no es el único. La ambición de Santiago González y ‘sus secuaces’ tiene como fin último la revalorización del Patrimonio de Quintanar de la Orden que, «a pesar de conservar pocas evidencias materiales en sus estructuras arquitectónicas, posee una rica historia cultural y política que es interesante dar a conocer. Por ejemplo, en época de Cervantes, Quintanar era la capital jurisdiccional del Común de La Mancha. Además, fue el último lugar manchego que Cervantes mencionó en El Quijote y en su vida, al aparecer como escenario en Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, novela que firmó en su mismo lecho de muerte en 1616». Pese a eso, hasta el mural de Milu, las referencias cervantinas en el pueblo brillaban por su ausencia.

Un importante paso en ese proceso de divulgación de la riqueza cultural del pueblo, dentro, pero también fuera de sus lindes, lo dieron desde la asociación cuando consiguieron llamar la atención de un canal de televisión coreano. «Las consecuencias a medio plazo de estas intervenciones pueden ser muy beneficiosas y es lo que tratamos de transmitir».

El haber tomado como lema ‘Construir un lugar mejor sin destruir lo que tenemos’ es muestra de que el proyecto también es una vía para reflexionar sobre «la lógica destructiva de las crisis». «El filósofo Jameson las identificó como sintomáticas de la postmodernidad o el capitalismo tardío y, en buena medida, nos han conducido a la complicada situación actual que vivimos. En lugar de destruir, la iniciativa recurre al arte como impulso creativo y a la conservación del edificio como forma de salvaguardar la memoria para evitar así cometer los errores del pasado», explican sus promotores.
Pero un Quijote pintado en la fachada de un edificio de nueve plantas en un pueblo de La Mancha, situado a unos 120 km de Madrid, da para divagar mucho más.

A González Villajos, por ejemplo, le viene a la cabeza algunas de las paradojas de las teorías del centro-periferia, algunas de ellas reflejadas en los propios edificios a intervenir. «Cuando España comenzaba a abrirse a las estructuras económicas del resto de democracias occidentales, al mismo tiempo que continuaba siendo una dictadura, utilizaron el modelo de ciudad vertical en el corazón de un pueblo manchego donde tradicionalmente había dominado el tipo de vivienda unifamiliar como símbolo de la modernidad.

Este tipo de edificaciones, al situarse en un centro de una periferia ya de por sí periférica en sí misma y que parece estar fuera de su entorno, fue resultado de un contexto específico con sus contradicciones, un escenario que no hay que olvidar».

Otra de las paradojas que la intervención de INTI pretenden hacer más visible tiene que ver con la tierra de origen del artista. «El hecho de que un chileno como INTI sienta como suyo el Quijote y quiera pintarlo en su contexto demuestra la universalidad de este personaje y pone de manifiesto algunas de las paradojas de las consecuencias de la colonización de las estructuras epistemológicas de América Latina a través de la lengua castellana y la cultura Occidental desde el siglo XVI».

Santiago González confía en que el contraste entre el estilo americanista de INTI y en entorno manchego en el que se enmarca la obra aliente la reflexión sobre este tipo de cuestiones también entre los espectadores.

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