Sentada en silencio («como dicta la tradición») ante un abanico que le regaló su compañera de escritura secreta, Lirio Blanco recuerda lo vivido durante ochenta años.
Los pliegues del abanico guardan su historia en mensajes cruzados con su laotong que los hombres no deberían entender. Criada en los ideales confucianos que le exigían obedecer al padre, al marido y al hijo, en ese orden, y ser lo que la sociedad patriarcal de su época consideraba una mujer virtuosa, descubrió el amor materno el día que su madre le dio una bofetada. Aprendió a ser sobria, comedida, sosegada, serena, agradable, contenida, exquisita en movimientos y perfecta en la artesanía y el bordado.
Mientras su madre le vendaba los pies con el anhelo de que tuviera los más pequeños del condado, Lirio Blanco interiorizó el dolor y la sumisión como sinónimos de amor y caminos hacia la felicidad y la belleza.
Aquel proceso doloroso convertía a las niñas en futuras esposas más deseables que, por esa razón, podían enriquecer a la familia, aun a riesgo de que una infección las condujese a la muerte. Unos pies de más o menos ocho centímetros de largo no solo eran un fetiche de los hombres, sino también la prueba ante los futuros suegros de que la mujer era disciplinada y que estaba preparada para soportar los dolores del parto.
Su única rebelión, recuerda ante el abanico, llegó con el nü shu, la escritura secreta que se encargó de enseñarle su tía y que significa escritura de mujeres.
Lirio Blanco no existió, pero pudo ser cualquier mujer del siglo XIX en el condado de Jiangyong, en la provincia de Hunan, al sur de China. Es una de las protagonistas de El abanico de seda, una novela de Lisa See que fue llevada a la gran pantalla por Wayne Wang y que trata sobre la única escritura compartida solo por mujeres de la que se tiene constancia en el mundo. Para escribir la novela Lisa See pasó meses entrevistando a Yang Huangyi, la última mujer que dominaba el nü shu, y a otras mujeres de su aldea.
Como Lirio Blanco y Yang Huangyi, las mujeres de aquella región pasaban gran parte de su vida en la planta de arriba, en un cuarto reservado para las mujeres en el que les vendaban los pies y en el que después se entregaban al nühong (labores de mujer), que consistía en hilar, coser, bordar y tejer.
Entre hilos y tejidos, a veces también cantaban las canciones que bordaban en nü shu. No tenían permitido estudiar ni aprender a escribir. Apenas salían a la calle. Casi todo lo que sabían del mundo lo habían visto desde aquella habitación. Allí también compartían sus inquietudes y enseñaban a hijas, sobrinas y nietas el lenguaje secreto que, pintado y bordado, les permitiría manifestar sus preocupaciones.
[pullquote]La principal norma del nü shu era que los hombres no podían tener constancia de que las mujeres se comunicaban mediante un código secreto[/pullquote]
«No tenemos la oportunidad de ser funcionarias, ni nos permiten estudiar en la escuela. Nos obligan a vendar los pies, que nos destruye la vida. Los hombres y mujeres son desiguales, una barbaridad más ridícula. El matrimonio nos lo arreglan los padres, no tenemos libertad. Cuántas mujeres mueren, cuántos matrimonios fracasan».
Son las palabras de una de aquellas mujeres en una de las escasas muestras de nü shu que han perdurado, tal y como la recoge y traduce Gao Yishuang en su investigación La escritura de las mujeres Nüshu: una invención política en la antigua China.
Aunque tenían vedado el acceso a la educación, algunas mujeres se atrevieron a espiar a sus hermanos, tíos y padres mientras escribían y crearon una variación de su dialecto que les permitió comunicarse en secreto y permanecer unidas. Su único alivio estaba en ese lenguaje oculto que por su delicadeza llamaban «escritura del mosquito».
Lo plasmaban en abanicos y telas y servía para escribir cartas, canciones, poemas autobiográficos y oraciones. A veces también se cantaba. A la hora de cantar lo escrito con tinta o hilo, sobre papel o tela, el público debía ser únicamente femenino. La principal norma del nü shu era que los hombres no podían tener constancia de que las mujeres se comunicaban mediante un código secreto.
