En aquel pueblo remoto de Afganistán, cerca de la frontera de Turkmenistán, no conocían la Esperanza. Por las casas paseaba el Frío, el Hambre y el Abuso, pero de la Esperanza no oían nada. Era lejana y desconocida. La italiana Selene Biffi lo descubrió cuando llegó a ese lugar enviada por Naciones Unidas. Por las calles se cruzó con la Extrema Pobreza, con Serias Violaciones de los Derechos Humanos y con la Desesperanza. La hermana triste de la familia sí residía, desde hacía tiempo, en aquel lugar alejado de la civilización.
Los días pasaban y nada era distinto al día anterior ni al día siguiente. El aire estaba cargado de partículas de resignación y desaliento. Hasta que un día, para la italiana, la brisa cambió. Biffi entró en un colegio. No había pizarras. No había libretas. No había lápices. No había profesores. Pero estaba lo esencial. Un grupo de niñas.
Y por fin apareció, imprevisible, la Esperanza. Estaba sentada con las escolares, y con ellas jugaban los Sueños. El tiempo había puesto un velo en los ojos de los adultos para no dejarles ver el futuro. Las niñas, en cambio, tenían aún libres sus retinas. Podían mirar hacia delante y verse en un hospital, vestidas de médicas; en una oficina, trabajando como ingenieras; en un colegio, enseñando como maestras. “Querían desesperadamente recibir educación básica para ayudar a sus comunidades a salir de la miseria”, cuenta la italiana.
Biffi estaba allí para redactar un libro de texto dirigido a la infancia. A niños a los que resulta ridículo mencionar un logaritmo neperiano porque nadie les ha hablado antes de salud, de agricultura, de paz… De eso escribía la consultora.
El día que acabó el viaje y Biffi volvió a Italia recordó a las niñas y recordó los Sueños. En su puerta golpeó la Inspiración. Se presentó en su casa y llevó unos documentos. Primero hablaron de los Sueños y, después, de Educación.
“Afganistán tiene una de las ratios más bajas de alfabetización en el mundo. Un 25%, según Human Development Index o, medido de otra forma, 7 de cada 10 personas no saben leer”, comenta la consultora. “Pensé que sería una buena idea complementar un libro de texto con una serie de cómics para poder enseñar también conocimientos básicos a los niños que no pueden leer”.
La Inspiración abandonó su hogar. Biffi tenía una nueva cita. Quería ver a toda costa al Espíritu Emprendedor. Tenía que contarle que quería crear una empresa que publicara libros para niños, en cómic, con información para poder echar de sus hogares a la Enfermedad, la Pobreza y la Incultura.
La italiana tenía experiencia (había cumplido su misión de escribir el libro encargado por Naciones Unidas y había sido traducido a los dos idiomas principales que hablan en aquel país: dari y pashto) y se declaraba íntima amiga de dos Pasiones: “escribir” y “el cambio social”.
El Espíritu Emprendedor le ayudó a fundar su empresa. La llamaron Plain Ink y, desde hace unos meses, distribuye “libros educativos gratuitos que enseñan principios básicos de higiene y salud, agricultura, supervivencia en desastres naturales, igualdad de género…, de forma sencilla, directa y entretenida”. Los cómics se reparten en colegios, hospitales y pueblos aislados.
Esta vez los libros están, como ella quería, en dos versiones. La opción escrita y la opción dibujada. Para que las palabras no excluyan a ningún niño. “Los cómics tienen un único formato. Presentan la historia y la información de dos formas en la misma página: solo gráficamente (para los que no saben leer) y en textos en los lenguajes locales”, especifica la escritora.
La empresa nació en Italia pero Biffi traslada gran parte de cada proyecto a la zona donde después se leerá el libro. Ahora están en India diseñando un cómic sobre salud. Ahí trabajan con profesionales autóctonos y ahí imprimen las obras “para contribuir al desarrollo de la economía de la creatividad de esas áreas”.
A la Cultura y la Creatividad no les gusta la Pobreza. Por eso, si se van a vivir a ese poblado, puede que un día encuentren a la Miseria por la calle y las dos amigas, envalentonadas, le peguen una patada en el culo para que se vaya de allí para siempre.
Este artículo fue publicado en el número de julio y agosto de la revista Yorokobu.