Los caracteres, en su mayoría, son derivados del mandarín, aunque alrededor del 20% consiste en creaciones de las campesinas de la zona. Se desconoce el verdadero origen del nü shu, aunque varias leyendas que pasaron de madres a hijas en aquellas buhardillas intentan explicarlo. Según una de esas leyendas, la primera mujer que escribió en nü shu era una joven concubina de un emperador de la dinastía Song (960-1270).
Había idealizado su futura vida en palacio hasta que llegó allí y, al no poder soportar la soledad, ideó una manera de desahogarse con su madre y sus hermanas a base de hacer algunas modificaciones de los caracteres hanzi para hacer sus escritos incomprensibles a los hombres y a la vez más fáciles de bordar. Otros investigadores consideran que pudo ser inventado durante la dinastía Qing (1636-1912) o la dinastía Shang, es decir, hace más de tres mil años.
En aquellas buhardillas las niñas crecían y aprendían que ser mujer consistía en interiorizar las tradiciones, soportar el dolor y permanecer en silencio. Esa era su vida hasta que se casaban y pasaban a hacer lo mismo en la casa de la familia del marido. Los años de hija daban paso a los años de cabello recogido, a los años de arroz y sal y a los años de recogimiento.
Tras la boda, las mujeres seguían viviendo en casa de los padres hasta que tenían el primer hijo y entonces se trasladaban a la de la familia del marido. En ese momento perdían casi todos sus vínculos familiares y amistosos hasta que inventaron el nü shu, que les permitió seguir conectadas, especialmente con su laotong, una amiga considerada alma gemela.
CULTURA LAOTONG
Más allá del lenguaje escrito y cantado, el nü shu vertebraba toda una cultura femenina conformada por el hünong, el laotong (un vínculo más intenso que la amistad de por vida y el matrimonio) y la hermandad jurada.
El laotong era una relación entre dos mujeres, más intensa que el matrimonio, y se establecía a través de un contrato a partir de los diez años, aproximadamente, en la provincia de Hunan. Se trataba de una especie de amistad irrompible, espiritual y con visos de eternidad mediante la que dos mujeres de distintos pueblos se comprometían a tener un constante intercambio epistolar, así como encuentros esporádicos antes del matrimonio.
Dos niñas que nacían el mismo día, el mismo mes y el mismo año en distintas poblaciones de China estaban destinadas a este tipo de vínculo eminentemente epistolar. Cuando los paralelismos vitales iban a más y, por ejemplo, ambas habían nacido a la misma hora o habían perdido una hermana a la misma edad, el vínculo se consideraba todavía más profundo.
Todo empezaba con un mensaje que escribía una chica a su potencial laotong en nü shu y que daba pie a una relación basada en un constante intercambio de mensajes. Se dedicaban palabras de afecto en cartas, abanicos, bufandas y cinturones. En paralelo, las mujeres también se unían en una «hermandad de juramento» que duraba hasta el matrimonio y se podía retomar durante la viudedad.
Podía estar formada por tres o cuatro mujeres, mientras que el laotong solo era compartido por dos mujeres. El vínculo era tan exclusivo y especial que no todas las chicas tenían laotong, por lo que tenerla aumentaba su prestigio y, además, les permitía conseguir un marido de un estatus superior al suyo.
Una vez llegaba el tercer día tras la boda, las mujeres cercanas a la nueva esposa iban a la casa del marido y le entregaban «las cartas del tercer día», unos textos escritos en nü shu que se encuadernaban en tela y se guardaban durante toda la vida conformando el Libro del Tercer Día. En sus primeras páginas, las mujeres de la familia y las amigas daban indicaciones, consejos y transmitían sus buenos deseos para el matrimonio.
En la distancia, y a veces aislamiento, adoptaba un cariz más triste y los buenos deseos daban paso a los lamentos de una vida de silencio y obediencia en una especie de autobiografía que la protagonista escribía como desahogo, especialmente llegada la vejez y que desaparecía con ella. La tradición dictaba que aquel relato secreto tenía que ser quemado poco antes del entierro para que la historia de cada mujer se fuera con los antepasados antes que ella. De ahí la dificultad de hallar textos antiguos escritos en nü shu y de fijar su origen en el tiempo.
A pesar de que hay varias teorías sobre su origen, quienes lo han investigado coinciden en que su apogeo tuvo lugar en el siglo XIX y que su uso empezó a decaer a principios del siglo XX, a raíz de que las mujeres lograran acceder a la educación a partir de 1907. Ya no había nada que esconder. O no tanto. Sin embargo, la revolución cultural de Mao consideró los Libros del Tercer Día escritos en nü shu «libros del demonio», arcaicos y peligrosos por su secretismo, y se volcó en una quema masiva.
La Guardia Roja se encargó de eliminar el nü shu hasta tal punto que uno de sus principales investigadores (paradójicamente un hombre), Zhou Shuoy, fue acusado de capitalista y enviado a un campo de concentración en el que pasó veintiún años picando piedra.
Todos los documentos que había almacenado mientras investigaba el nü shu para elaborar un diccionario desaparecieron entre las llamas. Pero no cejó en su empeño y, una vez liberado, retomó su labor y logró publicar el diccionario en 2003. Murió al año siguiente, casi a la vez que la última mujer que dominaba la escritura de las mujeres.
[pullquote]Como escritura secreta, el nü shu, solo tuvo razón de ser mientras las mujeres chinas permanecieron en la sombra y encerradas en buhardillas[/pullquote]
Cuando las mujeres quedaban viudas y vivían prácticamente sentadas en silencio, pedían a una mujer de confianza que aquello que habían escrito fuera quemado y enterrado con ellas. No fue el caso de Yang Huangyi, que además de asistir a la Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing y romper con el secretismo del nü shu, cedió sus documentos para que pudieran investigarlos.
Lejos de acabar con la escritura de las mujeres, la muerte de Yang Huanyi la hizo más conocida y cambió la forma de aprenderla. Si bien originalmente se trató de una escritura que enseñaban abuelas, madres, tías y hermanas a las más jóvenes de la casa para que pudieran comunicarse en secreto entre ellas una vez casadas, en la actualidad se aprende mediante cursos que imparten sus herederas y se difunde en redes sociales, aunque su recuperación responde más a intereses turísticos que lingüísticos.
Como escritura secreta, el nü shu, solo tuvo razón de ser mientras las mujeres chinas permanecieron en la sombra y encerradas en buhardillas. Una vez lograron acceder a la educación, la escritura de las mujeres comenzó a desaparecer. Pero a raíz de que fuera considerado Patrimonio Nacional Cultural Intangible de China en 2006, los intentos de recuperación del nü shu no han cesado.
Al año siguiente se abrió un museo para este tipo de escritura en Puwei donde se exponen muestras de nü shu y el modo de vida de las mujeres que lo dominaban. En aquel museo que recibe unas 200.000 visitas al año, las herederas imparten cursos de escritura para revitalizar el nü shu. Años después, incluso KFC abrió un restaurante inspirado en el nü shu en Yongzhou (Hunan).
La utilidad del nü shu fue, según Yishuang, la de permitir a las mujeres mantener un vínculo espiritual, mientras que el nühong les ayudaba a mantener el vínculo material.
Más allá del fortalecimiento de la amistad en la distancia, cree que el nü shu contribuyó a mantener el discurso de los hombres, puesto que «no tenía una ruptura absoluta con la voz de los hombres y su forma de pensar; las palabras y conductas dependieron del valor que establecieron los hombres».
Pero las mujeres que dominaron la escritura de los insectos lo hacían con la única ambición de ser escuchadas al menos por una mujer de un pueblo vecino. Y lo hacían en una sociedad que les pedía que vivieran en silencio.